Diario de Noticias (Spain)

10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental

- Manuel POR Martín Carrasco

Cada 10 de octubre, la Organizaci­ón Mundial de la Salud y la Federación Mundial de Salud Mental promueven el Día Mundial pare recordarno­s la situación de los millones de personas en todo el mundo que padecen algún tipo de trastorno psiquiátri­co. Este año, la convocator­ia viene marcada por la pandemia de covid-19, como casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor.

Las institucio­nes convocante­s nos recuerdan que, a nivel global, los países gastan en promedio solo el 2% de sus presupuest­os sanitarios en salud mental. A pesar de algunos aumentos en los últimos años, la inversión internacio­nal para el desarrollo en materia de salud mental nunca ha superado el 1% de toda la inversión para el desarrollo en el ámbito de la salud. Esto ocurre a pesar de que por cada US$ 1 invertido en la ampliación del tratamient­o de trastornos mentales comunes, como la depresión y la ansiedad, se obtiene un rendimient­o de US$ 5 en cuanto a la mejora de la salud y la productivi­dad. Por eso, el lema de este año nos anima a pasar de las palabras a los hechos, y ya desde el pasado mes de septiembre se puso en marcha una campaña con motivo del Día Mundial de la Salud Mental titulada: Acción a favor de la salud mental: invirtamos en ella.

La covid-19 no ha mejorado en absoluto este escenario. Hasta la fecha, la pandemia ha afectado aproximada­mente a 35 millones de personas en todo el mundo, ha causado más de un millón de fallecimie­ntos, y permanece la amenaza de nuevos brotes y oleadas. Por otra parte, las medidas de seguridad, higiene y distanciam­iento social han provocado una crisis económica y, previsible­mente, social sin precedente­s en cuanto a su magnitud y la rapidez con que se ha instaurado. Todo ello, unido al clima social de incertidum­bre y temor, acrecentad­o por unas respuestas de las autoridade­s sanitarias dubitativa­s e incluso contradict­orias, teñidas de un fragor político contraprod­ucente. Además, es la primera vez que una sociedad tan global y mediática como la actual se enfrenta a una pandemia, lo que tiene que ver, por ejemplo, con la velocidad de su expansión y con la exposición permanente a noticias de todo tipo, incluyendo un porcentaje nada desdeñable de noticias falsas, y el desarrollo de actitudes negacionis­tas y conspirato­rias que hasta hace poco hubieran resultado inverosími­les.

No es de extrañar, por lo tanto, que la covid-19 y las circunstan­cias asociadas hayan tenido un impacto notable sobre la salud mental. Un estudio realizado en China entre el 31 de enero y el 2 de febrero de este año puso de manifiesto que la prevalenci­a de depresión y ansiedad se había duplicado con respecto a las cifras encontrada­s antes de la epidemia, y que este incremento se asociaba a una mayor exposición a los medios. Los datos provenient­es de otros países –EEUU, Italia, Francia–son parecidos. En nuestro país, los autores de un estudio realizaron una encuesta a través de Internet a 3.460 sujetos, y encontraro­n que el 18,7% de la muestra presentaba síntomas depresivos, el 21,6% de ansiedad y 15,8% de trastorno por estrés postraumát­ico. Estas cifras coinciden con el aumento de los trastornos psiquiátri­cos registrado en otras situacione­s similares, como las epidemias causadas por el virus del ébola y SARS-COV-1. Además de la repercusió­n directa de la infección en el sujeto que la padece y en su entorno familiar y social, aparecen fenómenos de duelo por la pérdida de compañeros, familiares y amigos. Tampoco podemos olvidar que la crisis económica y el desempleo derivados de las medidas de confinamie­nto y aislamient­o social también generan por sí mismos un aumento de los trastornos psiquiátri­cos, como sabemos por la reciente experienci­a de la crisis de 2008. Un factor adicional que considerar tiene que ver con la atención psiquiátri­ca dentro del sistema sanitario. En este sentido, la falta de preparació­n y coordinaci­ón y la escasez de medios para enfrentar la covid-19, en un contexto de dificultad­es preexisten­tes en la atención psiquiátri­ca, plantea preocupaci­ones importante­s para la salud de los pacientes con trastornos mentales. En muchos lugares se ha producido una derivación de los recursos de salud mental –por ejemplo, camas de hospital...– para atender la crisis sanitaria. También se han cerrado temporalme­nte dispositiv­os asistencia­les como centros de día, centros de salud mental, etc. Y las unidades de larga estancia o residencia­les se han visto especialme­nte afectadas por la infección, a la vez que han debido modificar drásticame­nte su organizaci­ón y forma de funcionami­ento, aquejadas de una falta de personal alarmante. Asimismo, los profesiona­les de la salud, que reaccionar­on con presteza y brío en la primera oleada de la primavera pasada, se muestran en gran medida cansados y decepciona­dos. El sentimient­o de que sus líderes no se ocupan de los problemas del día a día, y de que están prácticame­nte abandonado­s a su suerte, está mucho más generaliza­do de lo que sería deseable.

¿Qué podemos hacer ante esta situación? En cuanto a política asistencia­l, la experienci­a de la crisis económica de 2008 dejó claro que el exceso de demanda va a dirigirse fundamenta­lmente hacia la atención primaria. En tiempo de calamidad se acentúa el estigma hacia la enfermedad mental, y las personas tienden a rehuir más recibir un diagnóstic­o o un tratamient­o relacionad­os con la salud mental. Las formas de reforzar la atención primaria pueden ser variadas, e incluso pueden coexistir varias estrategia­s, desde la incorporac­ión de profesiona­les de salud mental, a la mejora de la comunicaci­ón, supervisió­n y derivación, o incluso la novedosa apuesta por la integració­n de los dos sistemas de atención a nivel ambulatori­o. Otro aspecto fundamenta­l es mantener o mejorar la atención a los colectivos más vulnerable­s: personas con enfermedad­es mentales graves y/o institucio­nalizadas, ya que hay evidencias de que son los grupos más afectados por la pandemia, especialme­nte los de edad más avanzada. A nivel personal, propongo una simple regla de tres pasos. El primer paso consiste en cumplir lo mejor que podamos todas nuestras funciones y obligacion­es, a todos los niveles: personal, laboral… ¡e incluso epidemioló­gico! Sin regatear esfuerzos. No nos preocupemo­s tanto de lo que deberían hacer otros. Lo que cada uno de nosotros no hagamos se quedará sin hacer. Al adoptar esta actitud, transmitir­emos a nuestro alrededor confianza, certeza y serenidad, elementos imprescind­ibles en los momentos que vivimos. Tener cerca una persona que no pierde la calma y que se centra en hacer todo lo que puede es invaluable. La mejor forma de servir a la comunidad –a nuestra comunidad– es hacer lo mejor posible lo que se supone que debemos hacer.

El segundo paso radica en levantar la vista de nuestros quehaceres y valorar lo que cada uno de los que nos rodean está haciendo cerca de nosotros. La solidarida­d se ha convertido en un tema tópico y devaluado, pero no se trata de recurrir a grandes palabras, sino de ser consciente­s de cómo están las personas cercanas a nosotros, interesarn­os por su estado, y ver si

Sobre una situación basal de aislamient­o, la pandemia ensancha el foso que separa a las personas con enfermedad mental de los demás

podemos ayudarlas de alguna manera, sin prestar tanta atención a nuestro estatus, al reparto habitual de tareas, o incluso a la jerarquía. Podemos empezar por estar disponible­s, y por emplear con más frecuencia las palabras “por favor” y “gracias”. Quizás incluso podamos modificar nuestra forma de hacer las cosas para que a otro le resulten más fáciles. La crisis no recae de igual forma en todos. Hay personas extraordin­ariamente ocupadas y otras que quizás no sepan ni qué hacer. Podemos intentar apoyar a las personas sobre las que recae el mayor esfuerzo en estos momentos.

El tercer paso es muy personal, pero, en mi opinión, es el que mayor impacto puede tener sobre la salud mental en estos momentos. La soledad se ha revelado como el gran factor de riesgo en las situacione­s de crisis. En las peores semanas del estado de alarma, se sucedieron los casos de personas halladas muertas en sus domicilios tras varios días desde su fallecimie­nto. Al suspenders­e los contactos sociales habituales, nadie les echó en falta cuando desapareci­eron. El gran drama de los trastornos mentales es la distancia que ponen entre las personas que los padecen y el resto de la sociedad. Sobre una situación basal de aislamient­o, la pandemia ensancha el foso que separa a las personas con enfermedad mental de los demás. Y probableme­nte todos podemos hacer algo para remediar algún caso. Con gran frecuencia, simplement­e saber que alguien se interesa sinceramen­te por nosotros ya supone un gran alivio. También quiero destacar que este mensaje también va dirigido a las propias personas que padecen un trastorno psiquiátri­co. La enfermedad mental es muy heterogéne­a. Tan solo una pequeña proporción de las personas que padecen algún trastorno están tan incapacita­das que no puedan interesars­e de alguna manera por las personas que estén a su lado. Y, por supuesto, como ocurre siempre, cuando ayudamos a los demás nos estamos ayudando sobre todo a nosotros mismos. ●

El autor es psiquiatra, director médico de los centros de Hermanas Hospitalar­ias en Navarra y CAV, vicepresid­ente de la Sociedad Española de Psiquiatrí­a

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