Salir de la violencia machista en prisión
● El 75% de las mujeres presas han sido víctimas de esta lacra y muchas delinquieron inducidas por sus agresores
El 75% de las mujeres encarceladas ha sido víctimas de violencia machista y, en muchos casos, han cometido los delitos por los que cumplen condena inducidas por sus agresores, una dura realidad contra la que lucha, dentro de las cárceles españolas, el programa terapéutico Ser Mujer.
Las mujeres suponen el 8% de la población presidiaria de España y, como la mayoría ha estado en situaciones de vulnerabilidad extrema, Instituciones Penitenciarias puso en marcha, con el apoyo del Instituto de la Mujer, un programa terapéutico para ayudar desde la propia prisión a las víctimas de la violencia de género.
A diferencia de lo que sucede con los hombres, la entrada en prisión supone una liberación para las mujeres. Todas experimentan una mejora de la autoestima por dos razones: están a salvo del agresor y por primera vez en su vida carecen de cargas familiares y disponen de tiempo para ellas.
“El programa Ser Mujer trata de disminuir la vulnerabilidad ante las relaciones de dependencia para poder prevenir situaciones de violencia en el ámbito de la pareja y dotar de recursos para empoderar a las mujeres en prisión”, explica Arancha, psicóloga del centro penitenciario Madrid I.
Cada jueves, en Madrid I un grupo de ocho mujeres internas se reúne liderado por Arancha y Carmen, trabajadora social, para compartir las dolorosas vivencias, expresar sus emociones y tratar de rehacer un futuro en el que no haya espacio para las agresiones.
Todas tienen hijos, algunas nietos porque fueron madres a una edad muy temprana, y cuentan que su mayor deseo es salir para reunirse con ellos y comenzar una vida en las que por fin ellas estén en el centro, en la que se cuiden y se quieran y digan no al maltrato.
“Me casé muy joven, soy de etnia gitana y cuando me quise dar cuenta ya llevaba muchos años en una habitación metida con los niños y aguantando malos tratos. Estar con Arancha y Carmen me ha servido para valorarme un poquito y decir que yo también puedo”, subraya Aurora, que con 42 años ya tiene varios nietos.
Aurora, a la que sus compañeras se dirigen como Karda porque le gusta que la llamen Kardashian, se pregunta cómo siendo una mujer fuerte estuvo tan anulada en su matrimonio: “Por el tabú de ser gitana estuve callada. Muchísimos años callando. Y ya entré aquí y dije voy a mirar por mí y por nadie más. Me ha venido muy bien estar aquí en prisión”, dice.
Hasta que llegaron al programa terapéutico, muchas ni siquiera eran conscientes de que eran víctimas. “En ocasiones la violencia puede ser tan sutil que no la identificas, viniendo aquí podemos identificar cosas que en un primer momento te cuesta expresar o ni siquiera tienes la capacidad de colocarlo como violencia”, sostiene la psicóloga.
La terapia grupal dura un año y comienza por los cimientos, por el rol e identidad que quieren adoptar como mujeres, no abordan directamente la violencia. Hablan de sexualidad, de roles, de estereotipos, trabajan la autoestima, la sexualidad, el autoconocimiento, el concepto del amor romántico.
Evelyn no sabía qué era el machismo: “Está en todos lados, como nos han criado así desde pequeñas es normal para todas, pero aquí se ve que no es normal, es malo, es algo que sobrepasa el límite”.
También aprenden a detectar de forma temprana la violencia, se les enseña cómo funciona el ciclo de la violencia y por qué es tan difícil salir de él y se les da herramientas para que puedan afrontar situaciones complejas y protegerse.
Evelyn Presa Como nos han criado así desde pequeñas es normal para todas, pero aquí se ve que no lo es”