AS (Sevilla)

Estreno con más

El Atleti empata a cero ante un rocoso Oporto ● Los de Conceição dominaron juego y las ocasiones

- PATRICIA CAZÓN

Antes de que los pitos llovieran sobre el nombre de Griezmann cuando asomó en el videomarca­dor, hubo nervios. Los de esas 40.098 personas. Qué camiseta se ponían, aclararse la garganta. Volver a vivir y no sólo a ver al Atleti, en el estadio, bajo esa música, the champiooon­s. No se entremezcl­ó ésta con los pitos. Porque cuando el Atleti saltó al campo bajo ese himno, Griezmann lo hacía en chándal. Simeone lo resguardó de inició en el banquillo. Que nada distrajera de este momento. Primera jornada de Champions. El Oporto. Entre la afición a capella, las bufandas, camisetas y el sentir que está volviendo la vida de antes, la vida a secas. Y sonaron los pitos pero no la flauta.

El Oporto le robó enseguida el balón a un Atleti con João Félix, Lemar y Kondogbia. Había saltado el equipo de Conceição como un bloque granítico. Se leía en la cara de

Pepe cuando bajaba las escaleras hacia el partido, antes de comenzar, concentrad­a, contraída. Enseguida lo llevaron a la hierba, llenando cada espacio. Habían venido a jugar y el cuero no les quemaba. Y se llevaban todos los duelos, disputas, saltos, las transicion­es. Como si esto no fuera una jornada primera sino una eliminator­ia a vida o muerte. El grupo, qué duro.

A los diez minutos, Oblak abroncaba, como portero y segundo capitán. Por el blandiblú de la defensa ante una carrera de Luis Díaz. Porque pedía más concentrac­ión, igualar el granito. A los cinco minutos lo gritaba Simeone. Afónico ya. Reordenand­o a sus jugadores, el sistema, del 5-3-2 al 4-4-2 en defensa. Lo que veía no le convencía. El único peligro de su equipo había sido un disparo lejano de Suárez, al inicio, que Diogo Costa alejó de su portería como quien se quita una mota de polvo.

Se fue atragantan­do el partido en esa lucha por el espacio. João estaba pero no, transparen­te, con todo su talento vete tú a saber dónde, otra vez más. Felipe parecía que aún jugaba con ellos. Llorente se apagaba como carrilero, sin velocidad ni sorpresa. A Carrasco le superaban Otavio y Corona. Todos inmóviles. Todos menos uno: Kondogbia, de hormigón armado. A falta de imaginació­n, su músculo. Hizo de Bolt para evitar que Zaidu rematara, solo, un balón profundo de Taremi, después lo sacó, sin penalti, y se igualó el duelo. El plan era desgastar, piedra a piedra, antes de asaltar. Antes del descanso, Simeone perdía a Lemar, lesionado, sustituido por De Paul. Los de Conceição, mientras, sólo sabían segar. Luis Díaz le tatuaba los tacos a Giménez en el talón. Pisotón de Zaidu a Koke, también barrido por Uribe. Amarilla, amarilla, amarilla. Alguna con alma de naranja.

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Taremi golpeó con el brazo una pelota que se coló en la portería de Oblak, que no se entendió con Kondogbia en un pase atrás de Lodi.
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