Un científico inmenso, una persona de bien
Emilio Lora-Tamayo (1950-2024) Catedrático de Microelectrónica de la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y presidente de la institución en dos mandatos
Elpasado Viernes Santo, 29 de marzo, nos ha dejado Emilio Lora-Tamayo D’Ocon, catedrático de Microelectrónica de la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y presidente de la institución en dos mandatos. La ELA, de evolución fulminante, se nos lo ha llevado en pocos meses.
Conocí a Emilio en 1996 cuando coincidí con él en el equipo de presidencia del CSIC que había formado César Nombela y en el que él había recibido el encargo de la Vicepresidencia de Investigación Científica y Técnica.
Son muchos los recuerdos de estos años que guardo de él. Pero hay uno que me ha quedado fijo como una imagen entre divertida y chusca de su modo de ser, sosegado, tranquilo y amable que lo definía como persona, como persona de bien. Se trataba de una audiencia que teníamos con el Rey Juan Carlos la junta de gobierno del CSIC que acompañábamos a unos astronautas estadounidenses. Al final de la audiencia, en la ronda de despedidas, el Rey se detuvo ante Emilio, que estaba a mi lado, y le preguntó por su padre. «Muy bien de cabeza, Majestad, pero en silla de ruedas». El rey respondió: «Sí. Yo siempre que lo veo, le digo que le voy a echar una carrera con mi madre». No sé qué cara puso Emilio, pero cuando el Rey se dirigía a la puerta de salida de la sala de audiencias, a mitad de camino, volvió el cuerpo y dijo: «Oye, Emilio, eso se lo digo para animarlo. ¿Eh?». Emilio sonrió cariñosamente y no se volvió a hablar del asunto.
El padre de Emilio, Manuel Lora-Tamayo Martín, no había sido una figura menor en la historia reciente de la ciencia española. Catedrático de Química Orgánica, ministro de Educación y Ciencia, presidente del CSIC y presidente de la Academia de Ciencias. De formación democristiana, perteneció al grupo de personas que toda la historiografía solvente reconoce como autora en el tardofranquismo del desarrollo de España y de las condiciones que posibilitaron la transición.
Emilio Lora-Tamayo, quizás influido por el ascendiente paterno, después de sus estudios de posgrado en Francia, ha estado siempre vinculado a la investigación del CSIC, en Madrid o en Barcelona, en los períodos que ejerció allí como catedrático.
Durante su actuación como vicepresidente del CSIC destacó en la labor de racionalización de la institución, muy especialmente en la distribución de plazas según atendibles criterios objetivos. Llamó la atención su contribución a solucionar un problema surgido al final de esta época, el hundimiento de un barco mercante, de nombre Prestige, que contaminó gravemente las costas gallegas. Siendo una función propia del CSIC, acudir, como institución nacional, en apoyo del territorio que lo necesite, se acudió a preguntar al CSIC y el científico de turno avanzó la hipótesis de que el vertido se convertiría en unos hilillos de plastilina de escasos efectos contaminantes. Esto es lo que contó el entonces vicepresidente del gobierno Mariano Rajoy en el Congreso y se ha convertido en una leyenda de pretendida simulación que se repite hasta hoy. Lo que ocurrió es diferente: los científicos aventuran hipótesis y, ante nuevos datos, las ajustan hasta encontrar la solución. Políticos y periodistas suelen querer respuestas rápidas y que resulten inobjetables y pasa lo que pasa. Lora se puso al frente de una comisión interdisciplinaria (para eso está el CSIC) y logró reorientar la información y encontrar soluciones. A continuación, tuvo su primer periodo al frente del CSIC.
La segunda etapa fue tan difícil como fundamental. Obligado el gobierno a una extrema austeridad económica que afectaba de lleno a su inversión en ciencia, trabajó infatigablemente para que la situación se notara lo menos posible a pesar de la competencia que el CSIC sufría de instituciones extranjeras que estaban en condiciones de ofrecer s los investigadores contratos más ventajosos y de las dificultades para la reposición de plantillas. Trabajo y rigor minimizaron los daños.
Después de esta segunda presidencia, tuvo el nombramiento de rector de la Universidad Menéndez Pelayo, que acogió con enorme entusiasmo. No pudo llevar a cabo su proyecto, porque se produjo cambio de gobierno y la Menéndez Pelayo, como universidad del Estado, tuvo que someterse a los cambios de equipo. Finalmente, aceptó el rectorado de la universidad privada Camilo José Cela cuyo crecimiento ha sido muy notable durante su gestión.