La exabadesa de Belorado: «Ególatra y dogmática»
Después de echar al obispo excomulgado y al cura coctelero del convento se evidencia que sor Isabel es la figura clave en una comunidad que ha ido configurando desde hace años
LMADRID aura García de Viedma Serrano nació el 9 de septiembre de 1965, justo un día después de que finalizara el Concilio Vaticano II que ahora, como exabadesa, tanto denosta. Fue una joven inquieta que «no iba mucho por la parroquia porque no era de rezar; además, buscaba muchas cosas, pero no a Dios», confesaba hace veinte años en un reportaje de ABC, pero tuvo «una experiencia de Cristo muy personal y en un año cambió» su vida. Con 18 años, en 1984, ingresaba en las clarisas de Lerma (Burgos). Este año, cuando ha sido expulsada, cumpliría cuarenta años en la vida consagrada.
Cuatro décadas que le han llevado a convertirse en una de las monjas más conocidas de España a pesar de su esquiva presencia en los medios. Cuarenta años que han modelado un carácter autoritario, dogmático y muy reservado. Y en los que, además, ha forjado a su alrededor a un grupo de religiosas dispuestas a seguirle hasta las últimas consecuencias, incluida la excomunión y el cisma con la Iglesia a la que juraron obedecer. «Caminamos libres y solas», decían las exmonjas de Belorado. En realidad lo hacen de la mano de sor Isabel, la ya exabadesa, en quien tienen una fe, de momento, inquebrantable.
Una persona que la conoce bien, tras años de colaboración directa, prefiere utilizar el término inglés para definirla: «Opinionated». Tiene una mayor amplitud semántica, pues significa tanto dogmática, como obstinada y terca. «Es una mujer muy tajante, de poco diálogo, con opiniones muy marcadas», explica a ABC. «Cuando ella habla, callas y escuchas, poco más. Manda mucho en la comunidad», añade. Una visión que corrobora otra persona que durante años mantuvo con ellas una relación comercial. «Prefería hablar con cualquier otra monja antes que con ella, cuando llamaba al teléfono o me acercaba a Belorado», dice. «Quería controlado todo».
Quienes la conocen y la han tratado coinciden en hablar de ella como «una mujer difícil», con «afán de poder» y destacan su «gran ego», siempre «muy segura de sí misma». Hace unos días, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, que como franciscano ha visitado en numerosas ocasiones el cenobio de Belorado, contaba en una carta que la única explicación de cómo se había llegado hasta esa situación era la «ofuscación» de la exabadesa, que ha «arras
trando absurdamente a sus hermanas más jóvenes al ‘cuasisuicidio’ intelectual, espiritual y eclesial».
Aunque quizá para entender en profundidad sus decisiones desesperadas de los últimas semanas es necesario remontarse a su entrada en las clarisas, en Lerma, y al silencioso paralelismo con que ha discurrido su vida monástica, al lado de otra religiosa clave, sor Verónica. Nacieron el mismo año, y entraron a la par en el monasterio de las clarisas de Lerma, el año en que cumplían los 19. Hicieron juntas el noviciado, pero tras su profesión Verónica pasaría a ser la maestra de novicias, la encargada de modelar las vocaciones, cada vez más numerosas. Nunca se llevaron bien, pero ahí comenzarían a formarse dos maneras distintas de entender la vida contemplativa. La de Verónica, más moderna y adaptada a la Iglesia del siglo XXI. La de Isabel, apegada a la regla de santa Clara.
Isabel acabaría dejando Lerma para incardinarse en Belorado, en 2004. Junto con tres hermanas más acudieron al convento hermano, con religiosas muy mayores, para tratar de revertir la situación. Lo consiguieron. Verónica seguiría en Lerma y pasaría a ser abadesa. Los cambios que imprimió y el aumento de vocaciones (superaron las 200 monjas) fueron tales que en 2010 creó una congregación, Iesu Communio.
El tiempo de Isabel llegaría más tarde. Era maestra de novicias y en 2012 pasaría a ser abadesa. Lo sería por 12 años, y debería haberlo dejado el 31 de mayo pasado, pero con el cisma iniciado ya no fue posible celebrar el capítulo que tendría que haber elegido a su sucesora. «Es muy duro dejar de ser abadesa y pasar a limpiar las letrinas o atender el torno», comenta una experta en vida religiosa. Pero sor Isabel no estaba dispuesta dejar el poder. Como desveló ABC la semana pasada, los días 8 y 18 de mayo había creado dos asociaciones civiles a las que pretendía transferir tanto las propiedades como las actividades y los miembros de los monasterios de Belorado y Derio. Laura García de Viedma –sor Isabel– es la presidenta de ambas entidades.
Para el psiquiatra José Carlos Fuertes, la «ofuscación» de sor Isabel se puede definir en términos médicos como un «trastorno delirante persistente». En conversación con este diario, el psiquiatra explica que, a través de lo que ha conocido por los medios y sin ánimo de que sea considerado un diagnóstico, la actitud de la abadesa se explica desde esa perspectiva. «Son personas que actúan con absoluta normalidad en todos los ámbitos de la vida excepto en el que se ha convertido en su obsesión. Tienen una idea objetivamente errónea, pero que consideran irrebatible, cuando se toca eso, saltan». También aprecia en la personalidad de la exabadesa «rasgos paranoides». «Tiene una gran suspicacia, recelo, desconfianza, cierto narcisismo, se siente perseguida por todos, como si el mundo fuera contra ella».
Un planteamiento que le llevó a utilizar las figuras del obispo excomulgado Rojas y el cura coctelero José Ceacero. Desvió el foco hacia ellos durante más de un mes y medio cuando el personaje principal era ella. Las exreligiosas controlan a la perfección el ritmo narrativo. También los giros de guion. Tras el decreto de excomunión llegó la expulsión de los miembros de la Pía Unión, que daba fin a la primera temporada. Ahora comienza la segunda, con una protagonista principal, la exabadesa, que ha estado siempre ahí aunque no se la haya sabido ver.