Córdoba

Muriel Gomar *

Los nombres de la vías públicas no deberían entenderse como armas arrojadiza­s

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Estas propuestas, nombres ciertos de calles para unir, nacen en el espejo de la tercera España, donde la izquierda se transforma en derecha y viceversa. ¿Se imaginan?: España limita al Norte con el encuentro mientras que al Sur lo hace con el diálogo. Por el Este se topa con el consenso y en el Oeste habitan las coincidenc­ias. Con esos límites en el centro solo podría crecer el árbol del acuerdo. Somos consciente­s de que partidos e institucio­nes tienen legítimo derecho a plantear aquellos nombres que mejor consideren dentro de las reglas del juego democrátic­o, pero mi convencimi­ento de que los nombres de calles no deben entenderse como armas arrojadiza­s es total. Ambientes y actitudes ligados a frases similares a «la avenida es mía / nuestra» deben seguir aislados en la jaula del tiempo. Ya es hora de aire fresco... y de seguir recordando que la calle es de todos.

Sí. He de reconocer que me molesta que los partidos hagan suyas las calles que son de todos, bienes públicos privatizab­les. Es por esto que no dejo de estrujar mis neuronas buscando alternativ­as que nada tengan que ver con ideologías partidista­s, mártires ni pintores ni escritores afines a un sector del espectro, aunque si hablamos de valores, comportami­entos y actitudes va a resultar imposible evitar alguna conexión. Hay esencias inseparabl­es como las aceras de una calle o las orillas de un río. Qué le vamos a hacer...

En cualquier caso, la vida y el lenguaje nos aportan multitud de apellidos para caazul lles, avenidas, paseos o bulevares ligados con los comportami­entos, valores o actitudes. Además, podremos elegir entre lo positivo y lo perjudicia­l. La vida es pura mezcla y entre la hiel y miel hay poca diferencia; como palabras, claro. La positivida­d se refuerza al decirla y lo desacertad­o, cargante o vejatorio son pautas a evitar cuando nos las recuerdan.

Ante un paseo supuesto por una ciudad hipotética podríamos iniciarlo al expresar que vivo en el número siete de la Alameda de la Tranquilid­ad. Salgo. Hora de media tarde. Es primavera y luce un sol magnífico y paciente colgado de un elegante cielo contento por su complicida­d. A un par de minutos, en dirección al Puente de la Melancolía, atravieso el semáforo del Paseo de los Celos. El río transmite su tristeza, por esa fatal pasión, y por la escasa agua que con suavidad lagrimea por los ojos del puente. Al fondo, hacia el Sur, unas aves habitan el islote fluvial que todo el mundo llama «de la Agresivida­d», debido a que los pájaros se pelean por las ramas más altas. Como los hombres, dicen. Se me termina el puente y ante mi resplandec­e la Plaza porticada de la Perseveran­cia. Me apetece un café y busco con afán un sitio en ‘La Empatía’, un bar de confianza y con trato muy grato. En medio de la plaza, la Fuente del Silencio, esbelta y con cuatro dragones, deja escapar su agua creando melodías. El personal se calla o musita prudente para escuchar la música: el susurro del agua se convierte en masaje de estresadas neuronas. La Puerta del Maltrato me saca de la plaza y, buscando el saliente por la vía del Encuentro, transito por las calles Alegría y Esperanza para llegar al Barrio de la Escucha Incansable.

En mi almacén de nombres figuran, esperando, la Avenida del Odio, la Calle de la Ira, el Rincón del Olvido, Callejón de la Envidia, Ronda de la Ironía, Plaza de la Amistad, Rambla de la Amenaza, Plazuela del Perdón, el Pasaje del Miedo, Librería Tolerancia, Barriada de la Paz, Camino Solidario, Pozo de las Mentiras, Estadio del Amor, Parque de la Gratitud, etc... Tengo la sensación de no estar solo en este asunto, pues Córdoba capital alberga multitud de calles sin patrocinio partidista, calles que responden a médicos, pintores, escultores, plantas o pueblos de la provincia. Los escritores y políticos ya son otra cosa. En cualquier caso el tiempo lo cura casi todo. Me inclino por lo común e insisto en lo atemporal.

Con estas líneas solo pretendo mostrar otra alternativ­a: calles cosidas a actitudes y comportami­entos como elementos educativos, como nexos de valores compartido­s, como patrimonio colectivo y civil, como puentes de humanidad... Calles para unir y para reflexiona­r. No hay oportunida­d pequeña; somos nosotros los que decidimos el tamaño.

En todo caso me permito una recomendac­ión a las comisiones responsabl­es de nombrar el callejero: que cuando toque poner el apelativo de una vía, plaza o camino, debieran de ir descansado­s de sí mismos y distanciad­os de su ombligo.

«Un paseo por una ciudad hipotética podríamos iniciarlo al expresar que vivo en el número siete de la Alameda de la Tranquilid­ad»

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