PLANAS, ¿TÚ TAMBIÉN?
La futura PAC beneficiará los intereses territoriales del PSOE frente a Andalucía
E Lfútbol es un deporte en el que compiten once contra once y donde siempre vence Alemania. Y el Gobierno de PSOE y Podemos es un consejo en el que se pelean once ministros contra otros once ministros y en el que rara vez gana Andalucía, incluso en aquellos partidos que de antemano parecían más asequibles. El último gol por la escuadra lo firma el titular de Agricultura, el cordobés de adopción Luis Planas, que está anticipando una nueva Política Agraria Común (PAC) con la que se beneficia a Castilla La Mancha y Aragón a costa de mermar las ayudas directas a las explotaciones más productivas del valle del Guadalquivir.
No se puede juzgar toda la hoja de servicios de un político por una actuación determinada en un momento concreto de su trayectoria. Hasta ahora Planas ha recibido merecidos elogios de todo el sector agrario en Andalucía por su doble gestión como consejero de la Junta, primero en 1994 y después en 2012, en dos legislaturas muy complejas en las que lideró con éxito la negociación con el Gobierno de España y la Unión Europea para defender los intereses del campo andaluz. Y lo hizo con el estilo del socialismo de la mejor escuela, arraigado en el centro ideológico y alejado de la radicalidad.
Precisamente por ello su retorno en 2018 fue una noticia celebrada por la mayoría de los actores del sector agrario andaluz. Pero por desgracia, su balance final al frente del ministerio se resume en la foto que ayer presidía la portada de ABC: Asaja, Coag, la organización filosocialista UPA y la asociación de Cooperativas Agroalimentarias exigen que rectifique de forma urgente o que dimita. Es una imagen histórica, ya que pocas veces ha existido un acuerdo tan amplio para reprobar la actuación de un ministro; y es también el testimonio de una desilusión, pues a diferencia de otros miembros del Gobierno de Sánchez, que disparan ocurrencias sin calibrar las consecuencias, Planas conoce mejor que nadie los efectos de una PAC lesiva para el sur de España. Su propuesta anticipa una pérdida de 500 millones de euros al año (según estas organizaciones). Los privilegios del País Vasco, Cataluña y Navarra son sagrados, pero los derechos históricos adquiridos por Andalucía gracias a una agricultura más moderna y productiva se pueden cercenar con un decreto a la medida de los barones del PSOE.
¿Existe otra opción? En 2012, cuando Planas era consejero de Agricultura, era ministro el popular Arias Cañete y curiosamente gobernaba el PP tanto en Castilla La Mancha como en Aragón. Por encima de las presiones, Arias Cañete fue uno de los grandes apoyos de la Junta para negociar una PAC que protegía los intereses del sur de España. En un encuentro en ABC el pasado octubre, Planas sentenció que si el resultado final de la nueva PAC es «una modificación radical del escenario actual será un fracaso». Esperemos que no acabe siendo la víctima voluntaria de su propia profecía.
Ahora, los que utilizaron el enojo de los indignados para llegar al poder, han colocado sus reales en la poltrona oficial
SÁBADO 6 de febrero de 2021. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, llega a Barcelona para participar en un mitin de su partido. Cinco coches esperan al vicepresidente y su séquito con motivo de la campaña de las elecciones catalanas. Febrero de 1980. Con motivo de la campaña sobre el referéndum de autonomía para Andalucía por la vía del artículo 151, recojo en la estación de Cordoba al entonces ministro de Hacienda, Francisco Fernández Ordóñez, en mi calidad de secretario de formación de la UCD cordobesa. Tras diversos actos, culminamos la jornada en una conferencia en Priego, volviendo en mi coche a la estación de Cordoba para que el ministro cogiera el tren correo nocturno para Madrid. Al acercarnos a la taquilla para sacar el billete, Paco me dice, entre sorprendido y compungido: «Luis, ¿tu tienes dinero? Es que esto de ser ministro es una lata porque vas siempre donde te llevan y se te olvida coger la cartera». Por supuesto, sacamos el billete de vuelta que gustosamente pagué.
La anterior anécdota me ha venido a la memoria abochornado con la ligereza y la poca vergüenza con la que los que venían a regenerar la política están utilizando sin mesura ni control el dinero de los contribuyentes. En UCD se separaron siempre los actos de partido de los relacionados con la actividad oficial, a cuyas arcas jamás se cargaban los eventos partidarios. Ahora, los que utilizaron el enojo de los indignados para llegar al poder, han colocado sus reales en la poltrona oficial y se conducen, con descaro y desverguenza, cual nuevos caciques de republicas bananeras.
Los españoles somos poco dados a respetar la memoria y bastante olvidadizos. Parecemos afectados por aquella teoría de Stanislaw Lem, según la cual «nadie lee nada; los pocos que leen, no comprenden nada; a los pocos que entienden, se les olvida enseguida». De otra forma no se entendería la naturalidad con la que se olvida la tomadura de pelo con la que los actuales dirigentes se conducen, haciendo justamente lo contrario de lo que prometieron y pactando con aquellos que juramentaron que nunca jamas lo harían. El orden democrático se basa en un triple respeto a la Constitución que vertebra al país, a la Ley como norma reguladora de las relaciones sociales y a la Verdad como una coincidencia entre lo que se dice y lo que se hace. Si pasáramos por un filtro la conducta de los líderes podemitas y del presidente con el que se han encamado, quedarían atrapadas las muchas moléculas tóxicas emanadas de su comportamiento.
La deriva del actual Gobierno, empeñado siempre en la confrontación para situar en los extremos a sus adversarios, corre el riesgo de fracturar a la sociedad española, circunstancia que tiraría por tierra el enorme esfuerzo de los políticos de la Transición que interpretaron correctamente los deseos abrumadoramente mayoritarios de los españoles para superar el pasado, mirando al futuro en libertad, sin ira ni rencor. Desde aquel lamentable ‘cordón sanitario’ acordado por Zapatero para poner en marcha el tripartito que ahora pretende Sánchez reeditar en Cataluña, ce es entre los votantes podemitas y radicales de izquierda. Y para mantenerse en el poder está jugando con fuego apoyándose, por razones coyunturales y de conveniencia, en los enemigos del sistema, lo que es un elemento de inestabilidad imposible de resolver porque el populismo y el separatismo son insaciables.
La España que construyó la Transición es una España de ciudadanos libres e iguales, dentro de la diversidad propia del pluralismo político, sociológico y cultural. Como dijo Alfonso Guerra, las dos Españas quedaron enterradas en los años setenta del siglo pasado, y la generación que hizo posible la convivencia en paz no está dispuesta a permanecer en silencio mientras aquellas intentan resucitarlas gente insolidaria y mediocre. En una espléndida ‘tercera’ de ABC sobre la mutación constitucional, Benigno Pendas concluía afirmando que «algunos pretenden construir otro poder constituyente alternativo para cambiar las reglas del juego al margen de las mayorías exigidas. Pero no lo van a tener fácil. España es una sociedad más fuerte de lo que muchos desearían. Así lo demuestra siempre que hace falta». Tal como van las cosas, esa España mayoritaria es la de los nuevos indignados por los abusos, las mentiras y el despilfarro de sus gobernantes.