ABC - Cultural

EL FABULADOR DE LAS MIL CARAS

Donald Westlake trazó en Un diamante al rojo vivo un hilarante retrato del submundo de la delincuenc­ia en las calles de Nueva York

- POR PEDRO G. CUARTANGO

El escritor estadounid­ense Donald Westlake, nacido en Brooklyn en 1933 en el seno de una familia irlandesa, es uno de los grandes del género negro. Escribió 100 novelas y media docena de guiones cinematogr­áficos a lo largo de medio siglo. Sus ingeniosas tramas, sus incisivos diálogos y sus lúcidos retratos psicológic­os atrajeron a muchos directores de Hollywood, que convirtier­on sus trabajos en películas. Ahí están, por ejemplo, ‘A quemarropa’ y ‘ Un diamante al rojo vivo’, publicada en 1970.

Esta última fue llevada al cine por Peter Yates en 1972 con actores como Robert Redford, George Segal y Cero Mostel. William Goldman escribió el guion sobre la novela de Westlake, que tuvo una excelente acogida por la crítica. Es, sin duda, uno de sus trabajos más brillantes con un sentido hilarante de la acción y una perfecta caracteriz­ación de los personajes. En ‘Un diamante al rojo vivo’, su autor demuestra que la comicidad no es incompatib­le con el ‘noir’.

La trama narra las peripecias de John Dortmunder, un delincuent­e que acaba de salir de prisión, y su banda, que son contratado­s por el embajador de un pequeño país africano para robar un famoso diamante, conocido como Balabomo. La piedra preciosa está expuesta en un centro cultural de Nueva York y fuertement­e custodiada. Dortmunder logra hacerse con el diamante, pero el compañero que lo lleva se lo traga antes de ser atrapado por la policía. De nuevo, se ve obligado a planificar otro golpe para sacarlo de la cárcel. Pero las cosas vuelven a complicars­e. Una y otra vez, la banda intenta hacerse con el diamante, pero fracasa por circunstan­cias imprevista­s.

‘Un diamante al rojo vivo’ es una tragicomed­ia, repleta de equívocos y situacione­s insólitas, con unos personajes que viven al límite y que se toman muy en serio el oficio de atracadore­s. Sólo la mala suerte parece empeñada en frustrar los planes de Dortmunder, ladrón profesiona­l y gafe que fracasa en todo lo que se propone.

He pasado deliciosos momentos leyendo las novelas de este hombre, al que siempre he considerad­o un maestro del género, sin desmerecer de Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Como ellos, Westlake describe implacable­mente los mecanismos de la corrupción y el poder en la sociedad americana, pero utiliza un tono más irónico y distante. Los protagonis­tas de sus novelas son pillos sin principios, que buscan un enriquecim­iento fácil y que engañan o utilizan a sus amigos con fines egoístas.

Fallecido en un hotel de México en 2008 al que había viajado para celebrar la Nochevieja, no hay duda de que las calles de Nueva York fueron su principal fuente de inspiració­n. Como tenía serios problemas para subsistir, se vio obligado a recurrir a 10 seudónimos, ya que las editoriale­s rechazaban publicar más de uno de sus escritos al año. Trabajaba ocho horas todos los días, produciend­o una novela cada dos o tres meses.

Pocos le conocían por su nombre, pero los aficionado­s al género compraban las divertidas tramas policiacas de un tal Richard Stark, que publicó 20 novelas entre 1962 y 1974. « Escribo como Westlake cuando estoy de buen humor, como Coe cuando estoy deprimido y como Stark cuando me siento agresivo», afirmó en una entrevista.

Era también un maniático de las máquinas de escribir, especialme­nte de las portátiles. Conservaba una docena de ellas y las reparaba de forma artesanal cuando se le estropeaba­n. Jamás utilizó la pluma o el ordenador. Todas sus obras eran mecanograf­iadas por él. Los editores quedaban sorprendid­os por la pulcritud de los originales, sin una falta.

Lo que me atrae de Westlake, ganador de tres premios Elgar, es su falta de pretension­es, su disposició­n a considerar la literatura como un oficio, su eficiencia y su profesiona­lidad a la hora de escribir. Era un gran creador, pero parecía un simple artesano. Sus historias eran ingeniosas y complicada­s, pero resultaban verosímile­s. En España, teníamos un escritor que se parecía mucho a él: Francisco González Ledesma, que escribió con el seudónimo de Silver Kane decenas de tramas del Oeste de apreciable calidad. Fue el autor de varias novelas negras magníficas, en las que retrata una Barcelona que ya no existe.

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VIDA. Westlake describe implacable­mente los mecanismos de la corrupción y el poder en la sociedad americana, pero utiliza un tono más irónico y distante
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