ABC (Sevilla)

Una actriz de momentos para la eternidad

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

«Los datos la sitúan junto, o incluso por encima, de esas tres o cuatro estrellas que pueden figurar como la más grande de la historia»

Aunque parezca exagerado, Meryl Streep es a la historia del cine lo que la rueda a la historia de la humanidad y, tras su apariencia sencilla, de elaboració­n fácil, de utilidad lógica y dinámica, se halla el secreto de lo perfecto, de lo redondo. Tiene Meryl Streep una biografía y una filmografí­a arrollador­as y podría enmarcarse su figura de mujer y actriz solo con datos, pero uno tiene la sospecha de que lo importante, lo grande, lo eterno de esta actriz no son esos datos, sino ‘los momentos’, esos topetazos de pantalla en los que Meryl Streep consigue alojarse para siempre en la memoria del espectador.

Los datos la sitúan junto, o incluso por encima, de esas tres o cuatro estrellas que pueden figurar como la más grande actriz de la historia. Sólo por su relación con los Oscar, Meryl Streep tutea a Katharine Hepburn (la mayor coleccioni­sta de ese premio) y hasta el punto de que se hace raro, falta algo, el año que no consigue, al menos, una ‘nominación’. Y una ceremonia de entrega sin su presencia en el banquillo de candidatas significa que ese año ha habido o relajación por su parte o descuido por la de la Academia.

Datos, fechas, premios…, todo eso palidece si miramos lo otro, ‘los momentos Meryl Streep’ en algunas de sus películas que ya son inmunes al olvido, que se han enquistado en la memoria y que la convierten en mis películas. Ella, con rebeca azul, reencontrá­ndose con Michael-Robert De Niro en la cabañita de ‘El cazador’. Ella, con la cara limpia, mientras cae sobre su pelo enjabonado el agua de la jofaina en ‘Memorias de África’. Ella, con los ojos de adiós, asomándose por la ventanilla del coche a un Clint Eastwood aguado en ‘Los puentes de Madison’. Ella, como la dama de hierro, diciendo eso de ‘con el debido respeto, señor, yo he combatido todos y cada uno de los días de mi vida’. Ella y su ‘no puedo elegir’ o ‘llévense a mi niña’ en ‘La decisión de Sophie’… Quizá sólo sean los momentos más sabidos (tópicos) de su obra, junto con otro centenar, pero tienen la encomienda de hacerla eterna.

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Su tercer y, de momento, última estatuilla la recibió por reencarnar­se en Margaret Thatcher, prótesis mediante. De nuevo, recupera su don con los acentos para el papel.
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