ABC (Sevilla)

Ese poso de Juan Ortega

- JESÚS SOTO DE PAULA

MOLINETES Y TRINCHERAZ­OS

«HAY toreros con más pose que poso, aunque claro, en los de pose el ángel no se posa”, escribí en “Galleando y Belmontean­do”. Viene a ser un aforismo que encierra los secretos del toreo, pues no quiere el arte buscar un pose estético, sino un poso ético cuya profundida­d nos marca un punto y aparte en ese “ahí quedó” como punto de inflexión de un sentimient­o tan único como irrepetibl­e. Luego vendrán otros mejores o peores, pero nunca más como aquella tarde. Los toreros de corte clásico saben bien de ello, de ese sentimient­o desquebraj­ante de la emoción vivida, de aquellos lances y muletazos tan vivos que ya no volverán… y aún así, no mueren, sino que viven y reviven en el interior cual herida abierta.Juan Ortega viene a decirnos esto mismo, el ahondar en su poso mismo, que por sabio y en su ontología espiritual viene a ser efímero, en aras de la búsqueda de un recuerdo eterno, en esa exposición ante el toro, cuando en el embroque se nos dice el lenguaje de la vida y la muerte, carne y verbo de un rito sagrado. Es posible que la virtud de Juan Ortega esté aún por desvelar, incluso en un no saber ni él mismo de lo que es capaz o no cuando el toro le embiste y le echa la pata alante para desmayarse en la sencillez de un gustar dolerse, pues en su instinto, lo mejor de Juan Ortega no sólo es su buen gusto, su concepto clásico, sino la búsqueda de su fragilidad misma, ese aprender para desaprende­r que se consigue o no, pues aquello de la inspiració­n… baja o no baja, pero cuando toca el albero consigue cúspides de insospecha­da belleza. Recuerdo un grato almuerzo antes de su debut en Jerez, cuando acompañado­s por su fiel banderille­ro Jorge Fuentes, le sugerí a Juan que lo que había que buscar no es un hacerse… sino un romperse, como se hacen esos jarrones de barro con las manos para luego romperse en cien pedazos. Ese romperse se lo sentí una tarde en El Puerto, cuando tras ir buscándose, en la última tanda le vi pegar siete muletazos en un fundirse con el toro, con esa complicida­d de lo templado y lo bellamente frágil. Juan Ortega tiene en su taumaturgi­a eso mismo, cierto es que aún tiene que romperse y creerlo, pero por ello hay que esperarlo en ese poso, que no pose, de su ángel.

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