ABC (Galicia)

Las más altas pasiones

Con su talante era capaz de imponer sus criterios artísticos a directores excepciona­les de la talla de Buñuel, Polanski o Raúl Ruiz

- JUAN PEDRO QUIÑONERO Catherine Deneuve

Nacida en París el 23 de octubre de 1943, en el seno de una familia de actores, comenzó a crecer en el pecho de su madre, Renée Simonot, en un camerino del parisino Teatro del Odeón, a poco más de un kilómetro de su última residencia, tan próxima a la Plaza de SaintSulpi­ce, donde fueron bautizados el Marqués de Sade y Baudelaire. Su padre, Maurice Dorléac, fue actor y director de doblaje de la filial francesa de Paramount Pictures, donde Catherine consiguió sus primeros trabajos como actriz, poco después de cumplir los tres años.

Mel Ferrer descubrió los trabajos de la niña y adolescent­e Catherine, estimando que tenía un cierto parecido con su esposa, Audrey Hepburn. La prometedor­a adolescent­e parisina comenzó así su carrera internacio­nal a los diecisiete años, con ‘L’Homme à femmes’ (1960), dirigida por Jacques-Gérard Cornu, con Ferrer como estrella. Siguieron entre 150 y 200 películas, dirigidas, entre otros, por Luis Buñuel, Raoul Ruiz, Roman Polanski, François Tuffraut, Jean-Pierre Melville, Robert Aldrich, Tonny Scott, Marco Ferreri, y un larguísimo etcétera. No es fácil separar la vida y la carrera de Catherine Deneuve.

Su primer compañero sentimenta­l, y padre de su hijo Christian, fue Roger Vadim, que era un director famoso, cuando la carrera de Deneuve estaba comenzando y todavía era percibida como una mujer de mundo. Su matrimonio con el fotógrafo David Bailey, en Londres, apenas duró dos años. Los testigos del divorcio fueron su hermana Francóise Dorleac, y Mick Jagger. Coincidenc­ia que también ilumina otro rostro importante de la actriz: su presencia esencial en la historia del musical francés.

En la filmografí­a de Deneuve, ‘Les Parapluies de Cherbourg’ (1962), realizada por Jacques Demy, tiene una importanci­a capital. Su revelación como actriz/cantante es una página mayor del cine musical europeo. Gingers Rogers y Eleanor Powell, fueron bailarinas excepciona­les. Ese recorrido eclipsó su carrera de actrices. Catherine Deneuve comenzó cantando y bailando, con su hermana, repitió esa experienci­a musical en otras ocasiones. Pero su carrera de actriz fue mucho más excepciona­l, con otra dimensión que solo tienen las grandes figuras: Catherine Deneuve era capaz de imponer sus criterios artísticos a directores excepciona­les, como Buñuel, Polanski, o Raúl Ruiz. Deneuve aceptó el guión de ‘Repulsión’ de Polanski.

Pero, ojo, impuso sus criterios en el terreno esencial de un personaje complejo y problemáti­co. Cuando Luis Buñuel le presentó a Deneuve el guión de ‘Belle du jour’, la actriz aceptó encantada. A sabiendas que el proyecto de Buñuel no coincidía exactament­e con su visión de la obra y su personaje. Buñuel había imaginado varias escenas de un erotismo tórrido con bastantes desnudos en un lecho amoroso.

A la hora de filmar esas escenas, Deneuve se negó, en rotundo. Y exigió una revisión, imponiendo a Buñuel la intimidad de un personaje de una manera más elíptica. Buñuel quedó satisfecho. Y volvió a pensar en Deneuve para realizar su adaptación de una novela del canon literario español, ‘Tristana’, realizada en 1967. La actriz parisina muy «radical chic» pudo dar al personaje de Galdós una doble dimensión castellana y cosmopolit­a.

Raúl Ruiz tuvo un problema semejante, cuando ofreció a Deneuve el papel de Odette de Crezy, la amante trepadora más legendaria de la historia literaria francesa, uno de los grandes personajes de la ‘Recherche’ de Marcel Proust. Cuando el personaje de Charles Swann encuentra a Odette, la gran trepadora oficiaba como ‘cocotte’ con señores elegantes. Cocotte: señora que se gana la vida cobrando por sus prestacion­es sexuales. La Odette de Deneuve no oculta tal condición, pero la cubre con el manto de armiño de una elegancia exquisita.

Al mismo tiempo, Deneuve era capaz de dejarse llevar y arrastrar hasta oscuros abismos pasionales, cuando así lo exigía un guión. ‘Les predateurs’ (1983), dirigida por Tony Scott, cuenta una oscura historia de lesbianas y bajas pasiones. Su interpreta­ción le valió a la actriz convertirs­e en heroína, icono gay y trans.

Esa instalació­n en el olimpo de un mundo muy alejado de todas las institucio­nes y valores tradiciona­les coincidió con la conversión de Deneuve en icono institucio­nal francés: en 1985, la actriz fue elegida para encarnar ‘Marianne’, símbolo de la República francesa. Su rostro, y su busto fueron utilizados para encarnar la Nación en todos los edificios públicos. Deneuve entraba en la leyenda cuando su vida sentimenta­l con Marcelo Mastroiann­i, padre de su hija Chiara (París, 1972) se había serenado definitiva­mente. Siempre caritativa y gran señora, la actriz nunca abandonó a Polanski ni ha abandonado a Depardieu a la triste suerte de los ídolos caídos en el infierno de los hombres perseguido­s por mujeres justiciera­s contra los delitos y agresiones sexuales.

Comenzó cantando y bailando, pero su carrera de actriz fue más excepciona­l

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