ABC - Alfa y Omega Madrid

Vivió y murió 17 metros más cerca del cielo

- Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo Madrid

¿Qué es lo que mueve a un hombre a subirse a una columna para pasar allí el resto de su vida? Eso fue lo que hizo san Simeón Estilita el Joven, uno de los cientos de anacoretas que vivieron en Siria en los primeros siglos y que buscaron a Jesús de las maneras más excéntrica­s

Año 554. Siria. En lo alto de una columna, a varios metros de altura sobre el suelo, tiene lugar la ordenación sacerdotal más insólita de la historia: la que recibió san Simeón Estilita el Joven. Para llegar hasta él e imponerle las manos, el obispo tuvo que equiparse con una escalera.

Nacido en Antioquía en el año 521, la madre de Simeón ha pasado al santoral con el nombre de santa Marta. De joven recibió una visión de san Juan Bautista aconsejánd­ola casarse con el hombre cuyo matrimonio habían arreglado sus padres. De aquel enlace nació Simeón, quien con solo 7 años perdió a su padre en un terremoto. Con el permiso de su madre, dejó su casa para unirse a una comunidad de anacoretas fundada por san Juan Estilita. Ese fue el acontecimi­ento que permitió al pequeño Simeón conocer que se podía seguir al Señor en todas partes, incluso desde lo alto de una columna.

Para entender esto hay que conocer bien cómo se vivía la espiritual­idad en Siria en aquellos siglos. Teodoreto, obispo de Ciro en el siglo V, detalla la gran variedad de prácticas ascéticas de muchos hombres de Dios a quienes llama «atletas de la virtud». Estaban los estacionar­ios, cuya penitencia era permanecer inmóviles la mayor parte del tiempo, para lo cual se construían estrechas celdas verticales que les impedían apenas moverse; los dendritas, que vivían en la copa de un árbol; los ramoneador­es, que se alimentaba­n de hojas y raíces; los boskoi, que habitaban en los bosques; los hipetros, que vivían a la intemperie ya hiciera frío o sol, o los saloi, que se hacían pasar por dementes. También había quienes habitaban en lo alto de un risco, en una cisterna vacía o dentro de un sepulcro. Y, por último, los estilitas (del griego stylos, columna), que vivían en lo alto de una columna durante años.

Nostalgia de las persecucio­nes

Los estilitas fueron quizá los anacoretas más reconocido­s de su tiempo. Les iban a ver multitudes que se subían a una escalera para hablar con ellos, en busca de consejo y palabra, y hasta emperadore­s acudían a consultarl­os. Realizaban milagros, expulsaban demonios y revelaban los secretos de los corazones. Tal era la fama de estos hombres que alguno fue incluso secuestrad­o y bajado de su columna para subirlo a otra cerca de una localidad que quería adoptarlo como propio. Tras sus muertes, los cuerpos de muchos eran disputados como las más valiosas reliquias, lo que en alguna ocasión demandó incluso la intervenci­ón de soldados para restaurar el orden. Y lo más importante: evangeliza­ban casi sin moverse, llevando a muchas almas a Dios, e incluso suscitando que a su alrededor se edificaran pequeñas comunidade­s monásticas.

La pregunta es por qué vivían así. El franciscan­o Ignacio Peña explica en La desconcert­ante vida de los monjes sirios que, en un tiempo en el que las persecucio­nes habían terminado, en el contexto triunfalis­ta que vivió la Iglesia tras el edicto de Milán, muchos de estos hombres, «hijos, nietos o parientes de los mártires, sentían nostalgia de una época que había producido tales héroes».

En este ambiente vivió nuestro Simeón, a quien a sus 33 años encontramo­s ya subido en su columna. Sin embargo, tan solo dos años más tarde se tuvo que bajar de ella buscando una mayor soledad, subiéndose a otro poste más lejano, en un risco menos accesible que con él pasó a llamarse monte de los Milagros. Pero no fue suficiente, porque la gente seguía acudiendo a pedir su intercesió­n. Todos querían estar cerca de Simeón, pero él solo quería estar cerca de Dios, y cuanto más arriba mejor.

En el año 566 puso pie en tierra solo para subir más alto: si la primera columna apenas tenía tres metros y la segunda siete, la tercera y última medía 17 metros. Después de 71 años viviendo cada vez más lejos y cada vez más alto, allí murió, 17 metros más cerca del cielo, en el año 592. Junto a su columna se levantaría más tarde un monasterio del que hoy solo quedan las ruinas.

¿Era necesario hacer todo esto para seguir a Cristo? Para el padre Peña, «estos hombres sedientos de Dios quisieron practicar el Evangelio al pie de la letra, sin glosas y sin acomodarse al mundo».

«A medio camino entre el reino de los ángeles y el de los hombres –continúa–, quisieron conformars­e a Cristo crucificad­o». Por eso «debemos dejar a Dios, que escudriña los corazones de los hombres, el juicio de algunas excentrici­dades que alguno podría calificar de suicidas. El Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere».

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CAROLE RADDATO Ruinas del monasterio en Turquía.
 ??  ?? San Simeón Estilita el Joven. Icono anónimo ortodoxo.
San Simeón Estilita el Joven. Icono anónimo ortodoxo.

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