Diario de Cadiz

MILAGROS

- J. GARCÍA DE ROMEU

POCO a poco el sol se ocultaba, y una luna curiosa intentaba colar sus débiles rayos por entre las puertas del Templo. Ella, entre apenada y alegre se dejaba llevar, cuando sus plantas se posaron en el esotérico damero del templo, respiró tranquila. Por delante quedaban días de canticos y devotas muestras de cariño, por detrás los miles de dolorosos reproches, las mil plegarias, las lagrimas derramadas, unas de alegría, otras, de dolor.

Como todos los veranos el fin había llegado, pues como siempre decimos, en El Puerto el verano, las vacaciones, se marchan cuando Ella baja. Cientos de lejanos hijos que se fueron aguantan hasta el último momento, y tras su adiós, se marchan de regreso a los que se convirtier­on en sus hogares tras dejar atrás el rio del olvido.

Y así, entre el sentir a nardos e incienso, como si hubiera pasado todo el verano en La Puntilla, Ella repasa con su atenta mirada los que hasta Ella llegan, a los que sin estar ya están con El, y a los que pudiendo estar no están o no pueden estar. Nadie escapa a su bendición, tanto si la quieren como si no, pues a Ella, a Ella, igual le da si la aceptan, la niegan o reniegan, pues como buena Madre, a todos cobija por igual, sin reproches, sin gracias, simplement­e haciendo gala de ese porque sí, y ello a pesar de que ya sabía que un año más el miedo y la prudencia la dejarían allí… sus pensamient­os en Ella quedan, y nunca sabremos si su decisión hubiera sido otra, al fin y al cabo, cuántos queriendo mojar sus pies en la arena, por prudencia o por miedo, se quedan en sus residencia­s, en sus hogares, postrados o resignados…y entonces, ocurrió, la miré a los ojos, y en su sonrisa sentí su plegaria, su oración, su más profundo cariño hacia su hijos, pero en especial hacia aquellos que, como ella, tampoco saldrían, hacia aquellos que queriendo no podrían ni acercase a llevarle un nardo.

Aparté la mirada, pero aun así mi corazón seguía fijo en sus pensamient­os. Y es que Ella, solo Ella, es capaz de transforma­r la restricció­n, la prudencia, la angustia e impotencia, en el mayor acto de amor, pues al igual que yo, miles de personas, se encontrase­n donde se encontrase­n, se encontrars­e como se encontrase­n, en algún momento, mientras Ella pisaba por donde nosotros pisamos alguna vez, sentirían como Ella, también compartirí­a su particular confinamie­nto. Feliz Patrona.

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