Del fervor comunista a luchar por la CIA y Pinochet
nsiste el escritor Rafael Dumett en que no nos preocupemos a este lado del Atlántico, porque lo de apartar hasta los márgenes de los libros a héroes patrios y figuras de vidas extremas no es solo cosa de nuestra España. «En Perú también nos pasa», bromea mientras señala hacia la puerta, como si rehiciera con dedo y mente el camino que le ha traído hasta Madrid. Y no hay mejor ejemplo que el protagonista de su última novela histórica; o no ficción novelada, como la llaman ahora. «Eudocio Ravines estuvo al lado de los personajes más importantes de la política del país y tuvo un arco vital que abarcó del comunismo, al anticomunismo más ferviente», añade.
Le ha faltado al peruano apuntar que Ravines terminó sus días como agente de la CIA. Y no por desconocimiento –lleva desde 2012 dedicado a investigar su vida–, sino porque el libro que presenta, ‘El camarada Jorge y el dragón’ (Alfaguara), recorre desde la niñez hasta los primeros andares adultos del personaje. El paso por la inteligencia norteamericana, y hasta su colaboración como arquitecto de la invasión de bahía de Cochinos, es algo que ha aparcado de momento en lo que a escritura se refiere. Porque sí, nuestro entrevistado amenaza con alumbrar nada menos que cuatro libros, y no va de farol. «¿Material, dices? ¡Ya tengo suficiente para terminar el tercer tomo!», admite.
Dummet acompaña sus palabras con muchos gestos. Si habla del noble arte de escribir, mueve la mano como si enarbolara una pluma imaginaria; y, si evoca el año en que nació Ravines, cuenta con los dedos. «Fue en 1897, en Cajamarca», explica. Conoce su infancia como
Isi fuera la suya propia. «Tuvo una formación muy religiosa que le venía de una madre casi fanática. Ella alimentó y regó a su hijo con estas creencias», desvela. Hasta el punto de que le hizo aprenderse la Biblia de carrerilla y le impulsó a convertirse en fraile. Pero el pequeño apostó por otro tipo de doctrinas: las comunistas.
«¿Te parece raro? No lo es. La Revolución de 1917 se ha estudiado como un fenómeno propio del misticismo ruso. Es un pueblo muy religioso», añade Dummet. Ravines, confirma, se veía como una suerte de cruzado que cambió unos valores por otros, pero que defendió ambos con igual intensidad tras empaparse de los textos de los de siempre: Marx, Engels, Trotski, Lenin, Zinoviev... Años después explicó, en una conferencia, el porqué de su primer cambio, que no el único: «Los bolcheviques anunciaban el advenimiento de una sociedad más humana que venía a conceder al hombre la libertad de la miseria. […] Yo no podía dejar de ubicarme del lado de ellos. Y fue desde aquellos instantes que me hice fervoroso comunista, ardiente partidario de la revolución».
Llamada roja
El escritor solo está calentando; le queda mucha carretera por recorrer. Con otro arranque gestual desvela que sus actividades, contrarias al gobierno local, le granjearon varios destierros; que si a Chile, que si a Argentina... Así llegó hasta Francia, donde terminó por ascender, desde el exilio, hasta la cúspide política del Partido Comunista Peruano tras la muerte de su líder en abril de 1930. Aunque lo que parece más surrealista es que aquel joven cautivara, casi sin pretenderlo, al gran oso ruso. «Fue captado en Alemania por Willi Münzenberg, el genio de la propaganda soviética. Este le invitó a viajar a Moscú y a trabajar para ellos», desvela el autor. Fue el principio de una buena
‘EL CAMARADA...’ Rafael Dummet, Alfaguara, 272 páginas, 20,90 €, tapa blanda amistad que se materializó en dos visitas más.
Allí fue donde conoció a Stalin –al que definió años después, tras su revelación anticomunista, como «un hombre barrigudo y hasta panzón»– y al mismo Mao. Y también donde recibió misiones tan secretas como «viajar a Argentina y recoger unos papeles de gran importancia para el archivo del partido», implementar la nueva política del frente popular en Chile o –y vaya si está documentado– prestar servicios en la Guerra Civil española. «Le ordenaron ir a Valencia en 1937 y que escribiera en ‘Frente Rojo’, una publicación de propaganda soviética», explica. Aunque lo que de verdad adoraba era, según Dummet, el proselitismo: «Dirigió la campaña electoral que llevó a la presidencia al primer líder de izquierdas de Latinoamérica por vía democrática».
Aquella relación tan estrecha le permitió ver los intestinos del comunismo y discernir las enfermedades que lo pudrían. Sus visitas a Rusia, dice Dummet, le mostraron la pobreza extrema y el descontento social que se respiraba en las ciudades. Y su paso por España, las mentiras que arribaban desde la URSS. La puntilla fue el pacto germano-soviético de 1939, ese en el que Stalin y Hitler se aliaron para repartirse Polonia. «Le afectó mucho. Parte de los intelectuales pensaban que los comunistas eran los únicos que podían hacer frente a los fascismos. Cuando
Rafael Dummet se adentra en la vida extrema de Eudocio Ravines, un peruano que pasó de defender los postulados de la Revolución rusa a convertirse en uno de los mayores propagandistas del anticomunismo
Dummet no es una persona de lujos. «Mi esposa y yo tenemos un terreno en los bosques de California», explica. Aunque prefiere no decir dónde, sí confiesa que cuentan con «seis alpacas, una llama, una veintena de gallinas y dos gatos». El pueblo más cercano tiene apenas 200 habitantes y está a media docena de kilómetros. «En general, comemos y bebemos lo que obtenemos de forma autónoma, aunque la total independencia es una ficción».