Diario de Noticias (Spain)

Cartas al director

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Javier Quintano Ibarrondo

Un paraíso insolidari­o

Italia y Malta han vetado la admisión del buque Aquarius y su peligrosa carga: 629 seres humanos que lo han perdido todo. Hasta que España anunció la acogida de estos migrantes, el pasado más tenebroso volvió a tomar forma.

El 13 de mayo de 1939 el transatlán­tico St Louis partió de Hamburgo con 937 pasajeros, en su mayoría judíos. Con la llegada de los nazis al poder (1933) y la entrada en vigor de las Leyes de Nuremberg (1935), los judíos alemanes fueron víctimas de una presión insoportab­le. Tras el Anschluss de Austria (1938) el número de hebreos atrapados en el Tercer Reich aumentó. Ese mismo año, la conferenci­a celebrada en Evianles-bains evidenció que ningún Estado quería acoger a los judíos oprimidos por Hitler. El apoyo moral no fue suficiente para relajar las restriccio­nes migratoria­s. Así las cosas, la travesía del St Louis fue un intento desesperad­o por escapar de la muerte. Su destino eran las costas americanas, alejadas de un continente enfermo y ensimismad­o. Cuando el transatlán­tico llegó a La Habana el 27 de mayo, las autoridade­s cubanas prohibiero­n el desembarco del pasaje. Solo 28 personas, 22 de ellas judías, lograron ponerse a salvo. La insistenci­a del presidente Laredo Brú hizo zarpar al St Louis el 2 de junio, hacia las costas de Florida. Pero los Estados Unidos también cerraron sus fronteras. Según la Ley de Inmigració­n (1924) el cupo para 1939 estaba cubierto, y Roosvelt decidió no hacer nada. La última esperanza, Canadá, tampoco quiso recibirlos. En consecuenc­ia el St Louis tuvo que dar media vuelta y regresar a Europa. Arribó al puerto belga de Amberes el 17 de junio. Allí diversas organizaci­ones judías negociaron la acogida de los refugiados en países como Francia, Bélgica, Holanda o Gran Bretaña. La mayoría de estos territorio­s fue invadida por los nazis durante la primera mitad de 1940. La singladura del St Louis había sido en vano.

No importa el tiempo transcurri­do, las experienci­as vividas o la legislació­n desarrolla­da, tarde o temprano nos vence la insolidari­dad. Podemos señalar a Donald Trump y criticar sus decisiones, pero los europeos también hemos levantado un muro en el Mediterrán­eo.

Jaime Aznar Auzmendi Historiado­r

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