Un virus que vacía hogares
Las empresas que vacían pisos no dan abasto para atender todas las peticiones por los fallecimientos del Covid
Son las nueve y media de la mañana. Una furgoneta blanca aguarda aparcada frente al número 6 de la calle del Isard, en la Guineueta, un barrio humilde al norte de la ciudad de Barcelona. Jordi, de unos sesenta años, ha llamado a una empresa para que vengan a vaciar el piso en el que había vivido con sus padres desde que tenía diez. «Intentaré no llorar mucho», promete con ojos vidriosos. Su padre, que vivía solo, falleció hace unos meses y ahora sus hijos quieren vaciar el piso para venderlo. «No podemos llevárnoslo todo, no tenemos espacio en casa», lamenta mientras uno de los obreros carga en la furgoneta unas muletas y un portasueros.
Sobre la mesa del salón, marcos vacíos. La familia ya había guardado las fotografías que querían conservar junto a los tres o cuatro recuerdos más importantes. «Es mejor vaciar el piso, no te lo puedes llevar todo. Demasiadas memorias», relata Jordi. El jefe de Vaciados Barcelona, Toni, y sus trabajadores proceden a guardar los enseres en cajas y bolsas. Lo hacen con cuidado, material sensible. Explica que tienen toda la semana «completa» y que ya está comenzando a programar la agenda para la siguiente. «Antes de la pandemia vaciábamos unos seis o siete pisos cada ocho días, ahora estamos en los cuarenta o cincuenta a la semana», cuenta.
El coronavirus ha sido un revulsivo para algunas de estas empresas que vacían pisos y empaquetan recuerdos. Según Toni, hasta el 70% de los trabajos que le han encomendado estos últimos meses tienen relación directa con la pandemia. De hecho, solo en Cataluña, el número de fallecidos se acerca a los 10.000 y en España ya hay más de 65.000. Los encargos con los que más se encuentran son de gente mayor que vivía sola y ha fallecido. También ha aumentado el número de «vaciados» en oficinas y locales de empresas que han bajado la persiana durante la crisis sanitaria. «Nos han llamado para vaciar locales que antes de marzo tenían cincuenta o sesenta personas trabajando en plantilla», concluye Toni.
En el almacén de segunda mano que tiene la empresa en Granollers (Barcelona) ya no pueden acumular más existencias. Gran cantidad de las cosas que reciben tienen que donarlas o dejarlas en algún punto verde. Hay días en los que, explica Toni, recogen tres o cuatro sillones que están en buen estado. «No puedo llevarlos a la tienda si antes no se han vendido los anteriores que tenía en exposición», apunta.
A la mañana siguiente, el mercado de Los Encantes de Barcelona amanece sumido en el trasiego. Allí van a parar gran parte de los productos recogidos en los vaciados de pisos. «Una vez conseguí un chándal del Barça que me dijeron que había vestido Rijkaard. Aquí puedes conseguir cualquier cosa», expone Jesús, el propietario de una de las paradas del recinto. Transacciones comerciales a pie de calle –a veces fugaces, otras sustentadas en el arte del regateo–, carteles que prometen ofertas a las que no se les puede decir que no y objetos que una vez pertenecieron a otras manos, el último rastro de los hogares vaciados.
De seis pisos cada ocho días, la empresa Vaciados Barcelona ha pasado a los cincuenta a la semana