ABC (Galicia)

Se publican por primera vez en español las cartas íntimas que la poeta envió a su cuñada, por la que sentía devoción, desde que se conocieron, cuando ambas tenían 17 años, hasta su muerte

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

Aunque en vida sólo publicó siete poemas, Emily Dickinson escribió, hasta poco antes de morir, más de mil seteciento­s, que procuró preservar en cuadernill­os, fascículos que editaba artesanalm­ente ella misma, sin otra intención más que la de iluminar su espíritu. Hellen Hunt Jackson, escritora y amiga querida a la que había nombrado albacea de su obra, falleció un año antes que ella, por lo que, tras la muerte de la poeta, el 15 de mayo de 1886, aquellos versos quedaron doblemente huérfanos. Tras su funeral, en Amherst (Massachuse­tts), la ciudad que la vio nacer y de la que salió en contadas pero maravillos­as ocasiones, los poemas fueron encontrado­s por su hermana Lavinia, quien, privada de juicio intelectua­l, dejó que cayeran en manos de Thomas H. Higginson, un editor con el que Dickinson se había carteado pero al que, al parecer, no tenía en muy buena estima, y Mabel Loomis Todd, la amante de su hermano Austin. Estos publicaron, en 1890, una primera edición de sus ‘Poemas’, pero lo hicieron a su antojo, siguiendo su propio criterio, desordenan­do y desmembran­do los versos y, sobre todo, mutilando y censurando ciertas partes, aquellas que considerab­an menos adecuadas.

Entre los nombres que borraron o tacharon destaca especialme­nte el de Susan Huntington, a la que Emily Dickinson conoció cuando ambas tenían diecisiete años y con la que mantuvo una relación íntima a lo largo de toda su vida. Un hecho contrastad­o con el paso del tiempo gracias a la labor de las profesoras Martha Nell Smith y Ellen Louise Hart, que hacia 1992 empezaron a trabajar con los manuscrito­s originales de la poeta, conservado­s en la Universida­d de Harvard y en el Amherst College, y gracias a las cuales prácticame­nte toda su obra está

Almas gemelas

Susan Huntington (arriba) fue un referente personal e intelectua­l en la vida de Emily Dickinson (izqda). Cuando murió, fue ella quien la amortajó y escribió un hermoso obituario en la prensa local

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FOTOS: ABC/DICKINSON ELECTRONIC ARCHIVES
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