ABC (Galicia)

El gran correspons­al en Berlín y mucho más

-

más en la libertad que en la igualdad.

—Porque los hombres tienen que creer en algo, y el comunismo es más una religión que una teoría política. Hasta Stalin estudió para cura. Tienen un paraíso, el del proletaria­do; unos ángeles, que son los del partido; un infierno, los gulag... Pero lo que hay sobre todo son aprovechad­os.

—¿Qué personaje le ha impresiona­do más de todos los que ha tratado? —Henry Kissinger. Vivía en Nueva York en la 52, cerca de mi piso (que por cierto tengo que vender un día de estos). Era la leche. Lo conocí siendo correspons­al allí cuando él era consejero de Seguridad Nacional. Hablaba inglés con un acento alemán tremendo. Es un tipo que ha estudiado muy bien a los grandes teóricos, desde Maquiavelo a Bismarck. Te sorprende. El tío era el genio de la realpoliti­k.

—El periodismo de hoy, ¿es mejor o peor que el de antaño?

—En periodismo las cosas no empeoran ni mejoran. Son las mismas de otra forma. Yo creo en el progreso, porque lo he vivido. Desde aquellas aldeas de Galicia hasta aquí, lo he visto. Basta con comparar las fotos de cualquier ciudad china en los años 90 y ahora. Es otro país. España ha mejorado también tremendame­nte. Se ha igualado mucho con los que iban por delante. Los terratenie­ntes de mi niñez han perdido, sí, pero el resto... Vamos a una mesocracia, una gran clase media; por eso los partidos buscan el voto en el centro. Pero eso sí, mucho cuidado con decir que hoy la gente es más feliz que antes. Libertad no significa automática­mente felicidad. Para ser feliz la clave es sentir que podrás cumplir tus expectativ­as, y hoy ya los hijos van a vivir peor que sus padres.

—¿Le preocupa España? ¿O cree, como Bismarck, que «es el país más fuerte del mundo, porque lleva siglos queriendo destruirse y no lo logra»? —España es un país sin revolución. Nunca le hemos cortado la cabeza a un rey. No ha habido una auténtica revolución, y eso es un lastre. Ha habido hasta nueve intentos y todos fracasados. Un país sin revolución es como no haber pasado la reválida. Tal vez por eso ha surgido, ¡ahora!, un país comunista-leninista. O chavista, que es casi peor. También me preocupa la derecha, que mira más atrás que adelante. Eso es un problema. Hay otro fenómeno que me mete miedo, que es la aceleració­n de todo, que en parte tiene que ver con la informátic­a. Lo que ocurre hoy en un año antes tardaba diez, y en la Edad Media, un siglo. El ser humano no está concebido para ese ritmo. ¿Dónde vamos a parar? No lo sé. —¿Tiene esperanza en una vida después de la muerte?

—Eso es meterse ya... Yo lo único que me digo es: ¿Cómo es posible que yo haya tenido tanta suerte? He tenido más suerte que entendimie­nto [se ríe a gusto]. De pequeño jamás pensé en tener un coche. Cuando yo empecé a escribir mis primeros artículos desde Nueva York, para el ‘Diario de Barcelona’, ¡los mandaba por correo aéreo! Y eran mejores que los de ahora, porque la columna hoy se te queda vieja a las dos horas de haberla enviado. —Usted aterrizó en la televisión con 59 años y le dio enorme popularida­d. ¿Le gustó aquello?

—No me gusta la televisión. Cuando Aznar y Vilallonga me hicieron salir me ofrecieron rápidament­e otras cosas. Pero no me gustaba. Fue un experiment­o interesant­e, pero no es lo mío. Esas largas esperas, el maquillaje, la luz...

—¿Quién inventó sus famosas corbatas?

—Cuando llegué aquí, en Estados Unidos

Con los grandes líderes de los años 80

A la izquierda, con Mijáil Gorbachov, el último presidente de la Unión Soviética. Y abajo, con Ronald Reagan en la Casa Blanca. «A José María Carrascal, con los mejores deseos», reza la dedicatori­a.

José María Carrascal (El Vellón, Madrid, 8 de diciembre de 1930) estudió Náutica y trabajó como marino mercante (en la imagen). En 1957 se instala como profesor de español en Berlín, donde se convierte en el único correspons­al de nuestro país afincado en aquel momento en la capital alemana, en la que vive nueve años. En 1969 da el salto a América, como correspons­al en Nueva York para varios medios, entre ellos ABC y TVE. En 1989 vuelve a España para convertirs­e en presentado­r de las noticias de Antena 3. De regreso a la prensa tras su experienci­a televisiva, sigue impartiend­o su magisterio en ABC como el columnista más veterano de la prensa nacional española. Ha ganado el premio Nadal de Novela y el premio Mariano de Cavia de periodismo.

estaban de moda las llamadas ‘ties with personalit­y’. Empezó sin darme cuenta, pero descubrimo­s que aquello tiraba. Es muy frustrante que hablen más de tus corbatas que de tus comentario­s. Luego ABC me recuperó, tuve una fantástica relación con Guillermo Luca de Tena.

—¿Qué supone ABC para usted? —ABC es una referencia. Es el único periódico que se editó en las dos Españas. Eso ya dice algo. Tanto unos como otros sabían que para llegar a la gente hay que salir en ABC. Tiene un formato muy cómodo y, sobre todo, tiene una gran calidad literaria, a la que siempre he dado una enorme importanci­a.

—Ganó el premio Nadal en 1972 con su novela ‘Groovy’. ¿Por qué no perseveró en la literatura?

—Últimament­e, con la situación de mi esposa, no tengo tiempo. He firmado ya varios libros con Espasa, pero no tengo tiempo. La literatura cuando se quiere que sea buena... Tengo dos novelas casi acabadas, pero no creo que las remate. No tengo un minuto libre. Es demasiado lo que cae sobre mí. —¿Cuál es el secreto de su estupenda longevidad?

—Eso me lo preguntó Juan Luis Cebrián un día en Nueva York y te respondo igual que a él: hace cuarenta años que no ceno.

—¿Y el secreto de un matrimonio tan largo y feliz como el suyo? —Nosotros hasta nos casamos dos veces: en Berlín por lo civil, en 1960, y al año siguiente en Monserrat, porque solo allí nos casaban en alemán, y como venía la familia de ella... El secreto de un matrimonio de éxito son las diferencia­s. Los gustos tienen que ser parecidos, pero luego el carácter debe ser distinto, para compensar. —Vamos acabar apelando a su magisterio: ¿Qué cualidades debe tener un buen periodista?

—La primera, no creer que tiene influencia en la política. Sebastian Haffner, para mí el mejor periodista alemán del siglo XX, nos comparaba en un ensayo a los bufones. En la corte el bufón, odiado por todos, decía las verdades al soberano. Hoy el soberano es el pueblo y los periodista­s somos el bufón que debe decir las verdades. A mí me han tentado para la política, o para acercarme a ella. Pero yo a los políticos los quiero cuanto más lejos mejor. Prefiero verlos actuar y juzgarlos. Me puedo equivocar, pero normalment­e no tanto como el que los escucha.

«El comunismo es más una religión que una teoría política. Tienen un paraíso, el del proletaria­do, y un infierno, el de los gulag»

 ??  ?? —Pero inexplicab­lemente el comunismo mantiene todavía cierto cartel.
—Pero inexplicab­lemente el comunismo mantiene todavía cierto cartel.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain