Diario de Jerez

Jerez: arrecia el viento con olor a vainilla y romero

- MARCO A. VELO marcoanton­iovelo@gmail.com

Arrecia el viento como un soplido de marzo con sabor a vainilla. No deliciosa vainilla de los cucuruchos de helado de mi tocayo Marco Soler. Me refiero -in itinerea la humeante vainilla combinada con romero del incienso de los pasos de misterio de las cofradías valientes que nunca hacen de su capa un sayo sino un distintivo de calidad de su honra nazarena. ¿Es este viento como un quejido sin lamento de la Madre Naturaleza? ¿O de las horas solemnes que regresan a marchas forzadas a la nueva normalidad post-pandémica? ¿Qué trae esta ventolera capaz de doblegar -como en una genuflexió­n indoloraa los árboles del centro de la ciudad curvándolo­s como un gesto de cortesía de ramas que al tronco salen? ¿Qué consiente, qué promueve, qué conjetura, qué dinamiza, qué conglomera, qué dibuja o desdibuja, qué fragua esta ventada, este ciclón: un silbido a nuestra conciencia, un susurro que insta a la reconversi­ón social, un pitido de pax romana? ¿Qué deletrea el viento: los ecos de nuestros omnipresen­tes familiares fallecidos que también vuelven cuando ya avistamos la luz de Luna de Nisán? “Aunque no estén, mi solo pensamient­o/ es ver contigo el viente que va y viene”, escribió Alberti.

O Neruda: “Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,/ el viento las sacude con sus viajeras manos”. No están los domingos cuaresmale­s para mucho trote. En cuanto a climatolog­ía se refiere. Las Hermandade­s sin embargo se afanan en los actos de Veneración de sus Sagrados Titulares. Y el público, como un vértigo ritual que desciende masivament­e del calendario, no falla ni falta a la cita. Aquí jamás Jerez -llueve o ventee- da calabazas a las mayordomía­s de las cofradías. Nunca hace novillos el gentío. No brillan por su ausencia. El interior de los templos acoge la calma chicha de las oraciones cuyo alcance desconocen los impíos. El exterior de las sedes canónicas es una trilogía de ventarrone­s a la carta. Pero los cofrades también saben capear este temporal. El aire pega fuerte en el callejero dominical que por veces se torna en un histórico laberinto de fortuna. Eolo -responsabl­e del control de las tempestade­s- hoy la ha tomado con la ortodoxia de la tradición. Eolo incomoda pero no imposibili­ta los senderos entrecruza­dos de los cofrades visitando iglesias. Las palillería­s de las terrazas son arrancadas de cuajo por esta inclemenci­a con aliento a fuente de torrijas. ¿Hay mejor cartel de la inminencia de la Semana Mayor que una fuente de torrijas en los escaparate­s de las pastelería­s? Estas palillería­s de los balcones -que ahora vuelan entre lo crédulo y lo escépticop­ronto darán paso a las palilleras de bandas de cornetas y tambores pongamos por caso Nuestra Señora del Sol en el YouTube de nuestra nostalgia. Apetece releer libros con pretendida voluntad de estilo con firma de Chaves Nogales.

La Cuaresma es una prefigurac­ión de palabras nunca pronunciad­as malgré nous. Para muchos jerezanos afligidos la procesión también va por dentro durante estos cuarenta días de impaciente espera. Ya habrá ocasión a posteriori para la procesión por fuera -cuando un largo olé de palmas ricen el movimiento circular de la azul algarabía allá por la Epifanía del colegio San José. Nada se superpone ya a la dignidad del privado diálogo con Dios. No se centra el debate ahora, cuando las cofradías desandan los preludios de la primavera, en lo convencion­al y lo alternativ­o. Ni en patrañas que torean en el desierto. Ni en porfías estéticas que dependan del mero gusto personal. Ahora la sociedad jerezana no pierde el foco ni el epicentro de su razón de ser: la conciliaci­ón con las venerables celebracio­nes de los memoriales del gozo. Memoriales de altos capirotes. Ya huele a Semana Santa. Como nunca, como siempre. La gramática expresiva del viento así nos lo dicta. Id, cofrades, y predicad el Evangelio, como un vendaval de camino, verdad y vida…

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