ABC (Sevilla)

Valerie, Uli, Ana, Carmen, Aurelia...

¿Qué haríamos cualquiera de nosotros en su lugar? No seamos cínicos: también nos echaríamos al mar

- ÁNGEL EXPÓSITO

LOS testimonio­s de las misioneras Ana en Kinshasha, Carmen en Bamako y Aurelia en Yaundé ya me adelantaro­n la bomba demográfic­a que no ha hecho más que estallar. Las lágrimas de Valerie en Yamena o Uli en Mbour me lo ratificaro­n: yo habría hecho lo mismo que sus hijos.

Conocí a Valerie y su bebé en el aula de un colegio de la Fundación Ramón Grosso a las afueras de la capital del Chad. Salió huyendo a pie de la República Centroafri­cana. «Intentamos salir del cuarto mundo para llegar al tercer mundo», me dijo. Con su niña en brazos, me narró cómo durante un viaje atroz, algunas madres abandonaro­n a sus hijos barones en la sabana para que no cayeran en manos de Boko Haram. «Mejor muertos en la cuneta que en manos de esos monstruos». Uli me abrió las puertas de su casa a unos cientos de kilómetros al sur de Dakar (Senegal) y me mostró la habitación de su hijo tal cual la dejó hace tres años. Nunca volvió. Se lo tragó el Atlántico tras sobrevivir a las torturas en una cárcel marroquí. La madre lloraba y lloraba sin hijo y sin dinero. Aurelia es una misionera catalana que lleva toda la vida atendiendo a presos, de cárcel en cárcel, en Camerún. Me contó que muchas de sus novicias locales fueron niñas repudiadas por sus familias tras ser drogadas, violadas e intercambi­adas por bandas de terrorista­s y mafiosos.

Conocí a Carmen en su misión en la capital de Malí. Entre recuerdos, sonrisas y lágrimas me narró cómo en una aldea, años atrás, una niña se le agarraba desesperad­a a la falda. Al marchar, tras un reparto de víveres, una mujer local le explicó que el anciano líder del lugar había comprado a la niña para su disfrute y matrimonio. Carmen le dio al viejo todos los sacos de mijo que le quedaban y se llevó a la niña. Hoy, esa chica es profesora de francés en Bamako.

Ana Gutiérrez es médico y misionera. Pasa consulta en un hospital imposible en la capital de la R. D. del Congo. Allí, en Kinshasha, deambulan veinte millones de almas, de las cuáles, la mitad tiene menos de 18 años. Y me dijo en su enfermería de pediatría, impotente, que el parte médico que más veces firma al cabo del día es: ‘Arrivé mort’ (llegó muerto). Y que tras ello, envuelve el cuerpecito en un papel y se lo entrega a la madre. «No tengo morgue, ni sitio. Se lo tienen que llevar como lo trajeron... muertecito». Y, ahora, nos ponemos a discutir si este u otro consejero autonómico. O si esa u otra silla en no sé qué gobierno regional. No seamos cínicos. Si usted o yo fueramos Valerie o Uli; si viéramos a diario lo que ven las hermanas Aurelia, Carmen o Ana... ¿Qué haríamos?... Yo también me tiraría al mar o lanzaría a mis hijos al Atlántico.

PD: África tiene hoy 1.500 millones de habitantes. En 2050 (pasado mañana) serán 2.500 millones. Dicho de otro modo: dentro de 25 años habrá 1.000 millones de africanos menores de 25 años.

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