ABC (Sevilla)

El Cuelgue: colgados del aro

▸ Su sección más interesant­e es la de montaditos, con una forma muy peculiar de versionar estos emparedado­s tan nuestros

- ÁLVARO SALINERO

CRÍTICA

En esta ocasión estoy en la Puerta Osario, en un bar que he conocido por redes y que llamó mi atención. Es una apertura reciente, se llama El Cuelgue y lo regenta Santi Temblador, un cocinero muy peculiar que en los últimos años ha estado trabajando con el grupo Ovejas Negras.

El Cuelgue es pequeño, apenas cuenta con cuatro mesas y un par de sitios más en barra. Se suman dos mesas en la terraza que tienen en un pequeño callejón con cierto encanto. El local es singular, juega con el contraste de los blancos y negros, con una decoración que refleja los gustos del chef por la ufología, el rap o el boxeo.

La carta no es muy extensa, con unos veinte platos y cuya sección más interesant­e es la de ‘montaditos’, con una forma muy peculiar de versionar estos emparedado­s tan nuestros. Aunque antes comenzamos con sus chicharron­es de Cádiz y puré de boniato que traen sobre un plan suflado y rompen en mesa, divertido y bien ejecutado.

Tras este primer entrante, empiezo con sus montaditos. Primero llegó el de atún, en tartar sobre pan bao con mayo de kimchi, buenísimo, recreando el bollito tan famoso del estrellado jerezano Lú, Cocina y Alma. Más anodino me pareció el ‘libanés’, en pan de pita, con falafel, salsa de yogur y tomate picante.

Sigo con ‘el de pollo empanado’, un búrguer en pan brioche de pollo crujiente, mayonesa japonesa y salsa de chili dulce, una buena versión de estos sándwiches que estamos tan acostumbra­dos a ver en las cadenas de comida rápida. Terminamos con el ‘hot dog de aquí’ que hacen en pan panettí con chistorra al vino y cebolla, bien pero no sorprende más allá.

Como dulce final tienen dos propuestas, decidí optar por la crema de dulce de leche con tortas de Inés Rosales, tan empalagoso como suena, pero cumple.

Opción muy divertida la propuesta de Santi Temblador en esta nueva aventura que ha emprendido. Me resulta interesant­e esa forma de vestir de clásica una propuesta que después en mesa no lo es y que resulta casi un juego con el cliente. Además, los platos están bien terminados

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