Córdoba

Gala, Calixto, Tromba, Córdoba

No cabe imaginar mejor semana cordobesa que la pasada

- NO ME DIGAS... ALBERTO DÍAZ-VILLASEÑOR Alberto Díaz-villaseñor es escritor

Volaban las hojas como en un otoño de furia y urgencia. En pleno junio, caían semillas como nubes de verano y granizadas de agosto. El viento rugía en torbellino de ideas, los ojos, cerrados para mirar hacia adentro, tan necesario en estos tiempos de agitación, estupidez y mudanza. El pasado martes 11, hace justo una semana, saliendo de la Biblioteca provincial Grupo Cántico, sobre los Jardines de la Agricultur­a, sobre ese parque que los cordobeses han sabido resumir con realismo y eficacia como parque de los Patos, se abatió lo más grande. Una tromba de dioses embravecid­os, una marea en tierras de secano, una lluvia de ideas para nuevos poemas arrastrado­s por el viento de la analogía, un cántico de flautas de un dios Pan loco frente a un rótulo que ponía precisamen­te Grupo Cántico, como si los poetas no pidieran a la vida otra cosa que no fuera música.

Unos días antes, el sábado 8, una treintena larga de poetas, escritores, creadores, rendimos homenaje sentido (cálida organizaci­ón de José Luis García Clavero y Rafael Ruiz Serrano), merecido y necesario a Calixto Torres, poeta en el alma y del alma, editor, alguien que, cual mecenas renacentis­ta, no ceja en su apoyo obstinado y constante a las letras cordobesas. Y, hace sólo unos días, el 13, onomástica de San Antonio, la ciudad levantaba (erigía sonaría más exacto por trascenden­te) busto de cuerpo presente al mejor de los Antonios, Antonio Gala, obra de César Orrico, en pose muy antoniogal­ana, con mirada sarcástica muy suya al desgaire del mundo, pañuelo de cuello como aliño indumentar­io y bastón imprescind­ible (cuestión de estática, no de estética, repetía Gala) con empuñadura ergonómica tipo Park Lane, aunque, extrañamen­te, sin perrillo que le ladre.

No cabe imaginar mejor semana cordobesa que la pasada en una ciudad que alimenta la poesía y las letras como quien respira gases nobles de los que alumbran el negro éter sideral con destellos en la mirada dirigidos al planeta todo y sus redondeces. Serían entre las cuatro y media y las cinco de la tarde, hora torera que recuerda al poema lorquiano dedicado a ese otro mecenas y tantas cosas que fue Sánchez Mejías, cuando la sangre de Córdoba se alteró, por fin, en un fin de primavera que recupera su normalidad de vientos, con las acacias de los Patos, sus plataneras, ailandos, moreras, naranjos, robinias, álamos blancos y, cómo no, árboles de Júpiter, agitados como locos abanicos de fiebre creativa. No se sabe de nadie que viera a las estatuas que pueblan el parque de los Patos, o incluso a la misma paloma de la quiosquera Victoria Domínguez, cerrar los ojos y las narinas ante la tromba de semillas voladoras. Que volaban como poemas.

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