Diario de Almeria

INVISIBLES

- ▼ ▼ IGNACIO ORTEGA Escreitor ignacio.ortegac@gmail.com

VENGO de Madrid, una ciudad tentadora y hostil, donde hay gente que vive en pie de guerra, atravesado­s por un hilo de desolación y distancia, sin apenas mirarse, sin apenas conocerse. Al venir desde Almería es difícil respirar un aire espeso de gases que cruje en los pulmones, un aire invisible y silencioso que se mezcla con la belleza muerta de sus hermosos edificios y un trepidar de gentes que se arrojan como lobos a la calle.

Vengo de una ciudad donde la invisibili­dad sólo la adquieren los pobres y los viejos, los inmigrante­s y los desahuciad­os de la vida, los refugiados y los arruinados por las hipotecas, etéreos todos, despojados de un hueco en la ciudad porque el ayuntamien­to de allí, dicen, quiere esconder sus existencia­s vergonzant­es y los expulsa bajo los puentes de la M-30, donde se vuelven invisibles.

Vengo de ese intrincado laberinto de Madrid donde se cuece y exporta toda la basura y violencia mediática del país, donde la gente de las finanzas consiguen que personas invisibles tributen desde la invisibili­dad para ellos, donde se cuecen relaciones de dominio invisibles con los que hacen negocios invisibles con los derechos de los demás.

Vengo de una ciudad, espejo de vanidad y soledades que, como la niebla, te

Si vas a Madrid haz saber que, a pesar del rincón al que nos destinó la geografía no somos de la misma esencia humana

atrapa de arriba abajo y, antes de matarte te envuelve y angustia, como los rostros de dignidad de la cola del hambre que he visto en el barrio de La Latina o en el Comedor Social de travesía Sánchez Preciado, donde hacían fila gente con la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo, como si quisieran hacerse invisibles.

Si vas a Madrid, no olvides cargar en tu mochila las señales de dignidad de ser aquí, de Almería. Y hazlo con la misma fuerza loca que la hicieron miles de almeriense­s en los sesenta cuando poblaron los barrios de Madrid y enseñaron a los de allí que la dignidad era poder comprar un kilo de garbanzos y tener olla para compartir.

Y no olvides el agua ni la lata para los gatos callejeros que aquí dejas, ni las voces a gritos de la gente llamarte por tu nombre; llévate los olores de aquí y el sonido de los pasos que agigantan el eco nítido de tu visibilida­d, antes de que aquella ciudad te atrape y te ciegue. Llévate cada calle del casco histórico, cada hora de esta ciudad, cada amanecer que son como un estado de promesa. Si vas a Madrid haz saber que, a pesar del rincón al que nos destinó la geografía no somos de la misma esencia humana: que no somos dos que cruzan la vida por la misma acera sin mirarse.

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