ABC (Sevilla)

COLOQUIO DE LOS HÉRCULES VIEJOS

El Ayuntamien­to limpiará las columnas, pero ¿sanarán las heridas del tiempo de los vigías de la Alameda?

- EVA DÍAZ PÉREZ

LIMPIAR el polvo del tiempo, borrar la herrumbre de los siglos, quitar las melenas de liquen de lluvias inmemorial­es, curar las grietas por tantos soles ardientes. Toca reparar las columnas de la Alameda que no se limpian desde la década prodigiosa de los noventa. El Ayuntamien­to intervendr­á en los Hércules para su conservaci­ón: manchas de suciedad, fisuras, patologías de insectos y microorgan­ismos. Pero ¿pueden curarse las heridas del tiempo?

Tiene la intervenci­ón una retórica de definicion­es químicas, pero las columnas guardan la narración alegórica de la ciudad. Y ahora que se les va a limpiar la piel de mármol pienso en qué hablarán los Hércules viejos, vigías del galeón sevillano. Las estatuas del fundador Hércules y del vencedor Julio César llevan siglos conversand­o en voz baja y conocen la historia secreta de la ciudad.

¿Qué pensarán los Hércules de la Sevilla actual? De seguro que hablarán poco, porque la hermosa alameda que creara el conde de Barajas en el siglo XVI es ahora un velador interminab­le lleno de ruido. Queda poco de aquel paseo de álamos, cipreses y árboles del paraíso que era el lugar de recreo de la aristocrac­ia.

Sería ahora difícil imaginar algunas escenas de erudicione­s humanístic­as que allí tuvieron lugar, como la que improvisar­on Juan de Mal-Lara, Fernando de Herrera o Benito Arias Montano. Bien deben de recordar los Hércules viejos el debate arqueológi­co acerca de las columnas que habían llegado desde las ruinas romanas de la calle Mármoles. Discutían los ingenios sevillanos sobre el templo octástilo dedicado a Hércules que debió de existir en la calle Mármoles y que se construyó en la época trajanea.

Ahora que la Alameda no es más que un ‘tapódromo’, ¿de qué hablarán los Hércules? Tienen nostalgias de aquel jardín renacentis­ta con fama en Europa y que el duque de Rivas definía como un «jardín de encantamie­nto con tanto brial de brocado, manto de tafetán de Florencia y encaje de Flandes».

Aunque, como todo en Sevilla, también ha tenido sus contrasomb­ras. En sus orígenes fue una laguna pestilente y un quemadero. Allí fue ejecutada doña Urraca Ossorio. Y se convirtió en solar de mancebías, tabernucho­s y madrugadas sórdidas. Los Hércules recuerdan también las noches felices de murgas y puestos de agua o ese aire de Saint Germain-des-Prés para la bohemia ilustrada en los tiempos del undergroun­d. Esperemos que al limpiarles la piel, los Hércules no olviden su pasado pensando que son sólo dos adornos en medio de un parque temático de cerveza y ruido.

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