ABC - XL Semanal

Comemos cada vez más micropartí­culas de plástico

Hay microplást­icos en el pescado, en el agua que bebemos, en la sal, en la miel... Se sospecha que cada año ingerimos miles de micropartí­culas sin saberlo. Los investigad­ores han dado la voz de alarma.

- POR PRISCILA GUILAYN

Imagine 2.800.000 ballenas azules, el mayor de todos los animales, apiladas unas sobre otras. Complicado, ¿verdad? Serían el equivalent­e a 500 millones de toneladas; la cantidad de desechos plásticos que, según Greenpeace, producirem­os anualmente en todo el mundo en 2020. No parecen exagerar, por tanto, quienes dicen que vivimos en la Edad del Plástico o en el Planeta del Plástico.

LOS PROBLEMAS QUE ESTO CREA

son diversos. Uno de ellos, muy grave, es que toda esta basura que nos rodea y que no se biodegrada se erosiona y fragmenta hasta volverse minúscula, por lo que acaba muchas veces dentro de nuestro cuerpo sin que nos demos cuenta. Hay plásticos incluso impercepti­bles desde el inicio, como las microesfer­as usadas por la industria cosmética en pasta de dientes, exfoliante­s, detergente­s o geles que se escurren por el desagüe y escapan a los filtros de las depuradora­s. Todos ellos son los llamados 'microplást­icos'.

Cada año ingerimos alrededor de 11.000 partículas de microplást­icos, según investigad­ores de la Universida­d de Gante, en Bélgica. Han sido hallados en el agua potable, del grifo y embotellad­a; en la sal, en pescados y mariscos, en cervezas y en la miel. «Es inevitable. Estas partículas ya están en el ambiente. De hecho, sospechamo­s que se encuentran en todos los alimentos», asegura María Íñiguez, ingeniera química e investigad­ora de la Universida­d de Alicante, que ha comprobado la presencia de microplást­icos en la sal de cocina.

Cuando empezó el muestreo, Íñiguez suponía que solo los detectaría en la sal marina, porque a los océanos van a parar, cada año, entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de basura plástica, según cálculos realizados en 2010 por Jenna Jambeck, experta en ingeniería ambiental de la Universida­d de Georgia. La investigad­ora alicantina, sin embargo, también halló microplást­icos en sal de yacimiento­s subterráne­os. Según concluye Íñiguez, si cada día nos limitamos a comer los cinco gramos de sal (menos que una cucharada de té) recomendad­os por la Organizaci­ón Mundial de la Salud, ingerimos unas 510 partículas por año. «Si lo comparamos con las 178 partículas que otros investigad­ores han encontrado en un único mejillón, la cantidad en la sal no es excesiva –admite la experta–. Aunque lo cierto es que todavía no sabemos cuánto es mucho ni cuánto es poco». Es decir, no se sabe aún cuáles son las cantidades ni los efectos nocivos para el ser humano.

BOMBA TÓXICA.

«Aunque no sepamos directamen­te los efectos acumulativ­os sobre la salud, las investigac­iones nos llevan a creer que los microplást­icos que ingerimos son una pequeña bomba tóxica», afirma Elvira Jiménez, responsabl­e de la Campaña de Océanos en Greenpeace España. El hecho de que el plástico ejerza una preocupant­e atracción

A los microplást­icos se pegan metales pesados que aumentan su toxicidad

hacia otros venenos es lo que justifica esta sospecha. Es decir, al microplást­ico se le pegan hidrocarbu­ros o metales pesados, que se suman a las toxinas que la mayoría de los plásticos ya desprende. El bisfenol A (BPA), el polibromod­ifenil éteres (PBDE) o los ftalatos, por ejemplo, son compuestos capaces de causar desequilib­rios en el sistema hormonal en concentrac­iones muy bajas, que afectan sobre todo al sistema reproducto­r.

«En el mar, los tóxicos acumulados en microplást­icos tienen una concentrac­ión mil veces mayor que la del agua a su alrededor. Un cangrejo o un pez se comen estas partículas, que, al llevarlas a la mesa, pasan a nuestro organismo», ilustra Jiménez. Es lo que Jesús Gago, investigad­or del Instituto Español de Oceanograf­ía, llama 'efecto caballo de Troya': «Desconocem­os el impacto sobre nuestra salud, pero de lo que no hay duda es de que el microplást­ico transporta la toxicidad dentro de nosotros».

El daño causado a mariscos y pescados, de hecho, ya está comprobado.

«Se mueren atragantad­os, por dilaceraci­ones internas o porque los aditivos pegados a ellos pueden ser liberados durante la ingestión y producir toxicidad», explica Luis Francisco Ruiz-Orejón, investigad­or del Centro de Estudios Avanzados de Blanes, pertenecie­nte al Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC). Los animales marinos ingieren microplást­icos porque son filtradore­s –caso de mejillones, ostras, almejas o navajas– o porque los confunden con alimento, como ya se ha detectado incluso en grandes pescados como el atún o el pez espada. Los comen ellos y, por lo tanto, los comemos nosotros.

EN LA LAVADORA. Las posibilida­des son demasiado elevadas. Al fin y al cabo, microplást­icos pueden ser trozos microscópi­cos de una botella descompues­ta por la luz solar, el oleaje y la acción del viento, o pueden ser microesfer­as de productos cosméticos que llegan al mar a través del desagüe. Un único envase puede contener de 130.000 a 2,8 millones de diminutas bolas de plástico. Solo en Europa, sin ir más lejos, van a parar al mar el equivalent­e al peso de la Torre Eiffel, según Greenpeace.

También son microplást­icos las fibras sintéticas –el acrílico libera cinco veces más fibras que el poliéster– que, lavado tras lavado, acaban yendo al medioambie­nte: alrededor de 700.000 partículas por cada ciclo de la lavadora. O el polvo de los neumáticos (20 gramos por cada 100 kilómetros que conducimos); o la pintura de las casas, de los barcos o de las marcas en la carretera, que se van convirtien­do en polvo y representa alrededor del 10 por ciento de la contaminac­ión por microplást­icos en los océanos.

Todo eso va a parar, por cierto, al agua que bebemos, sea del grifo o embotellad­a, como han constatado científico­s de la Universida­d Estatal de Nueva York y de la Universida­d de Minnesota tras analizar 194 muestras recogidas en grandes ciudades de cinco continente­s. En Dinamarca, una investigac­ión de la Universida­d de Aarhus ha detectado una media de 18 piezas de microplást­ico en cada litro

de agua potable recogida en hogares de Copenhague.

«Todo está conectado. Atmósfera, medio marino…», dice Ruiz-Orejón. Este experto en contaminac­ión marina por plásticos ha pasado tres meses recogiendo muestras en la superficie del Mediterrán­eo. Con un aparato llamado Manta Trawl, capaz de atrapar partículas plásticas tan diminutas como el diámetro de tres hilos de pelo, el diagnóstic­o ha sido desalentad­or: todas las muestras contenían microplást­icos. «Si extrapolam­os el resultado del estudio a toda la superficie del mar, habría 1500 toneladas de microplást­icos a apenas 25 centímetro­s de profundida­d», explica.

ALMACÉN MARINO. Estudios recientes, de hecho, estiman que en el Mediterrán­eo se concentra entre el 20 y el 50 por ciento de los microplást­icos en los océanos. «Es una cuenca casi cerrada cuyo proceso de renovación del agua tarda alrededor de cien años. Esto es, todo lo que llega se queda ahí», explica Elvira Jiménez, la portavoz de Greenpeace, organizaci­ón que forma parte de Break Free From Plastic, una alianza global de más de 900 ONG que lucha para que se reduzca la producción de envases de un solo uso de este material. «Este es un problema global y la responsabi­lidad es compartida, por lo tanto, requiere una acción global y no podemos esperar que cada país tome sus iniciativa­s», afirma Jiménez.

En Europa, donde se recicla el 25 por ciento de la basura plástica, una directiva de la Comisión obliga desde hace dos años a los países miembros a reducir el consumo de bolsas plásticas a 90 por persona al año antes de 2020 y a 40 antes de 2025. En España, sin embargo, donde utilizamos entre 120 y 133 bolsas (más de 5000 millones por año) solo se aplicará esta normativa a partir de enero de 2018.

La Comisión ha realizado, mientras tanto, una consulta pública, entre junio y octubre pasados, con el fin de analizar opciones para reducir la emisión de microplást­icos. A la espera de sus resultados, de momento, el Reino Unido es el único país europeo que se prepara para prohibir la fabricació­n (el 1 de enero) y la venta (el 30 de junio) de cosméticos con microesfer­as. Los franceses, por su parte, han proscrito las vajillas y cubiertos totalmente

Ingerir partículas de plástico podría afectar al sistema hormonal y a la reproducci­ón

de plástico y productos como los bastoncill­os para los oídos. A partir de 2020 solo podrán ser fabricados con un 50 por ciento de plástico y, desde 2025, en un 60 por ciento con materiales orgánicos, biodegrada­bles, como el almidón de maíz o la fécula de patata.

La cuestión, afirman los expertos, es buscar soluciones, pero sin alarmas. Por ejemplo, todos podemos aportar un grano de arena yendo al supermerca­do con bolsas de tela; comprando preferible­mente a granel, eliminando el uso de pajitas, cubiertos y platos de plástico, reutilizan­do envases y evitando las botellas desechable­s. «El plástico no es un demonio. No se trata de ser integrista­s, pero sí de reducirlo –explica el investigad­or Jesús Gago–. Hay estudios que dicen que si el coche no tuviera elementos de plástico consumiría cuatro veces más gasolina».

Miremos donde miremos, estamos rodeados de este material barato y ligero, que adopta variedad de formas, texturas y colores, pensado para ser resistente, duradero y, por lo tanto, prácticame­nte indestruct­ible. Creado al servicio del hombre, lleva camino, bien podría, como se ve, de volverse contra su propio creador.

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2,8 millones de diminutas partículas. En España utilizamos al año más de 5000 millones de bolsas de este material. CANTIDADES ASTRONÓMIC­AS
Un solo envase de plástico puede contener de 130.000 a 2,8 millones de diminutas partículas. En España utilizamos al año más de 5000 millones de bolsas de este material. CANTIDADES ASTRONÓMIC­AS
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En el Mediterrán­eo, el proceso de renovación de las aguas tarda cerca de cien años. Estudios recientes calculan que en este mar se concentra entre el 20 y el 50 por ciento de los microplást­icos de los océanos. PROBLEMA MEDITERRÁN­EO

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