El posible adiós de Paul Auster
De cáncer, el escritor publica ‘Baumgartner’, de carácter testamentario
En los últimos tiempos, la desgracia ha azotado con fuerza a Paul Auster (77 años). En marzo del pasado año, su esposa, la escritora Siri Hustvedt, anunciaba que el autor neoyorquino se preparaba para una dura lucha contra el cáncer y que, tras haber superado efectos adversos del tratamiento a principios de este año, todavía sigue viviendo en cancerlandia, como irónicamente se refiere el matrimonio a este proceso. Así que Baumgartner, su última novela, la número 20, aparecida originalmente en noviembre y que ahora llega en castellano de la mano de Seix Barral, inevitablemente ha sido recibida como una suerte de ficción testamentaria, mayormente porque sigue a un septuagenario profesor de filosofía en Princeton, Seymour, Sy Baumgartner, que encara su jubilación, se muestra muy poco hábil para las pequeñas miserias de la vida cotidiana, mientras pasa revista a su vida a través de sus recuerdos y de los diarios de su amada esposa fallecida una década atrás. No se trata de una novela en la que ocurran muchas cosas, es más bien un recuento de una existencia marcada por la pérdida, pero la tentación de leerla en clave de resumen final es grande porque el autor recibió el diagnóstico en la etapa final de su escritura.
No tiene tampoco Baumgartner el tono elegíaco y sombrío que se le supone a una despedida aunque en la única entrevista que el autor ha dado –al diario británico The Guardian– tras su publicación hable de la posibilidad de no volver a escribir otra novela. La obra es breve y ligera y tiene un tratamiento
levemente dramático, a excepción de los momentos en los que el personaje habla de su esposa que falleció mientras nadaba en un mar agitado y cuya ausencia él percibe intensamente como las personas que han sufrido una amputación y siguen sintiendo el miembro fantasma. Auster acude a la idea de miembro fantasma para hacer una reflexión sobre el duelo y las pérdidas, en una reflexión que se diría muy influida por los estudios neurocientíficos que tanto interesan a su esposa.
No sería extraño que en el tono final de la novela se hayan filtrado dos sucesos terribles que le golpearon y de los que se hizo eco profusamente la prensa en 2022. La muerte de su nieta de 10 meses que ingirió heroína y fentanilo por un descuido del hijo del autor, Daniel Auster, quien tras ser acusado de homicidio accidental y homicidio negligente, falleció de sobredosis. Dos golpes durísimos que cerraron una relación que siempre fue muy conflictiva entre el autor y su hijo. Daniel, en los años 90, hahumorístico bía sido testigo (y fue pagado, al parecer, para que no hablara) del asesinato y posterior descuartizamiento de un miembro de la movida nocturna neoyorquina. El hijo también alimentó el argumento de Todo cuanto amé, una de las mejores novelas de su madrastra, Siri Hustvedt, que en los años 80 le retrató de forma sesgada pero reconocible como un chico inquietante y peligroso, para gran indignación de la madre de este, la también escritora Lydia Davis.
La literatura de Paul Auster, quien tuvo a su vez un padre profundamente introvertido con el que nunca se entendió, ha estado marcada por las complejas relaciones entre padres e hijos y por esa razón no es aventurado pensar que estas dos muertes recientes hayan alimentado esta novela. Baumgartner bebe también de las conocidas obsesiones del autor, que más de una vez se retrató a sí mismo como un anciano encarando el final de su vida. También están sus habituales guiños metaliterarios vinculando realidad y ficción, como el detalle de que el apellido de soltera de la madre de Baumgartner sea Auster. Es una bonita manera de cerrar el círculo con la que fue su primera novela, La ciudad de cristal, sin duda, su obra más influyente. Puro juego de espejos que vuelve a refrendarse en el que, esperemos, no sea su último trabajo.