La Cabalgata de Reyes: una aproximación simbólica
CUANDO se va a cumplir el 105 aniversario del nacimiento de la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla (1918-2023) a cargo del Excelentísimo Ateneo, inspirada por una intelectualidad hispalense encabezada por el humanista José María Izquierdo y Martínez, conviene no solo reconocer el sobresaliente papel desempeñado por la docta casa a través del tiempo para llenar de ilusión las calles de la ciudad cada 5 enero, sino a la vez, reparar en el empeño que a lo largo de todos esos años, tantos miembros de su junta directiva han puesto en otorgar y mantener el sentido cristiano a una fiesta predominantemente popular, tratando de protegerla de supuestos secularizadores. Y es que la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla se echa a las calles de la ciudad con una apariencia iconográfica muy definida que presenta claros aspectos simbólicos, que, perpetuados en el tiempo, contribuyen no solo a trascender hacia la fe, sino a garantizar la raíz cristiana de esta explosión de alegría que trae cada año la llegada de esta comitiva.
Consideremos, primeramente, que la Cabalgata supone una manera teatral de recrear y revivir simbólicamente el viaje los Reyes Magos hacia el portal de Belén para postrase ante el Niño Jesús. Ese cortejo queda encabezado por la Estrella de la Ilusión, que llenándolo todo de plenitud, remite al propio Jesús como resplandeciente Estrella de la Mañana, tal y como lo cita el ‘Libro de las revelaciones’ de San Juan. Una estrella, que representa la propia divinidad manifestándose como luz y guía entre las tinieblas del mundo, que nos orienta a todos hacia el camino de la verdad. La estrella, igualmente, aparece rodeada de toda una cohorte que, como celestiales ángeles mensajeros de la Buena Noticia, nos anticipan la inminente presencia de Dios hecho carne en la carroza del Nacimiento, eje principal que vertebra esta gran procesión, dado que esa carroza nos hace partícipes del júbilo de los Reyes Magos por la Epifanía o manifestación del Gran Poder de Dios que se revela al mundo.
La gran puesta en escena nos lleva a interpretar, paralelamente, cómo la diosa griega de la sabiduría, Palas Atenea, entronizada en una suntuosa carroza, viene a remitir iconológicamente a ese politeísmo grecorromano que queda definitivamente superado con el nacimiento de Cristo, verdadero y único Dios ante el que se postra la ciencia del mundo conocido hasta entonces –Europa, Asia y África– encarnados en Melchor, Gaspar y Baltasar, cuyos ojos quedan impregnados de la verdadera luz del mundo que han visto en el pesebre.
De otro lado, la presencia en el cortejo de cientos de beduinos remite claramente a los pastores, que, siendo los primeros en visitar el portal de Belén, nos animan con su exultante alegría a adorar a ese Cordero de Dios que quitará para siempre los pecados del mundo. Unos beduinos que saltan y bailan portando palmeras, árbol de especial predicamento simbólico, que simboliza el crecimiento de la fe cristiana, remitiendo al salmo 92: «El justo florecerá» y al Levítico 20, 40 donde se dice «tomaréis hojas de palmera y os alegraréis delante del Señor vuestro Dios». De la misma manera, no podemos olvidar que las palmeras inspiraron los motivos decorativos del templo de Salomón, enfatizando aquí que Cristo es el nuevo templo, el lugar de encuentro con Dios en la tierra, la puerta por la que se accede para «hallar los pastos» (Juan 10, 9). Las palmeras son también una prefiguración de la Salvación, anticipando la manera en la que Jesús será recibido al entrar en Jerusalén mientras los que lo aclamaban portaban palmeras en sus manos al grito de «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Juan 12, 13).
Finalmente, tenemos que reparar en otros dos aspectos de profundo calado cristiano. En primer lugar, la utilización de los caramelos, que caídos del cielo y por su carácter azucarado remiten a esa palabra de Dios, que como cita el salmo 119 es «dulce a nuestro paladar»; y en segundo lugar, la presencia de bandas musicales amenizando el cortejo de la Cabalgata, que podemos ponerlas en correlación con la fiesta de las trompetas judías, aquella que al son de cornetas y trompetas proclamaba que Dios iba a tomar posesión de su reino.
En definitiva y nacida con la intención de repartir juguetes a los niños pobres, la Cabalgata podemos interpretarla como un camino de búsqueda, un viaje hacia el encuentro espiritual, que ha sabido enriquecer, casi sin darse cuenta, su hondo sentido cristiano con aspectos simbólicos que no deben pasar desapercibidos.
OPINIÓN