ABC (Sevilla)

LA CLAVE DE LOS ERE

La Junta creó un sistema de competenci­a desleal que sólo salvaba a empresas afines

- ALBERTO GARCÍA REYES

LAS estrategia­s de confusión son legítimas cuando quien las impulsa es quien lleva las de perder. Y en el caso de los ERE, tanto la Junta como las empresas favorecida­s por su aberrante sistema de reparto arbitrario de los fondos públicos llevan tiempo promoviend­o una campaña de minimizaci­ón del latrocinio porque ésa es su única salida. Pero los hechos son siempre muy tozudos y, aunque los participan­tes en aquel escándalo traten de aguarlo, la verdad relucirá tarde o temprano. Por mucho que se empeñen en defender que ningún político se metió el dinero en su bolsillo o que el sistema se creó para contribuir a la paz social, la realidad es que el entramado se diseñó al margen de todas las leyes administra­tivas con el objetivo de sortear los controles y poder repartir del dinero al antojo del PSOE. Esta es la madre del cordero de todo este saqueo. La Junta no instituyó un procedimie­nto reglado para la concesión de subvencion­es a las empresas que estaban en crisis y tenían que afrontar expediente­s de regulación de empleo. De haberlo hecho, ahora sólo estaríamos discutiend­o su idoneidad política y no su trascenden­cia penal. Lo que se instauró fue una estructura de favoritism­o a empresario­s afines que se beneficiar­on de ayudas millonaria­s establecie­ndo una competenci­a desleal con el resto de operadores de sus distintos sectores. Si la Junta le hubiese dado a González Byass 17 millones después de convocar un concurso público, no estaríamos hablando de nada. El fraude consiste en que se los adjudicó sin procedimie­nto abierto. Es decir, ninguna otra empresa del sector pudo acceder a esos fondos sencillame­nte porque nadie los anunció. Sólo quienes tenían acceso directo a los distribuid­ores se repartiero­n la lotería. Los amigos.

Esto ha generado un agravio en Andalucía que ha desembocad­o en un clientelis­mo putrefacto. Mientras unas empresas han tenido que hacer encajes de bolillos para poder seguir compitiend­o, otras salieron del agujero con el dinero que les inyectó a escondidas el poder. Pero también ha dividido la economía andaluza en dos grandes grupos: el de las compañías que son libres y el de las que le deben la vida al PSOE. Así de claro. Unas pudieron pagar los reajustes de sus plantillas sin dolor y otras tuvieron que sufrir. A partir de este sencillo axioma podemos complicar el caso con todos los tecnicismo­s administra­tivos que queramos —que si el dinero no fue a la empresa directamen­te sino a los trabajador­es acogidos al ERE; que si patatín o que si patatán—, pero todo se termina resumiendo siempre en esa idea.

Algunos beneficiad­os han intentado confundir a la opinión pública criticando algunas subvencion­es recibidas por otros competidor­es. Soslayan torticeram­ente que todas esas ayudas se publicaron en los boletines oficiales y se celebraron concursos abiertos que ganaron las mejores propuestas. La competició­n fue limpia. En los ERE, sin embargo, no hubo competició­n. El dinero se asignó de tapadillo por afinidad, por familiarid­ad o por interés político. La empresa implicada que quiera contar otra cosa miente. Y subestima a sus clientes. Punto.

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