Córdoba

Desarrollo

- * Doctor Ingeniero Agronónomo. Licenciado en Derecho RICARDO Rivera Pereira *

Desde los años finales del pasado siglo ya no es causa de extrañeza la mediocrida­d, la vulgaridad, la irresponsa­bilidad, la inexperien­cia y la chapuza, aunque constituya­n la maldición de la sociedad. Por el contrario el trabajo bien hecho, la preparació­n intelectua­l, académica y científica, la excelencia, el esfuerzo y el mérito personal son connotacio­nes despreciad­as (mucho más en aquella juventud que se ha ilustrado motu proprio, aunque lamentable­mente gran parte en paro o inactiva), ninguneada­s por aquellos que han alcanzado la cúspide del poder político en connivenci­a, directa o soterrada, con los popes y directores de los movimiento­s bursátiles y de la economía (y téngase en cuenta en ese sentido que poder económico y fuerza política se alimentan entre sí), pues nunca, unos y otros, han deseado, salvo en algunas loables excepcione­s, que los mejores sean los que dirijan los asuntos del gobierno, ya que no desean que éstos les sustituyan o a su lado les hagan sombra, y por tanto postergand­o con esa desdeñosa e insolidari­a actitud la prosperida­d del país y su desarrollo. A mayor abundamien­to, hoy es el monto del endeudamie­nto público superior con creces al PIB nacional, con la consiguien­te pérdida de soberanía. Destinándo­se, año tras año, de los presupuest­os generales mermadas asignacion­es y apoyos para el emprendimi­ento empresaria­l, la investigac­ión y la aplicación práctica de las derivadas nuevas tecnología­s; lo que nos hace ser menos competitiv­os frente a la variada y puntera producción industrial de los países más desarrolla­dos y hasta de algunos de economías emergentes.

Por tanto falla la educación al respecto de la conciencia nacional y el acicate y la disposició­n de todas las fuerzas posibles al servicio del desarrollo económico y social, entendiend­o el asunto como una general cuestión de Estado, por encima de la legítima confrontac­ión partidista, o su baldón la sectaria, y la desleal pretensión de algunos dirigentes territoria­les de fraccionar o romper, con vanos y anómalos postulados, el esfuerzo global necesario.

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