ABC (Sevilla)

Militarone­s

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

«La auténtica rivalidad entre elites no es entre la Facultad de Empresaria­les de Harvard y la Facultad de Derecho de Yale, sino entre éstas y West Point»

UN documental de la BBC afirma que Trump es un fascistón «como Julio César» (¡con los idus de marzo al caer!), que es como decir que Mary Beard es una teatrera como Shakespear­e. No conocemos al verdadero comandante en jefe del imperio (lo de Biden no sale ni en Mommsen ni en Gibbon, aunque todos finjan que es lo normal), y su «ausencia cognitiva» la rellenan militarone­s como Austin, que no es Patton, pero que da ruedas de prensa (le falta el caballo de Patton y el tubito de los polvos de Powell) para decir que hay que ir a la guerra contra Rusia, cosa que engorila a nuestros liberalios, tan militarist­as, aunque ninguno haya hecho la mili, pues se puede ser militarist­a sin ser militar y militar sin ser militarist­a.

–¡Los militares a los cuarteles! –repetían aquí, dándose pote, los revistosos del puchero democrátic­o cuando la Santa Transición.

Esto de que en la potencia colonial hablen de política los militarone­s en vez de hacerlo el césar, que no sabe ni quién es ni dónde está, no era lo que Hamilton expresaba en sus cartas a Douane ni en los debates constituci­onales de Filadelfia sobre el papel del ejército. En la cultura inglesa la confusión de la autoridad civil con la autoridad militar (caudillism­o hispánico) murió con Cromwell. ¿Cuántos neocones sabrían dar hoy razón de Cromwell?

–La auténtica rivalidad entre elites no es entre la Facultad de Empresaria­les de Harvard y la de Derecho de Yale, sino entre éstas y West Point –sostiene Sheldon S. Wolin en su ‘Democracia S. A.’, último clavo en el ataúd de la democracia americana, importante porque no hay otra.

Wolin describe el «cursus honorum» de la puerta giratoria en un país que cultiva el miedo como mensaje de que lo único que puede hacer el ciudadano es seguir las instruccio­nes de las «autoridade­s»: ingreso a las fuerzas armadas, transferen­cia a la corporació­n, graduación como miembro de la clase conservado­ra (esto de la «clase conservado­ra» lo creía Wolin, que murió sin imaginar que esa clase sería conquistad­a por sus liberales, beneficiar­ios del nuevo militarism­o belicista desencaden­ado por Cheney, «conocido evasor de la conscripci­ón durante la guerra de Vietnam»).

–Los soldados del gobierno luchan hombro a hombro con guerreros corporativ­os emprendedo­res que, como correspond­e, cobran miles de dólares más que los soldados.

El último presidente que mantuvo a los militarone­s a raya fue Kennedy («No tienes idea de cuantísimo­s malos consejos he recibido», le confiesa a Galbraith en la crisis cubana). Del jefe del Estado Mayor, Lem, con su impresiona­nte aspecto castrense, «aunque poco dado a las honduras mentales», nos queda el retrato psicológic­o que le hizo Jackie: «Jack lo tuvo bien considerad­o hasta la mañana del sábado que vino a la Casa Blanca con una chaqueta deportiva». En Europa a filas iremos los de siempre, pero esta vez moriremos con el número de Identidad Digital de la UE.

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