EL NOVIO ESTUPEFACTO.
Navidades de sol y playa.
No sé si es por los villancicos, las lucecitas que adornan las calles y los centros comerciales o los anuncios de juguetes, pero el caso es que en Navidad todas las familias están con el mood #exaltacióndelamor. Sobre todo la mía: el año pasado, mis padres tuvieron la idea de hacer un viaje todos juntos para celebrar las fiestas como cuando éramos pequeños. Así, sin paños calientes. ¡Listos para los Juegos sin hambre! Lo primero fue decidir el destino. Curiosamente, no resultó difícil: nos decantamos por las Islas Canarias. La salida desde el aeropuerto para coger el avión fue caótica y a toda prisa porque llegábamos tarde al embarque. Íbamos corriendo por la terminal como la familia de
Solo en casa (pero sin Macaulay Culkin) y así nos topamos con un señor de seguridad, Ramón, que no nos dejaba pasar. «Mire usted, soy una madre de familia –dijo la mía– que necesita subir a ese avión y le aseguro que no quiere verme enfadada». ¿Qué encontraría ese hombre en la mirada de mi santa progenitora para abrirnos paso y casi escoltarnos hasta el finger? La cólera de una cabeza de familia no hay protocolo antiterrorista que pueda reprimirla. Al llegar a la isla de Lanzarote fue especial descubrir que nuestras maletas no estaban: se habían ido a París (yo estoy convencido de que Ramón, el de seguridad que nos había abierto paso, tuvo algo que ver). Así, nos vimos a 22 grados con jerséis de lana, pantalones largos y cazadora. Tuvimos que comprarnos unas camisetas de esas que llevan la inscripción Estuve en Lanzarote y me acordé de ti para hacer frente al imprevisto. A. eligió una de una palmera con gafas de sol que ha pasado a ser su pijama favorito. Yo me compré un bañador surfero para ser como Jason Momoa, pero en realidad me quedaba como al portero de Aquí
no hay quien viva. Si nos llega a ver alguien de Netflix nos hace una serie y firmamos tres temporadas. La verdad es que bañarse en diciembre es increíble, pero mi capricho era recorrer la isla en un descapotable. Una experiencia preciosa de no ser porque me vine arriba con la buena temperatura y conduje sin camiseta (en las pelis es lo más), lo que provocó que me quemara con el sol y me quedara un cinturón de seguridad en la piel hasta mayo. A mi hermana, que quería ir a lo Thelma y Louise, se le voló un pañuelo que era de nuestra abuela. La gente de interior no está hecha para descapotables. Después de embadurnarnos en aftersun y pasar una noche on fire, llegó el Día de Navidad. Pero nos habíamos olvidado de que nuestros regalos estaban en las maletas, así que nos quedamos plof. Mi padre, en el papel de Papá Noel improvisado, dijo con convicción: «Tengo una idea genial. Os cambio los paquetes con lazos que teníamos previstos por unas raciones de papas con mojo picón y queso majorero mientras vemos el mar». Y la verdad, a ver qué plan puede superar eso. Unas Navidades inolvidables.