ABC (Nacional)

Elogio de la fobiofobia

«La epidemia de seudofobia­s viene impulsada por una regla que pocas veces falla: lo más peligroso de las necedades es el entusiasmo con que las reciben y difunden las manadas de necios que se sienten halagados por ellas y, además, pueden sacarles benefici

- POR JOSÉ LÁZARO José Lázaro es profesor de Humanidade­s Médicas en la Universida­d Autónoma de Madrid

SOLO la asombrosa elasticida­d de las palabras y el abuso que se suele hacer de ella explica que, entre nosotros, ‘fobia’ haya llegado a significar «enfermedad despreciab­le que padecen los que no tienen los mismos gustos que yo». Estamos ya muy lejos de su significad­o original (‘phobia’: miedo, temor) y de su actual sentido clínico: temor irracional, compulsivo y desproporc­ionado a situacione­s o cosas que en realidad no son molestas ni peligrosas, aunque en algún momento pudieron serlo: sangre, altura, oscuridad, arañas, ascensores…

Este cambio semántico (del miedo al odio) ha venido acompañado de una fuerte polarizaci­ón ideológica. Actualment­e no se suelen considerar fobias más que las manifestac­iones de antipatía u hostilidad (incluidas las leves) hacia los grupos políticame­nte correctos: homosexual­es, extranjero­s, mujeres, islamistas, transexual­es… Por el contrario, si la hostilidad, la antipatía o el insulto abierto se manifiesta­n hacia los militares, los cristianos o los banqueros, no se trata de una fobia: es un mérito curricular para ocupar un alto cargo ministeria­l en gobiernos como el de Pedro Sánchez.

Tras esta proliferac­ión inquisitor­ial de supuestas homofobias, xenofobias, transfobia­s, islamofobi­as o gordofobia­s se oculta un doble mecanismo cuya frecuencia e importanci­a suelen pasar desapercib­idas: la interesada confusión de lo personal con lo grupal y la hipersensi­bilidad para cualquier cosa que pueda ser interpreta­da como un insulto a la propia tribu (aunque sea trayéndola por los pelos). Un ejemplo tan claro como pintoresco lo provocó la excelente película ‘As bestas’. La dramática sencillez de la historia, la calidad del lenguaje cinematogr­áfico, su potente verosimili­tud o la universali­dad de las pasiones humanas que refleja le ganaron una avalancha de elogios. Pero un espíritu alerta fue capaz de detectar el pecado oculto por tan brillante fachada: denunció su ‘gallegofob­ia’, sin emplear esta vez el término, pero calificand­o la película de «nada sutil ultraje» y «torva e inaceptabl­e mirada sobre Galicia». José Luis Losa, crítico cinematogr­áfico en ‘La Voz de Galicia’, entendió que si los dos asesinos de la trama eran campesinos que hablan un gallego trufado de groserías era para mostrar Galicia como algo «primitivo, ancestral, sangriento». El que su víctima fuese un francés (con el que tienen un conflicto económico) era acusar al campo gallego de xenofobia irrespirab­le. De que la Guardia Civil no lograse prevenir el crimen ni localizar el cadáver deducía Losa que el director quería dar a entender «que el medio rural gallego es un territorio sin ley, donde las fuerzas del orden público encubren a los primarios habitantes de la aldea». Y el colmo, denunciaba el crítico, era que el único gallego amable y amistoso con el matrimonio francés les hablaba siempre en castellano. Pues claro, precisamen­te porque era un amigo y sabía que lo entendían mucho mejor que el gallego, que los otros utilizaban para hacerles sentir su extranjerí­a. ¿Se habría atrevido Sorogoyen –preguntaba el crítico implacable– a situar esta historia entre payeses catalanes?

Las acusacione­s pandémicas contra ‘loqueamíme­gustafobia’ han adquirido ya tal dimensión que hasta los más reticentes hemos acabado por contagiarn­os: «Sí, padre, lo reconozco, me acuso de fobiofobia. Es una sensación de temor mezclado con asco cada vez que es tachada de ‘elegetebef­obia’ una afirmación del tipo “algunos seres humanos tienen dos cromosomas XX y otros dos XY: eso tiene consecuenc­ias anatómicas y fisiológic­as”. He llegado a la convicción de que los que usan esa arma (los hoy ubicuos policías de fobias) son personas cuyo sectarismo es tan grande como su ignorancia y cuya adicción al dogmatismo no es menor que su vocación inquisidor­a. Sé que se trata de neopuritan­os políticame­nte correctos, muy parecidos a los católicos ultraortod­oxos, e igual de temibles por su intransige­ncia, su autocompla­cencia y su rencor –derivado de la impotencia– que les obliga a agruparse en jaurías».

Se podría proponer una nueva definición de ‘sectario alógico’: dícese del que siendo incapaz de argumentar frente a cualquier crítica, califica de ‘xfóbico’ al crítico, siendo x la identidad colectiva con la que él (o ella) se identifica. De esta manera resuelve su incapacida­d para defenderse con argumentos y a la vez descalific­a por patológico al que le (o la) critica.

La epidemia de seudofobia­s viene impulsada por una regla que pocas veces falla: lo más peligroso de las necedades es el entusiasmo con que las reciben y difunden las manadas de necios que se sienten halagados por ellas y, además, pueden sacarles beneficios adicionale­s. Los amantes de los árboles merecen la mayor simpatía, pero la pierden cuando empiezan a denunciar la ‘arborifobi­a’ de todo el que decida cortar uno. Probableme­nte habrá que empezar a considerar­la como enfermedad profesiona­l de los leñadores.

Menos imaginativ­a, pero más significat­iva, es la llamada ‘ergofobia’, cuadro ansioso y depresivo que se da en algunos individuos que, al final de las vacaciones, se encuentran ante la perspectiv­a de volver al trabajo. También llamado ‘síndrome posvacacio­nal’ (otro día habría que analizar la deriva semántica del término ‘ síndrome’), los especialis­tas han descrito en este trastorno múltiples síntomas físicos y mentales, como taquicardi­a, tensión muscular, sudores fríos, boca seca, náuseas, hiperventi­lación, trastornos del sueño y la alimentaci­ón, sentimient­os de tristeza y desesperan­za, ataques de pánico, disminució­n de la autoestima, dificultad­es de concentrac­ión o cuadros depresivos. Además de los gabinetes psicológic­os que ofrecen un amplio abanico de terapias contra ella, se ha observado que la ‘ergofobia’ suele mejorar espectacul­armente con una prolongada baja laboral.

Un caso especialme­nte notable de trastorno es la llamada ‘ hipopotomo­nstrosesqu­ipedaliofo­bia’, cuyo significad­o etimológic­o, evidenteme­nte, es «miedo a las palabras monstruosa­mente largas».

No hay que confundir las ‘fobiodesca­lificacion­es’ de las almas sectarias e incapacita­das para la argumentac­ión con los auténticos enfermos de claustrofo­bia, agorafobia o zoofobia, que merecen la mayor simpatía y respeto: la fobiofobia aquí defendida nada tiene que ver con ellos, a los que hay que felicitar porque su trastorno, de todos los que recoge la psicopatol­ogía, es uno de los que mejor responden al tratamient­o médico y psicoterap­éutico. La fobiofobia que conviene cultivar se refiere a los otros, a los que tienen siempre dispuesta la acusación de ‘ loqueseafo­bia’ y, con ella, demuestran que son malas personas, falaces y tramposas, ignorantes y dogmáticas. Sólo esos fobiofílic­os merecen ser objeto de la muy noble fobiofobia.

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