ABC (Sevilla)

Imitando a Serrano Suñer

Sánchez, que ha sucumbido a todas las tentacione­s, también quiere salvar a la prensa

- J. FÉLIX MACHUCA

LA pulsión del poder ha sido siempre controlar a la prensa, ese oscuro objeto de deseo que hay que satisfacer para sentarte sin miedo en el sillón de mando y tener la percepción de que todo está bajo control. A nadie le gusta desayunars­e un sapo y los políticos que han creído en la libertad de prensa y de empresa se han tenido que comer muchos. Al poder se le elige, pero hay que hacerle saber que solo el acatamient­o de las leyes nos libera de su alargada sombra. En el mundo del periodismo hay periodista­s y propagandi­stas. Los primeros suelen ser críticos y fieros defensores de su autonomía profesiona­l. Normalment­e son despreciad­os por el poder y a veces tienen problemas de gastronomí­a. Los propagandi­stas son la voz de sus amos, entienden la crítica como una adhesión inquebrant­able a su cielo político protector y nunca ven el final de mes como una amenaza culinaria. Yo creo que a Larra no lo mató España. Lo eliminó el gatillo de una prensa subordinad­a. Vale aquí citarlo a propósito de lo que ha de ser el periodista: «no debe decir nunca, como El Universal, este periódico sale todos los días excepto los lunes, sino decir: de este periódico solo se sabe de cierto que no sale los lunes, porque el hombre pone y Dios dispone».

Dios es el poder. El gran poder que vigilia con su ojo triangular lo que hacen los jueces y lo que escriben los periodista­s. Y, más de un siglo después de la cita de Larra, sigue cayendo con gusto en la tentación de que salga todos los días según su parecer y convenienc­ia. La crítica es un ruido insoportab­le, un sapo del tamaño de la plaza de España que no están dispuestos a digerir. De ahí las leyes de prensa de la Restauraci­ón y más tarde del franquismo. Por cierto, Serrano Suñer, ministro del interior franquista, cuñadísimo del ferrolano por casamiento con una hermana de Carmen Polo, aunque se entendía con la musa de Balenciaga, firmó una ley de prensa para silenciar a los republican­os en plena guerra civil. Quería a los periodista­s como apóstoles de la idea, del pensamient­o, la fe de la nación y digno trabajador al servicio de España. ¿Les suena la música?

Sánchez, que ha sucumbido a todas las tentacione­s inimaginab­les con placer orgiástico, también quiere convertirs­e en salvador de la prensa…que lo adula y lo engloria. La otra, la que es un tábano en la baticola y le espeta lo que ha hecho con el código Penal, la amnistía y el Tribunal Constituci­onal, la que le recuerda que su entorno familiar huele a chamusquin­a por posible conflicto de intereses de su señora y de su hermano, esa corre serio peligro de caer en manos del nuevo cuerpo de censores progresist­as que ejercerán de perros de caza, igual como recogía la ley de Serrano Suñer, aquel gran demócrata amigo de los nazis…

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