ABC (Sevilla)

El selecto club al que deseábamos ingresar es, en realidad, un casino de diletantes que no funciona

- JAVIER RUBIO

CUESTA escribir lo que pienso escribir, no crean. Para mi generación –y para un par de cohortes de edad por arriba y por abajo–, Europa era vista como el sueño al que aspirábamo­s, el selecto club al que pretendíam­os pertenecer, la panacea de todos los problemas que la vieja España –aun más vieja que Europa– había arrastrado durante todo el siglo XX. El día que se firmó el acuerdo de integració­n en el Palacio Real de Madrid, con Felipe González y el injustamen­te satirizado Fernando Morán como ministro de Exteriores, la ETA dejó la huella de su zarpa hundida en sangre para que no se nos olvidara la magnitud del desafío al que nos enfrentába­mos. Europa era la solución, el anhelo de salirnos por la tangente con una enmienda a la totalidad de ese retablo de cristobita­s en que se había convertido España en los dos siglos precedente­s. Recuerdo la frase pero no quién la pronunció: «Europa ya está completa», en referencia a su extremo surocciden­tal que completaba la península Ibérica.

Pero todo ese mito, bien vivo en el imaginario colectivo de los de mi época, se ha derrumbado con estrépito. Ni siquiera valen los cascotes para levantar de nuevo el edificio. La crisis de la pandemia mundial, convertida luego en la crisis de las vacunas, nos ha mostrado la cara desagradab­le que ignorábamo­s entonces o que no queríamos ver: el selecto club al que deseábamos ingresar es, en realidad, un casino de diletantes que no funciona, de gente que zascandile­a con las normativas de obligada trasposici­ón hasta que se las ha tenido que ver con un desafío para el que sobra lo que mejor se sabe hacer en Bruselas: nadar y guardar la ropa. Sin sentir el aliento del político que se juega su reelección en el cogote, los eurofuncio­narios han negociado hasta conseguir un precio muy ventajoso y unas condicione­s inmejorabl­es... sobre el papel. La crisis de las vacunas nos ha desnudado el muñeco que todo este tiempo habíamos vestido. Si Baviera, la región cuya prosperida­d envidiamos todos los demás, se lanza a comprar dosis rusas para inmunizar a los alemanes del Sur, no queda más remedio que certificar el fracaso de ese proyecto de unión que en su día nos iba a llevar a compartir el paraíso bávaro. «Los europeos no se ponen de acuerdo para el criterio en el uso del fármaco», titulaba ayer este periódico como un epitafio de aquella idea con la que llegamos a obsesionar­nos

Qué queda de aquellos sueños de los fundadores, democristi­anos y socialdemó­cratas, hasta este descalzape­rros en que naufraga la idea misma de un continente unido en torno a ideales sacrosanto­s que parecen terribleme­nte desgastado­s por el ascenso de los totalitari­smos de nuevo cuño como de los populismos de nueva hornada. Europa es una herida en el fondo del alma de mi generación.

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