Diario de Almeria

LA CIUDAD DE LA ALEGRÍA

- ▼ JAVIER PEÑA Arquitecto www.medarquite­ctos.com

Muros llenos de ojos abiertos o entrecerra­dos que observan el paso del tiempo y el deambular de hormigas de dos patas

¿ QUÉ son las ciudades si no surcos, agujeros y vacíos? Solo hay que sobrevolar una urbe cualquiera, cosa que hoy se puede hacer sin levantarse de la silla y con un simple golpe de ratón, para observar que las ciudades se asemejan a la típica costra resquebraj­ada de barro que queda la desecarse una charca. Una miríada de polígonos irregulare­s y de formas orgánicas, que en la mayor parte de los casos se desparrama­n sobre un manto base. A poco que uno se acerca empieza a captar matices como el espesor variable de estas cortezas, y la distinta dimensión de las heridas que arañan esta cáscara de naranja. Algunas confluyen en grandes huecos y otras se van estrechand­o hasta casi desaparece­r. Y si bajamos de escala y nos adentramos en estos surcos, la percepción que tenemos de ello es completame­nte diferente. Estos surcos, ahora cañones y desfilader­os, nos ocultan la informació­n de por donde se encuentra la salida del laberinto. En estos espacios vacíos es en los que la ciudad ES. Porque todo lo que queda tras las pantallas y muros que conforman las manzanas pertenece a otro ámbito, más privado, oculto y misterioso. Muros llenos de ojos abiertos o entrecerra­dos que observan el paso del tiempo y el deambular hormigas de dos patas … Tenemos tramas extremas, como puedan ser el hiperdensi­ficado casco de Marrakech, con sus callejuela­s por las que apenas se pueden cruzar dos sílfides sin rozarse, o abiertas y esponjadas como Copenhague, en los que las calles, plazas y avenidas serpean de plaza a plaza encerrando jardines y patios de manzana en una ciudad dominada por el aire. Y siendo tan distintas, y obedeciend­o a las opuestas razones de trazado que dieron origen a su existencia, comparten el hecho existencia­l de ser la red por la que la vida del organismo urbano fluye y riega cada rincón. Por más años que pasen, y esto se puede apreciar en los vestigios y ruinas urbanas que de pasadas civilizaci­ones nos han llegado, la urbe ha definido el carácter social y gregario de la humanidad. El ser humado necesita un refugio y un lugar privado para la tribu; un techo que lo cobije y lo proteja de los elementos… y de “los otros elementos”. Pero sin un lugar común propio a la vez que ajeno en el que sentirse libre, a la vez que acotado, arropado y acompañado no es nadie, y ese lugar se llama, ciudad.

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