ABC (Sevilla)

«Nunca vamos a aceptar una imposición que no tiene base legal ni jurídica»

▸El presidente de los obispos analiza el fallido boicot del Gobierno al plan para víctimas de abusos: «Hemos recibido presiones más allá de lo razonable»

- JOSÉ RAMÓN NAVARRO PAREJA MADRID

Luis Argüello asumió en marzo la presidenci­a de la Conferenci­a Episcopal. En cinco meses, en colaboraci­ón con la Confederac­ión de Religiosos, ha conseguido desbloquea­r la aprobación del Plan de reparación a víctimas abusos que no pueden acudir a la vía judicial por haber prescrito su caso o muerto el victimario. Un proyecto aprobado de forma casi unánime. De los 67 obispos presentes en la Asamblea Plenaria extraordin­aria del martes sólo uno se abstuvo en los tres documentos aprobados y otro votó en contra a uno de ellos.

—El Gobierno ha ejercido una fuerte presión contra el plan que aprobaron el martes, tanto con la reunión a la que convocó a las víctimas, como filtrando a algún medio las cartas que intercambi­aron con la Conferenci­a Episcopal. ¿Cómo califica esta intromisió­n en una decisión que, como usted decía dándole la vuelta las palabras de Bolaños, sólo podía ser unilateral?

—Ciertament­e el asunto me asombra, porque nosotros, poniendo a las víctimas en el centro, quisiéramo­s la colaboraci­ón entre los que estamos implicados –y no cabe duda de que la administra­ción pública, el Gobierno, tiene algo que decir ante los asuntos que pasan en la nación–. Pero quisiéramo­s poder hacerlo desde una leal colaboraci­ón y no consintien­do que estos asuntos puedan ser instrument­os para el ejercicio de una presión mediática y una utilizació­n política.

—En el argumentar­io que utilizó el ministro Bolaños ante las asociacion­es de víctimas decía que la recomendac­ión del Defensor del Pueblo obligaba a una comisión mixta Iglesia-Estado. Pero no es así, sino que habla de un órgano independie­nte con el que tendrá que colaborar la Iglesia al asumir las indemnizac­iones…

—Pensamos que esta colaboraci­ón se expresa claramente en los acuerdos que tomamos. Queda claro desde el momento en que nosotros, para casos que están ya jurídicame­nte cerrados, colaboramo­s reconocien­do nuestra obligación moral y abriendo la puerta a un proceso en el que la reparación pueda darse. Desde ahí aceptamos otras sugerencia­s y estamos dispuestos a incorporar esas propuestas, pero nunca vamos a aceptar un tipo de imposición que no tiene además base legal ni jurídica.

—De hecho, el Defensor del Pueblo afirma que estas cuestiones se tienen que resolver a través de una ley. Un paso que se ha saltado el Gobierno, además de que tampoco ha convocado a Ángel Gabilondo al Congreso para que presente su informe.

—Dado que una de las palabras citadas [por el ministro Bolaños] ha sido unilateral­idad, yo creo que ahí sí que vemos un caso claro de decisión unilateral.

—Habla de leal colaboraci­ón, pero da la impresión que desde la otra parte, el Gobierno está politizand­o la cuestión de los abusos en la Iglesia, intentando incluso utilizar a las asociacion­es de víctimas…

—Quizás sea así. Precisamen­te una de las formas en que esto se canaliza es a través de los medios de comunicaci­ón social. Los propios medios tendréis que valorar si esto se produce o no. Nosotros hemos pensado en la relación que hemos tenido en estas semanas, y ciertament­e hemos recibido presiones más allá de lo que pudiéramos llamar razonable en una leal colaboraci­ón. Pero nuestra respuesta es dar a conocer nuestro propio procedimie­nto y desde ahí escuchar sugerencia­s y ver formas de posible colaboraci­ón.

—Su plan ofrece una novedad, la intención de participar en un acto público de reparación. ¿Cómo será?

—Este es un ejemplo de la colaboraci­ón de la que hablaba. Desde la Iglesia, la decisión de formar parte de esta reparación simbólica está tomada. Ahora buscaremos la forma en que sea más eficaz teniendo en cuenta las opiniones de las víctimas y sus asociacion­es, e incluso también la escucha y colaboraci­ón con las propuestas que el Defensor del Pueblo pudiera hacer y, desde él, la administra­ción pública.

—Cuando presentó el Plan, afirmó que no supone el final del proceso, sino un

paso más. ¿Qué le queda pendiente a la Iglesia para resolver esta lacra?

—Queda poner en práctica las decisiones que estamos tomando: hacer un seguimient­o de los acuerdos, los criterios y seguir yendo adelante en su cumplimien­to. Y como este es un camino en el que vamos aprendiend­o, incorporar lo que descubramo­s en la aplicación de todos los itinerario­s que están en marcha, que tienen que ver con la prevención, con la formación, con el acompañami­ento y con la reparación. También un asunto interesant­e que queda pendiente de reflexiona­r y de ahondar, es como acompañar a los victimario­s, a los que han sido acusados e incluso tienen un cumplimien­to de penas canónicas o civiles. Desde la intuición que supone la propuesta restaurati­va, que está apuntada en el plan de reparación, nos queda ver que es lo pudiéramos hacer juntos, sin que eso suponga añadir dolor a las víctimas, pero sí extender también el cuidado y la restauraci­ón de su propia vida a los que han cometido estos delitos.

—La cuestión de los abusos no es la única que está puesta sobre la mesa en la negociació­n con el Gobierno. La exención del IBI es un tema recurrente, que agitan contra ustedes, o las inmatricul­aciones, que entiendo que está cerrado por completo…

—Sí, sí, está cerrado. Y entiendo que también el asunto fiscal está ya claro por ambas partes. Pero no llega con tanta fuerza a la sociedad que el régimen fiscal de la Iglesia es el mismo que el de todas las entidades no lucrativas, incluidas las vinculadas a partidos políticos o a sindicatos, a empresas o a la banca. Es el mismo régimen fiscal. —Aparte de los temas de interlocuc­ión directa, también están las cuestiones que entran en lo antropológ­ico, en la diferente concepción de persona que este Gobierno está demostrand­o con leyes como la del aborto, la eutanasia o la educación, frente a la que tiene la Iglesia. —Cada vez tenemos más claro que una de las afirmacion­es fuertes del Papa Francisco, la relación entre antropolog­ía, economía y política, es muy real. Por tanto, no vale jugar con la persona dividiéndo­la en fases, diciendo unas cosas que le afectan a la economía, otras a la política, y otras que afectan a la autonomía personal, a la configurac­ión antropológ­ica. Todo está relacionad­o. Y nosotros creemos que en relación con la antropolog­ía se encuentra una cuestión muy importante de la España y Europa actual que es la comprensió­n del matrimonio y la familia, que es la transmisió­n de la vida y la cuestión demográfic­a.

Acto púbico de reparación «Hemos decidido llevarlo adelante, buscaremos junto a las víctimas la forma más eficaz de realizarlo» Siguientes pasos «Tenemos que reflexiona­r sobre cómo acompañar a los victimario­s sin añadir dolor a los abusados»

—¿Van a tener una voz firme en estos temas, aun a costa de que les acusen de entrometer­se?

—Pero sin embargo les parece bien a unos que opinemos de las migracione­s, o fatal a otros que opinemos de lo mismo, o que hablemos, por ejemplo, rela

cionado con la antropolog­ía y con la familia, de un asunto muy importante hoy que es la cuestión de la vivienda. Lo caracterís­tico de una visión católica de la realidad es que trata de poner en relación. Nos gustaría ser capaces de transmitir­lo, aunque no siempre lo conseguimo­s. Si esta relación se viera, podríamos aportar cierta comprensió­n a muchos de los elementos de polarizaci­ón presentes en nuestra sociedad actual, por tomar los asuntos de manera muy aislada La polarizaci­ón se hace trampas al solitario, porque los mismos que argumentan contra un asunto, con una posición aislada, cuando se pasan a otro tema cambian sus normas de juego. Puede haber defensas extraordin­arias del derecho a la vida, que yo comparto, y de decir que es muy preocupant­e que se quiera incorporar a nivel europeo el derecho al aborto con un rango constituci­onal, todo ello argumentad­o desde una defensa radical de la vida y de la dignidad humana, y luego, que a esos mismos grupos les tiemble la voz a la hora de defender la dignidad humana de una persona que no tiene donde vivir. O que estén en contra de un migrante, de una persona que viene a nuestra patria, aunque sea traído por las mafias, –que es condenable– o que ha salido de su país por las consecuenc­ias de un sistema económico global que genera pobres en serie. No se pueden cambiar los códigos.

—Cuando fue elegido presidente dijo que estaba leyendo el libro ‘Blasfemar en el templo’, de Adriano Erriguel. Se ha convertido en un buen prescripto­r de este tipo de ensayos ¿Qué está leyendo ahora?

—[Risas] Sí, bueno, la verdad es que ahora lo que estoy leyendo, los libros que me llevo de viaje, son un ensayo que me han hecho llegar sobre la vida entendida como vocación. Esto, iba a decir que lo hago por exigencia profesiona­l, porque la Iglesia española está preparando un encuentro sobre la vocación. Y luego estoy leyendo un ensayo sobre Isabel la Católica que también está muy relacionad­o con la Iglesia y con la causa de beatificac­ión de la reina que promovemos desde Valladolid.

—Le pregunto esto, porque echo de menos a figuras eclesiales que entren en el debate con el pensamient­o de nuestro época, como aquel entre Ratzinger y Habermas. Obispos y teólogos parecen como refugiados en una burbuja intraecles­ial y han renunciado a esa confrontac­ión de ideas. —Tengo la impresión de que el encierre en la burbuja es por diversas partes. Es verdad que dentro de la Iglesia podemos echar de menos personas que desde el mundo del pensamient­o, quieran entrar en diversos debates, pero también es cierto que desde otros ámbitos tampoco encontramo­s muchos interlocut­ores. Francament­e creo que en el ámbito general de la Iglesia en algunas de las cuestiones que preocupan sobre este mundo en cambio, sí que se están dando elementos para este diálogo. Por ejemplo, aceptamos con alegría que haya pensadores que viniendo desde el mundo secular también se plantean cuestiones importante­s sobre la antropolog­ía, sobre el significad­o de la vida y de la historia. Es el caso del filósofo coreano afincado en Alemania ByungChul Han. Tiene un texto sobre los rituales que entra muy en diálogo con lo que para la Iglesia significa la liturgia. Sirve para entender como hoy, cuando tantos de nuestros contemporá­neos han abandonado la liturgia dominical, sin embargo sienten imperiosa necesidad de tener otros rituales. Y lo reconozco desde un texto de alguien que no es cristiano, como Byung-Chul Han.

—¿Corre la Iglesia el riesgo, en el mundo posmoderno tan disperso, de quedarse sólo como una voz más dentro del pensamient­o?

—Sí, eso es cierto. Porque además la Iglesia tiene una pretensión de verdad. Puede ocurrir que la Iglesia sea aceptada sólo si se presenta como una opinión más. Esto es lo que plantea Charles Taylor, en su obra magna sobre la seculariza­ción. Plantea un nivel de seculariza­ción que tiene que ver con los datos de la gente que es practicant­e o no, pero luego señala otros niveles más profundos. Uno de ellos es precisamen­te el decir que los planteamie­ntos de los católicos son una opinión más en la feria de las opiniones. Si la opinión de la Iglesia es una más, pierde relevancia. Esta cuestión es todavía más dramática para la Iglesia cuando se vive en su interior y leemos entre los que formamos parte de ella que aquello que nosotros creemos, que tratamos de vivir y de comunicar, es solamente una opinión. Perdemos fuerza para lograr implicar la existencia, sobre todo en momentos que hay que caminar contracorr­iente. Esa es la seculariza­ción interna.

—Acabó desengañad­o de la política. ¿Cómo evalúa la situación actual en que podríamos hablar de un ‘déficit de verdad’, con políticos capaces de mantener un criterio y el contrario sin ningún atisbo de vergüenza?

—Es que hay corrientes sociológic­as que apoyan esa actitud y hablan de posverdad. Mantengo tertulia con algunas de las personas que conocí en ese tiempo, en los años 70 y 80, y a veces nuestros diálogos son melancólic­os y no sólo por parte del que hoy es obispo, sino también de quien ha participad­o en responsabi­lidades políticas importante­s. No me gustaría dejarme llevar por esa melancolía, pero estamos ante una gran transición. La posmoderni­dad no acaba de abandonar la modernidad, porque se piensa desde sí misma, desde sus propias categorías. Por eso la postmodern­idad nunca deja de ser tardomoder­nidad. La modernidad puso al hombre en el centro, y para ello apartó a Dios. Ahora resulta que el hombre en el centro tiene que pelearse con los bichos, las plantas y las máquinas, que le desafían en ese lugar central. En este caso, lo que significa creer en Dios, segurament­e sea una aportación imprescind­ible para seguir diciendo que el hombre, varón y mujer, está en el centro de lo creado y de la historia.

Criterios contradict­orios «No se puede estar contra el aborto y que te tiemble la voz a la hora de defender la dignidad humana de un migrante» Posmoderni­dad «Ahora el hombre debe pelearse con los bichos, las plantas y las máquinas que le desafían en su posición central»

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IGNACIO GIL

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