Que se lo digan a Oscar Wilde
CASA DE FIERAS
fama, por opiniones o comportamientos que no se ajustan a la dictadura moralista que pretenden imponer. Anteayer estuvimos en el Cock de la calle Reina, otrora refugio de Francis Bacon, Ava Gadner y tantos otros, presentando el último libro de Julio Valdeón, ‘Matadero de reputaciones’. Valdeón fue de los primeros escritores en alertar sobre esta anomalía cultural cuando vivía en Nueva York, siendo testigo de primera mano del maltrato repugnante al que se sometió a Woody Allen, Nick Cave y muchos más. Un libro formidable que demuestra que hoy en día, la justicia se traslada a la reputación y se dictamina por cuatro descerebrados que se mueven por el estercolero de lo digital y, cuando uno quiere reaccionar, ya es demasiado tarde. Que se lo pregunten a Anónimo García, quien tuvo que soportar el linchamiento mediático de los voceros cuando decidió burlarse de la prensa con su falso «tour de la manada», que precisamente buscaba ridiculizar el sensacionalismo al que se aferran los programas de televisión. Pero, últimamente, vienen recibiendo este mismo desprecio los mayores, los que, por una razón u otra, se atreven a denunciar comportamientos más cercanos a los autócratas que a la socialdemocracia que fuimos un día. Son los últimos objetivos de la cancelación de esta gentuza. Es que están mayores estos señoros, dicen los meloneros. De Savater a Leguina, de González a escritores como Javier Rioyo; ay pobre de ti si no sigues de rodillas ese relato oficial que molesta tanto a los que señalan. En España, no hace mucho, ETA te mataba por pensar distinto y si quieren memoria democrática, recuerden los ‘paseos’ que dieron a quienes pensaban distinto. A Lorca, sí. Pero también a Muñoz Seca y a otros muchos que no se callaban por ser libres. Sectario y gilipollas son dos adjetivos que, generalmente, son la misma cosa. Y se piensan que eso de ser así de nada es nuevo, cuando lleva sucediendo toda la vida. Que se lo digan a Oscar Wilde.