«La máxima extensión territorial del Imperio español se alcanzó en 1790, justo cuando la Armada estaba en su punto álgido»
(escolta de la flota mercante)
Lanchas cañoneras contraba en una situación «bastante lamentable» tras dos siglos de lucha contra una jauría de enemigos. «La gran aportación de la nueva dinastía es un avanzado sistema de administración que conoce las necesidades de cada buque y que le permite operar a nivel global», considera el especialista naval.
A lo largo de la centuria entraron en servicio casi 1.000 embarcaciones, siendo en el reinado de Carlos III cuando más buques se botaron, casi todos construidos en los propios astilleros de la Monarquía católica (solo un 7% de barcos se compraron en el extranjero). «La Armada se muestra imaginativa y flexible a la hora de construir sus barcos; por ejemplo, al colocar un astillero en La Habana, el mayor levantado por una potencia europea fuera del continente», afirma Torres Sánchez.
A pesar de que el Ejército siempre recibió más dinero que la Armada, no faltó financiación para desarrollar una tecnología naval que por momentos superó a la de sus competidores. Así lo pudo constatar el marino y científico Jorge Juan, enviado a Londres como espía
Spara obtener nuevos conocimientos. «Como es muy novelesco no se suele reparar en que, a pesar de su aventura como espía, los diseños que trae para construir buques eran peores que los que se usaban aquí», relata el historiador naval.
El talón de Aquiles
En los años treinta de ese siglo la captura del Princesa, bautizado por los británicos como HMS Princess, obligó a Londres a parar todo su programa de construcción para copiar el diseño de este navío de línea. El mito del atraso tecnológico de España no se sostiene frente a estos datos, aunque resulte igualmente innegable que la Royal Navy siempre estuvo un escalón por encima de la Armada. «España se acerca a Inglaterra, pero la distancia es insalvable no por una cuestión de tecnología, sino de una organización más centralizada y de más capacidad de evolución», precisa Torres Sánchez.
El verdadero talón de Aquiles de España fue la falta de una marina comercial fuerte, lo cual le privó de una cantera de pilotos y oficiales pagados con dinero particular pero disponible para servir en la Armada en casos de urgencia. «Es el gran fallo. Había dinero, talento, tecnología, memoria institucional, pero el hecho de que la marina comercial no creciera al mismo nivel que la militar provocó muchos problemas a largo plazo», explica el catedrático.