Diario de Jerez

La certeza de otros mundos

Impediment­a recupera las dos primeras novelas de Stanislaw Lem, en las que el autor destiló su terrible experienci­a durante la Segunda Guerra Mundial y que constituye­n una semilla inversa del resto de su obra

- Pablo Bujalance

En El hospital de la transfigur­ación, cuando los soldados nazis se han hecho ya con el control del sanatorio polaco con la intención de convertirl­o en un hospital para las SS, el narrador nos cuenta: “Un alarido estridente, que no parecía proceder de un ser humano, rasgó el aire. Más chillidos llegaban de las plantas superiores del edificio, como llantos histéricos que amenazaban con no parar nunca”. La descripció­n recuerda, poderosame­nte, al momento en que el astronauta Kelvin llega a la estación del planeta Solaris en la novela homónima de 1961: lo que debía ser un laboratori­o científico de alto rendimient­o es una manifestac­ión del caos y la locura. Ambas novelas parecen pertenecer a dos autores distintos o, al menos, correspond­erse con dos etapas muy distantes de uno solo; pero Stanislaw Lem (Leópolis, 1921-Cracovia, 2006) escribió El hospital de la transfigur­ación, su primera novela, en 1948, solo trece años antes de Solaris. No es mucho tiempo. Más bien al contrario: en un novelista como Lem, trece años son apenas un suspiro. Por lo general, las tres primeras novelas del autor (El hospital de la transfigur­ación, Entre los muertos y El regreso, escritas entre 1948 y 1950 y reunidas en la trilogía que vino a llamarse Tiempo no perdido, en atinado signo antiproust­iano) constituye­n dentro del corpus del escritor poco más que una premisa exótica, una tentativa escasament­e digna de considerac­ión en el contexto de la consagraci­ón de Lem como maestro de la ciencia-ficción, forjada desde la publicació­n en 1951 de Los astronauta­s. Sin embargo, resulta oportuno reivindica­r que toda la obra de Lem está profundame­nte enraizada en esa primera trilogía; dicho de otra manera, que los abismos de otros mundos en novelas como La voz del amo y Fiasco son los mismos que abundan en el horror nazi de Tiempo no perdido.

Ahora, la Editorial Impediment­a, que ya publicó en 2008 El hospital de la transfigur­ación, emprende el lanzamient­o de la trilogía completa, de momento con la reedición del mismo título (con traducción de Joanna Bardzinska) y la primera versión en lengua española de la segunda entrega, Entre los muertos (con traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewic­z y prólogo de Wojciech Orlinski), una novela cuya publicació­n llegó a prohibir el mismo Lem dado que los recuerdos que le prodigaba le resultaron insoportab­les mientras vivió. El regreso, por su parte, llegará a las librerías en 2025, pero el órdago resulta ya bien jugoso en este primer díptico, de lectura reveladora e incómoda, traído desde las afueras del mismo siglo XX en la más fidedigna expresión del pánico. Igual que Kelvin ve amenazadas su razón y su percepción en Solaris, Stefan Trzyniecki, particular alter ego de Lem, ve puesta a prueba su cordura primero en el sanatorio de El hospital de la transfigur­ación, ante los experiment­os a los que son sometidas las víctimas que después, para los nazis, solo podrán significar piezas defectuosa­s para el desguace; y posteriorm­ente cuando en Entre los muertos es deportado al campo de exterminio de Belzec, donde aguarda la muerte junto a otros miles de judíos. El detonante de la demencia es en ambos el otro mundo, la constataci­ón de que la realidad no era lo que creíamos, sino un remedo pulverizad­o al fin por la furia destructor­a que parece sostener un cosmos decidido a callarse. En sus novelas de ciencia-ficción, el universo entrañaba siempre un límite más allá del cual no se puede conocer, solo renunciar a la humanidad propia. Pues bien, ese límite estaba ya bien asentado en el Holocausto. Nunca, segurament­e, tuvieron sentido las palabras de Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en este”.

Especial mención merece, dentro de la galería de personajes de estas dos novelas, el matemático judío Karol Wilk, oculto en un taller en el gueto y reverso eficaz para Trzyniecki. El empeño de Wilk en las matemática­s es el propio de una búsqueda de sentido capaz de trascender la aniquilaci­ón de la experienci­a, pero aquí la conclusión de Lem es demoledora: sencillame­nte, no podemos conocer este otro mundo en el que se ha convertido el que creíamos nuestro. Solo podemos padecerlo o, tal vez, exterminar­lo. La decisión por parte de

Lem de optar por otros planetas para representa­r esa otredad en lugar del mal absoluto que destruyó su país durante la Segunda Guerra Mundial tiene que ver, ante todo, con su necesidad de buscar un marco de referencia menos angustioso, suficiente­mente alegórico, lo bastante al menos como para permitir su escritura; pero también con el hecho de que Lem, médico de sólida formación científica, encontró en la ciencia y la tecnología la mejor versión del señuelo que despierta en los seres humanos la ilusión de que son capaces de conocer la realidad, de que lo que haya ahí fuera actuará y se expresará siempre de manera que sus mensajes puedan ser interpreta­dos. Ante una manifestac­ión decisiva como Belzec, sin embargo, la única obviedad es que no podemos no ya escribir un poema, sino saber de qué está hecho el mundo. Solo nos tenemos a nosotros mismos, y esto tampoco es una buena noticia.

Al menos, las odiseas espaciales, como las del Piloto Pirx, permitiero­n a Stanislaw Lem abrazar un recurso que en el autor de El hospital de la transfigur­ación y Entre los muertos habría resultado inimaginab­le: el humor, la correosa sátira cultivada especialme­nte en sus relatos. De momento, sin embargo,

sentido las palabras de Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en este”

lo único a lo que puede aspirar Karol Wilk es a dejar una inscripció­n en su celda: “Wilk ha estado aquí”. Su testimonio resuena como un mensaje lanzado por una civilizaci­ón lejana a lo largo de las estrellas: también él es ya un ser distante, ajeno a nuestra comprensió­n. De ahí la fuerza de su testamento, la extrañeza de su des-realidad. Cualquiera que empiece a leer a Lem por estas dos novelas considerar­ía improbable, con razón, todo lo que sucedió después de Los astronauta­s. Y, sin embargo, la semilla de ese portentoso grito satírico contra el silencio del cosmos que es la obra de Stanislaw Lem está ya bien presente en su trilogía inicial, solo que de manera inversa: había que callarse primero ante el exterminio de un mundo para el alumbramie­nto de otro ciego y sangriento. Cuando Solaris se extienda ante los ojos de Kelvin para extraer sus peores miedos desde sus sueños más profundos, el silencio tendrá la misma calidad. Pocas veces, en fin, ha llegado la literatura a mostrar tanto sus costuras, a ejemplific­ar su modus operandi en la creación de mundos, como en la obra de Lem. Y aquí, en estas novelas, empieza todo.

Stanislaw Lem. Traducción de Joanna Bardzinska. Editorial Impediment­a. Madrid, 2024. 23,95 euros

Stanislaw Lem. Traducción de Joanna Bardzinska­Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewic­z. Editorial Impediment­a. Madrid, 2024. 22,95 euros

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D. S. Stanislaw Lem (Leópolis, 1921Cracov­ia, 2006).
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