Los no versados en alta política liberalia no entendíamos bien la pinza
LOS DEL SENTIDO DE ESTADO
odemos tiene prescrita una intolerancia severa a la libertad de prensa, sabido es. Esta misma semana sus dirigentes han estado especialmente activos lapidando a un par de periodistas que les parecen incómodos. A veces se entretienen así. En tiempos –cuando aún no había ni pensando en la mudanza a Galapagar– Iglesias coqueteó incluso con la idea de nacionalizar los medios privados pues seguramente creía más fiable y ventajoso el modelo del «Pravda» o el «Granma». Una vez que comenzó a sentir en su pies el mullido tacto de la moqueta vicepresidencial, esa intolerancia no remitió pero ya se conforma con despellejarlos de vez en cuando por ser «una amenaza para la democracia», de ahí que apoye lo del «Ministerio de la verdad». Mientras este llega, apenas encuentra el líder podemita una excepción a la «perversa mafia mediática». Se trata de «La última hora!» (así, solo con la exclamación final), un diario digital cuya actividad ha suscitado un enconado debate: para buena parte de la profesión no alcanza ni la categoría de libelo, pues promueve el acoso a periodistas no afectos al movimiento moradete, pero para Iglesias o Echenique es la quintaesencia de la información cabal. Y al frente de ese proyecto, auspiciado por Podemos, se halla casualmente Dina Bousselham, la protagonista del famoso «caso Dina», cuya única aportación a la profesión es la estandarización del denuesto a reporteros de la «casta mediática» y la singular invención del «editorial firmado», inexistente en la prensa mundial pues para eso están las columnas, aunque Dina no lo sabe.
Bousselham formó parte del colectivo autodenominado «Juventud sin futuro», salido de aquella colmena de nylon del 15M, donde lo mismo te topabas con un taller «Trans-marica-bollo» que con un curso de cocina vegana-mindfulness-igualitaria y muy indignada. «Juventud sin futuro» fue una gran cantera podemita, de allí salieron, por ejemplo, Rita Maestre, Ramón Espinar, Eduardo Rubiño o Pablo Padilla. De Sol al escaño, sueldo
Ppúblico. Su lema era «sin casa, sin curro, sin pensión», hasta ese momento, claro, porque Padilla, por ejemplo, pasó de ganar 2.000 euros en todo el año a cobrar más de 60.000 cuando fue diputado en la Asamblea de Madrid. Así que jóvenes sin duda, pero sin futuro, sin futuro...
Dina no llegó a tener unos ingresos tan rumbosos pero no le fue mal como asesora de Iglesias, con quien contactó en su etapa de estudiante en Políticas, donde él daba clases. Cuando fue elegido eurodiputado no tardó en reclutarla como asesora. Luego vino el lío con la tarjeta del móvil y todo el trapicheo con su información personal que llegó a manos de Iglesias y que este no le devolvió, hecha trizas, hasta medio año después. Todos estos trajines han terminado en la Audiencia Nacional y coinciden con la irrupción de «La última hora!», apadrinada por Podemos y que Iglesias señala como «ejemplo de compromiso y trabajo riguroso, que será una referencia informativa». Vamos, que ya tiene Podemos a su «Katherine Graham de Aluche», que sin duda está a la altura del partido. a abstención de Vox al decreto sobre los fondos europeos ha provocado la exultante aparición de los del sentido de Estado.
Son los que aplauden el catolicismo del abortista Biden, los liberales a favor de que se censure a Trump, los que iban a traernos la City, los que aplaudían la medición de tiempos de Mariano y se comieron el potito entero de su marianismo, regalo de Sánchez incluido, y también los finos intelectuales (nunca fuera de la izquierda, sólo coquetamente de derechas) que consideran a Arrimadas una trastataranieta díscola de Descartes.
Todos ellos han salido a celebrar que con la abstención queda demostrada la pinza (objeto felipista) entre Vox y el PSOE. Las personas no versadas en la alta política liberalia no entendíamos bien qué pinza era esa en la que Vox no sale en la tele y se les tiene por racistas, fascistas, homófobos y machistas. Era una pinza difícil de ver hasta que ahora, por fin, se nos descubre.
Con su abstención, Vox está pagando favores al mismo gobierno cuya legitimidad niega, se nos dice, o urdiendo una estrategia cortoplacista para los votantes catalanes de barrios desfavorecidos. ¡Vulgar electoralismo! En su extremo populismo, los de Vox pretenden que quienes no les han votado les voten, y para eso apañan una «narrativa». Hasta ese punto llega la desfachatez: ¡persuadir a votantes nuevos! Así es como caen las democracias...
Si no conociéramos su bondad e inteligencia, parecería que en el centroerecha patrimonializan el parlamento y hasta la política misma. Vox solo puede actuar como partido monosilábico haciendo unga, unga en el Congreso. Les molesta que desmientan la caricatura y, bien o mal, redefinan su posición. Les indigna la moción, les subleva la abstención. Vox eran los «extraparlamentarios», y una vez dentro son los intrusos. ¡La política es de gente seria! Las sutilezas maquiavélicas y las torsiones cínicas son para Teo y sus legítimos pisamoquetas. Vox no puede alegar sentido de Estado (esa cosa) porque el «Estao» es asunto de ellos.
LAntes Iglesias aspiraba a nacionalizar los medios privados. «Donde esté Granma...», pensaría. Ahora se conforma con insultarlos