ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La loca historia del imperio del megamix español

- DAVID MORÁN

Estamos en 1991, España baila lo que le echen siempre que sea en forma de cachitos de hierro y cromo empalmados con cinta de celo y alguien amenaza a otro alguien con cortarle los dedos. Uno a uno. Chas, chas. Adiós manos; hasta la vista falanges. Por si no ha quedado claro, el primer alguien abre el cajón del escritorio de su despacho y, sorpresa, exhibe un reluciente revólver plateado. Sólo lo enseña, no lo empuña. Aún no. De momento, sólo dedos. Aunque también es verdad que sin dedos es probable que se acaben los fajos de billetes, los beneficios millonario­s y el éxito como de otra galaxia. Luego llegarían los paquetes de cocaína, los sicarios mexicanos como recién salidos de ‘Better Call Saul’ y el intento de secuestro, pero esto no es una historia de cárteles de la droga y luchas de poder, sino la cara oscura, oscurísima, de una de las expresione­s culturales más genuinamen­te españolas de finales del siglo XX: el megamix. Un estilo artesanal de ‘collage’ musical hecho de éxitos del momento y efectos de sonido que arrasó en radios y discotecas, cambió la historia de la música de baile, y dejó un demencial reguero de traiciones y titulares asombrosam­ente disparatad­os.

Normal que, después de que Toni Peret, uno de los discjockey­s pioneros en esa cadena de montaje de eurodance e italodisco, publicase el año pasado un jugoso libro autobiográ­fico, las television­es se hayan tirado de cabeza al pozo con ‘Megamix Brutal’, serie documental coproducid­a por RTVE Play y 3Cat. En la parrilla digital y desde ya mismo, tres episodios narrados por, quién sino, Fernandisc­o ‘superstar’, que relatan el fenomenal auge y escandalos­o trompazo de Max Mix, factoría el ritmo que sacó petróleo de esa suerte de ‘sampledeli­a’ castiza que patentó Mike Platinas mediados de los ochenta. Cortar, pegar y bailar. Más de un millón de copias vendidas de los primeros cuatro volúmenes de ‘Max Mix’ y un fenómeno sin precedente­s que copó las listas y arrebató los números 1 a los astros pop del momento. Ahí está, un plano vale más de mil palabras, uno de los discjockey­s haciendo ‘scratch’ con una gigantesca silueta de cartón de Julio Iglesias.

Al otro lado de la pecera, moviendo los hilos y contando los billetes, Ricardo Campoy y Miguel Degá, dos jóvenes con tanta ambición como falta de escrúpulos que gobernaban Max Mix con mano de hierro. Así, entre sesiones de grabación de hasta 16 horas, discjockey­s prácticame­nte encadenado­s a la mesa de mezclas, y amenazas de dedos separándos­e dolorosame­nte del resto de la mano si alguien fantaseaba siquiera con dar el salto a Blanco y Negro, competenci­a directa y feroz, se forjó un imperio regido por las conductas mafiosas de Degá y la vista gorda de Campoy.

En el menú del día, de cualquier día, sobornos, palizas y Farias del tamaño de un cohete. Codazos a la competenci­a, intentos de echar raíces en Miami y una bestia incontrola­ble que, después del éxito descomunal de la serie ‘Max Mix’ firmada por Toni Peret y José María Castells, fue mutando en títulos como ‘Rambo Mix’, ‘Caribe Mix’, ‘Currupipi Mix’ y ‘Bombazo Mix’. Sí, el del trasunto de Aznar en la portada. El mismo año del atentado. Sutilezas, las justas.

Una serie documental de RTVE Play y 3Cat sigue el rastro de sicarios, palizas y números 1 que dejó el descomunal ‘boom’ de los recopilato­rios de música de baile de los años 90

Extorsión y soborno

En aquellos tiempos, entre 1993 y 1997, Max Music facturó miles de millones de pesetas. «Gracias a esto me pude comprar un Alfa Romeo», dice Peret en un momento del documental. Castellà, por su parte, se hizo con Fiat Uno y le quemó el turbo en un año. Poca cosa, en cualquier cosa, al lado del cheque casi en blanco que firmaron Campoy y Degá para birlarle a Blanco y Negro a Quique Tejada, su discjockey estrella.

¿El precio (real) a pagar? Lo que hiciese falta. «Casi todo vale para conseguir el éxito», sentencia Campoy mirando a cámara. Y en ese todo entraba desde comprarle un chalet a un alto cargo de una emisora de radio que ‘recompensa­ba’ a la discográfi­ca con los números más altos de las listas, sobornar a un agente de aduanas para que bloquease todos los discos de Blanco y Negro, mandar al hospital a un veci

Con más de un millón de discos vendidos de sus primeros volúmenes, ‘Max Mix’ copó las listas e hizo sombra a los astros pop

no porque su coche no dejaba suficiente espacio al Ferrari de Degá, o darle la paliza de su vida a un contable que supuestame­nte había metido la mano en la caja. Degá, han acertado, es el que amenazaba con amputar extremidad­es en el primer párrafo.

Con estos mimbres y una mezcla de material de archivo, recreacion­es y conexiones nada casuales con la ruta del Bacalao, ‘Crónicas Marcianas’ y ‘Operación Triunfo’ levantan Rafa de los Arcos (dirección) y Asier Ávila (guion) una docuserie en la que, no se vayan todavía, la bizarría no hace más que superarse. «Se volvió loco», resume mirando a cámara Campoy, para qué andarse por las ramas, a la hora de explicar lo que le pasó a su socio y ¿amigo? Miguel Degá. Porque, en efecto, cuando Ricardo Campoy decidió dejar Max Mix para crear Vale Music, Degá enloqueció. Y a lo grande. Le acusó de robarle 75 millones de pesetas, empezó a enviarle a la nueva oficina paquetes repleto de cocaína para que la policía lo pillase con las manos en la masa y, en el giro más loco de esta loca historia, contrató a unos sicarios mexicanos para que lo liquidasen. Los Mochaoreja­s, se llamaban. Y muy finos no estuvieron, porque se equivocaro­n de objetivo y secuestrar­on no a Campoy, sino a José María Castells, discjockey de la casa que tenía el mismo coche que Campoy.

«Te vamos a cortar los huevos y te los vamos a meter en la boca», le decían. «Vamos a matar a tu mujer y a tus hijos, Campoy», gritaban. Sólo que, claro, no era Campoy. Al pobre Castells le cayó una tunda de cuidado, pero vivió para contarlo: a uno de los sicarios se le ocurrió mirar el DNI del tipo que acababan de secuestrar y el DJ aprovechó la confusión para escapar. Algo parecido hizo el propio Degá, condenado en 2001 a tres años de cárcel por contratar a Los Mochaoreja­s y en paradero desconocid­o desde 2005, cuando se fugó de Quatre Camins aprovechan­do un permiso penitencia­rio. Max Mix, claro, pasó a mejor vida. Y Vale Music, futuro hogar de los ‘triunfitos’, hizo saltar la banca y en 2006 fue adquirida por Universal.

De Degá, algo así como el Voldemort de ‘Megamix brutal’ (cuesta que alguien pronuncie su nombre y no se refiera a él como ‘socio’ o ‘jefe) nunca más se supo, aunque su apellido volvió a ser noticia en 2014 por un trágico suceso: el asesinato de su hijo de 25 años durante una reyerta a la salida de una discoteca de Barcelona.

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// ABC Mike Platinas, pionero del megamix, junto al actor que interpreta los ‘flashbacks’ escenifica­dos
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