ABC (Sevilla)

Morante de la Puebla

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trenar con banderille­ros antiguos, que son los que nos han enseñado y educado a nosotros. De ahora en adelante no va a haber ese respeto hacia las cuadrillas. Para ser maestro, primero hay que saber. Ahora ponen de profesores a toreros necesitado­s por compasión para que ganen un sueldecito. A los chiquillos no les dejan hacer nada sin el consentimi­ento de la escuela. Me parece un horror. Los toreros siempre han sido unos revolucion­arios de la calle y cada uno con su propio estilo. —Es cierto que Gallito y Belmonte aprendiero­n el arte de torear a través de banderille­ros (Fernando ‘El Gallo’ y Calderón, respectiva­mente), pero fue Pedro Romero el que dirigió la primera Real Escuela Taurina.

—Esa escuela taurina duró sólo cuatro años. En aquellos tiempos sí que podía tener sentido porque no existía la televisión. Belmonte aprendió a torear de lo que le escuchaba a Calderón, sin haber visto una sola corrida de toros. Se ponía delante de un espejo e intentaba imitar el toreo de Antonio Montes. En aquellos tiempos el único contacto que podían tener era yendo a las plazas. Hoy día, no. Con las tecnología­s y la televisión no hace falta saber de qué va la cosa. Si ahora te graban hasta en la capilla de las plazas de toros, que me parece una falta de respeto. Yo siempre le doy la vuelta a la cámara.

—Tanta tecnología consigue grandes imitadores.

—Hombre, claro, la globalizac­ión entra por todos sitios. Antiguamen­te el torero de un lugar no tenía nada que ver con el de otro. Porque ni leían la misma prensa ni vivían el mismo folclore. Cada torero y su región tenían un tipo de personalid­ad. La cultura de los toros es de padres a hijos, no de verlos en la tele. Yo no entiendo la defensa del toro como una potencia económica del ecosistema. La cultura es cultura, y punto. Aunque no genere dinero. Eso me parece un mensaje vano al que no quiero pertenecer.

—¿Y le gustaría tener discípulos a los que transmitir­le su tauromaqui­a?

—Yo tengo mi casa abierta a todo el mundo. Tengo una plaza de toros en la Huerta de San Antonio en La Puebla del Río. Allí entrena todo el que quiere. De vez en cuando me gusta decirles cuatro cositas. No hacen falta tantas escuelas. Hay algunos chavalillo­s a los que les pongo el ojo porque les veo cualidades, pero no me gusta interferir porque el toreo, como dice Rafael de Paula, es un pensamient­o. Y el pensamient­o debe existir en silencio. Ese silencio es muy importante para respondert­e a tus preguntas más intimas.

—Hablando de toreros nuevos, hay un cartel junto a Pablo Aguado y Juan Ortega que tiene a Sevilla expectante.

—Son dos toreros que ilusionan, con un corte bastante sevillano. El tiempo será quien decida. Lo más ilusionant­e es que se puede creer en ellos. Otra cosa es que la suerte los acompañe. La afición les tiene puestas mucha esperanza y fe. —Dicen que los de arriba cierran las puertas a quienes tratan de abrirse camino, pero usted los ‘apadrinó’ en Ronda y Córdoba.

Salvemos la hostelería

Eligió Morante para este encuentro el bar Taquilla, como reflejo de la agonía que también sufren los negocios colindante­s a las plazas de toros

—Me acuerdo de que en Ronda, cuando le regalé el sobrero a Pablo, y se lo comenté a mi gente, me dijeron: «¡Qué dices! ¿Tú estas loco? Que no pasa nada». Y les respondí que no, que hacen falta toreros nuevos que ilusionen. Yo nunca he sido avaricioso en ese aspecto. Fíjate que vengo a Sevilla todas las tardes rompiendo plaza. Me gusta que se le dé la oportunida­d a gente nueva. Y no son dichos, son hechos. El ir por delante es un orgullo y es señal de que te mantienes en el tiempo. La antigüedad es un grado. Hay algunos que quieren ir siempre en segundo lugar. Yo no. Si hay que ir por delante, se va y no pasa nada.

—Ramón Valencia reiteró su deseo de que el torero nuevo fuera por delante.

—Pues yo no estoy de acuerdo con eso.

A un chaval que toma la alternativ­a hay que cuidarlo, no utilizarlo como telonero. Estoy en contra de esas nuevas confirmaci­ones que hacen por todos sitios. Te dicen: «Voy a confirmar a un chaval». Mire, no, usted no va a confirmar a un chaval, usted lo que quiere es un telonero.

—¿Y por qué no piensan igual sus compañeros?

—Cuando los veas, se lo preguntas.

—Antes de marcharnos, ¿se siente uno torero sin torear?

—Sí. Yo estoy en activo, pero no me dejan torear. Ser torero es una sentimient­o, una forma de entender la vida. Una especie de religión. Al igual que no hace falta ir a misa para sentirte cristiano, uno se puede sentir torero sin torear. En resumidas cuentas, el toreo es una filosofía.

«Hay que cuidar a los jóvenes. No podemos inventar más confirmaci­ones para usarlos de teloneros»

«Ser torero es un sentimient­o, una forma de entender la vida. Una especie de religión»

«Antiguamen­te los toreros se diferencia­ban por lugares. Ni leían la misma prensa ni vivían el mismo folclore»

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J. M. SERRANO

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