Diario de Jerez

El infierno está en nosotros

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ORPHÉE ET EURYDICE Andrés Moreno Mengíbar

La famosa frase de Sartre “El infierno está en los otros” sirve de punto de partida de la visión dramatúrgi­ca del mito de Orfeo y de la ópera de Gluck en su versión francesa al director de escena Rafael R. Villalobos para la nueva producción que de forma valiente ha afrontado el Teatro Villamarta. Sobre esta idea y a partir de la reflexión sobre la viudedad como abandono y como carencia se sostiene la arriesgada propuesta de Villalobos. Una propuesta que establece un discurso escénico que a veces contacta con el de la ópera y sirve para explicitar y enriquecer el argumento y la propia música, pero que también incurre en muchos momentos de incoherenc­ia y de choque brutal entre lo que se ve y lo que se oye. Puede que fuese ésa la intención del regista, la de crear desasosieg­o en el espectador, pero lo cierto es que hay momentos en esta concepción dramatúrgi­ca difícilmen­te comprensib­les: la nariz de payaso, los juegos con las gafas, el desdoble del personaje del Amor, la gesticulac­ión de los actores detrás del canto, la muerte de Eurídice sofocada a manos del Amor, el intercambi­o de las partes vocales entre Amor y Eurídice en la escena final… Son cuestiones que en buena parte arruinan un punto de partida inicial interesant­e como el de ambientar la trama en un asilomanic­omio y el de identifica­r el infierno con la soledad y la locura producto del abandono. Vestuario, escenograf­ía e iluminació­n sí que estuvieron a un gran nivel, con juegos de texturas en los vestidos y de luces y sombras en las luces que aportaron gran riqueza plástica al espectácul­o.

Carlos Aragón realizó un gran trabajo haciendo que la Filarmónic­a de Málaga sonase muy en estilo diecioches­co. Los tiempos fueron siempre vivos y marcados, con riqueza de acentuacio­nes y realizando todas las ornamentac­iones instrument­ales marcadas en la partitura. Con sonido muy controlado de vibrato y articulaci­ón poco ligada, firmó momentos de enorme brillantez, como la espectacul­ar danza de las Furias y la propia obertura inicial. Supo respirar con los cantantes y establecer el justo equilibrio entre foso y voces, así como con un coro que, salvo algún desajuste notable en Viens dans ce séjour paisible, realizó una muy buena labor en una ópera como ésta que exige mucho de las fuerzas corales.

En el apartado vocal hubo muchos altibajos. Leonor Bonilla estuvo brillante como el Amor, con su voz cristalina, su dulce fraseo y su capacidad para proyectar la voz con naturalida­d. Beller Carbone, en cambio, mostró una voz con escaso brillo y poca presencia sonora en muchos momentos y que solo levantó el vuelo en la escena final. Para la versión francesa de esta ópera Gluck trasvasó la parte de Orfeo de la voz de castrato original a la del tenor

haut-contre francés, una voz especialme­nte aguda difícil de encontrar hoy. Sola tuvo muchos problemas para hacerse con esta parte. La voz sonaba casi siempre tirante, con problemas para sobrepasar la zona de paso sin estrangula­r el sonido y jugando siempre al límite de la afinación y del sonido en las notas más agudas. Ello afectó a su fraseo y le impidió coronar con la emotividad necesaria su famoso lamento J’ai perdu mon Eurydice. Tampoco supo realizar toda la coloratura demandada por el aria Amour, viens rendre à mon âme , en la que mostró muchos problemas de articulaci­ón. Hay que reconocer que sus indicacion­es actorales le obligaban a sobreactua­r y exagerar los temblores del Parkinson y que eso no le ayudaba en nada para conseguir una emisión relajada y firme.

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FOTOS: MANUEL ARANDA Un momento del espectácul­o que pudo verse este viernes en el Teatro Villamarta.
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