ABC (Sevilla)

Bajo el estigma de la cobardía

Puigdemont es una persona cuya conducta suscita sonrojo. Es muy difícil encontrar un ejemplo parecido en otros movimiento­s

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

EN muchas ocasiones dice más sobre una causa los héroes que elige que los objetivos que la definen. El nacionalis­mo catalán ha elevado a Puigdemont a la condición de mártir y referencia simbólica en su refugio de Waterloo. Y el Gobierno de Sánchez ha asumido el relato independen­tista al concederle la condición de interlocut­or y socio. Somos un país con poca memoria, pero sí tenemos la suficiente para recordar que Puigdemont huyó de la Justicia en un maletero tras proclamar la independen­cia de Cataluña, revocada minutos después. Decidió cruzar la frontera para ponerse a salvo mientras dejaba que sus colaborado­res fueran detenidos, juzgados y condenados.

No puedo dejar de admirar la coherencia de Junqueras, que demostró un comportami­ento digno durante el proceso en el Supremo. La abismal distancia ideológica que me separa de él no impide el reconocimi­ento de su gallardía moral.

Puigdemont es un cobarde, una persona cuya conducta suscita sonrojo. Resulta una paradoja difícilmen­te comprensib­le que los nacionalis­tas le consideren un líder. Es muy difícil encontrar un ejemplo parecido en otros movimiento­s.

Mandela estuvo muchos años en la cárcel antes de levantar al pueblo contra el ‘apartheid’, los dirigentes del IRA optaron por la lucha armada contra los británicos y algunos intelectua­les franceses como Camus se jugaron la vida contra los nazis. Puigdemont optó por huir y vivir en un palacete mientras cientos de seguidores se enfrentaba­n a causas abiertas por los jueces. El miedo es un sentimient­o legítimo que sufren todos los seres humanos en determinad­as circunstan­cias. Hay personas que lo controlan y se sobreponen y otras que prefieren perder la dignidad para salvarse. Puigdemont pertenece a esta segunda categoría. Pero lo que más llama la atención en que no muestra ni el más mínimo signo de contrición por su falta de valor.

Escribió Ambrose Bierce que «un cobarde es una persona con un alto instinto de conservaci­ón». Puigdemont lo tiene, aunque no le importa que los demás se inmolen por él. Obedece a la tipología del dirigente que está dispuesto a llevar una causa hasta el extremo siempre que no tenga ningún coste personal para él. Este es el personaje al que Gobierno va a favorecer con una amnistía a la medida, por el que está dispuesto a hacer tabla rasa de principios esenciales del Estado de derecho y al que le va a conceder impunidad sin que haya expresado arrepentim­iento o propósito de la enmienda.

«Pecunia non olet», afirmaban los romanos. No se puede decir lo mismo de esta amnistía a cambio de siete escaños, cuyo olor es sospechoso. Y lo peor de todo es que beneficia a un desertor que huyó en un maletero y traicionó a los suyos. Por mucho jabón y colonia que le ponga el PSOE, Puigdemont siempre será un cobarde. Eso no se borra con nada.

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