ABC - Pasión de Sevilla

Azahar en la taberna

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Estaban los místicos en ese rincón de la taberna donde Núñez de Herrera los retrató en 1934. Esos místicos siguen ahí. Sus caras parecen distintas, sus nombres son otros, pero los místicos son los mismos. Le han dado la vuelta al mundo en 80 años. Giran alrededor del eje que marca al floración del azahar, esa flor tan cantada y tan manoseada por poetas y rapsodas, por pregoneros que no se cansan de nombrarla y renombrarl­a.

Azahar es la taberna donde los jartibles no se hartan de vivir y de revivir la Semana Santa. Azahar es el clasicismo de las tabernas cofradiera­s. Allí florece la flor de la memoria en los naranjos del otoño. Puede llover a cántaros. Puede hacer un frío que cale la médula de los huesos, ese lugar exacto donde espera el calambrazo del repeluco. Puede abrasarnos el sol del estío con el abrazo de las calores que caen sobre el cuerpo como un jarro de agua hirviendo. Pase lo que pase, siempre habrá Azahar en San Julián.

Enclavada en el barrio donde la Semana Santa resurgió de las cenizas provocadas por el odio y la ignorancia, la taberna Azahar es el remanso donde el tiempo se disuelve. Aquí se come según los cánones sevillanos del tapeo. Aquí se bebe, se refresca la garganta o se calienta el estómago. Pero aquí, sobre todo, se convive con la excusa y el argumento de la fiesta que nos une más allá de las artificios­as fronteras sociales. Esta taberna es la misma que le sirve a Vargas Llosa para situar su Conversaci­ón en la Catedral. Es el café de La colmena donde Cela retrata la España de los años 50. Todas las tabernas son la taberna, que diría Platón en el mito de la taberna.

Testigo de ese resurgimie­nto de la Semana Santa que se llamó en su tiempo con el muy cofradiero –guasa fina– vocablo del ‘boom’, la taberna Azahar nos reconcilia con aquella juventud perdida, con aquellos años en los que todo parecía nuevo o renovado, que en esto, como diría el muy tabernario Núñez de Herrera, también hay sus opiniones. Selecta nevería y selecta cartelería. Cuchillo bien afilado para los gozos ibéricos y algún cuchillito imprescind­ible para cortar más de un traje en

“Enclavada en el barrio donde la Semana Santa resurgió de las cenizas provocadas por el odio y la ignorancia, la taberna Azahar es el remanso donde el tiempo se disuelve”.

la imprescind­ible tertulia. Y en el barrio maltratado por la piqueta no podía faltar esa obra de arte que consiste en convertir los escombros en una antológica tortilla. Sí, tortilla de escombros. Imprescind­ible.

Los nostálgico­s tienen un remedio para la dolencia de su alma. Cuando los almanaques marquen la brumosa lejanía del Domingo de Ramos, nada mejor que regresar a la Sevilla auténtica de San Julián. Aquí espera un cartel, un rótulo que anuncia la inmortalid­ad del rito y de la regla. Azahar en la taberna. Aquí siempre huele a Semana Santa…

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