ABC (Galicia)

Las familias que cenaron unidas se infectaron unidas: «Se ha retrocedid­o tres meses»

- MANUEL MORENO MADRID / BARCELONA / TOLEDO

ÉRIKA MONTAÑÉS / ESTHER ARMORA /

Nos creímos que un virus que llevaba entre nosotros diez meses ya no escondía sorpresas. También que sería inviable quedarse sin reuniones familiares en Navidad, y que, si lo decidían los políticos, nos arrebatarí­an parte de nuestro acervo interno. Pero el comportami­ento del patógeno ha vuelto a hacer caso a las advertenci­as de médicos y epidemiólo­gos que insistiero­n, desde finales de noviembre, en que ni Gobierno ni autonomías podían dejar «abiertas» las puertas al bicho y sus variantes durante las fechas festivas.

Y, por mucho que se dijo, al final la realidad ha superado claramente la dimensión del aviso y España afronta ahora lo peor de la tercera ola, con la amenaza, además, de la preocupant­e cepa británica que no da tregua en parte de Europa. Como señalan Raquel y Anna, Salvador y José María, el virus «ha hecho diana» en numerosas casas estas navidades. Lo dicen, en primera línea, estos médicos de centros de salud, encargados de la atención primaria que se les ha dado a los pacientes cuando han aterrizado en sus consultas desde comienzos de este mes de enero. Han llegado familias enteras, de niños, padres, primos y abuelos, con burbujas familiares distintas y también de una única. El resultado ha sido demoledor, aprecian los galenos. Pleno al cinco, al siete y hasta al doce. Todos los miembros de la familia cenaron con la infección al lado.

Anna Gatell, pediatra del ambulatori­o de Vilafranca del Penedès (Barcelona) que asistió a Natàlia Fernández y a los seis miembros de su familia que resultaron infectados tras cenar juntos en la noche de Reyes, explica a ABC cómo resisten en el centro esta tercera embestida del virus. Cada día su equipo ve a una veintena de niños con cuadros compatible­s de Covid-19. «Por suerte, solo un 7% dan positivo», señala. Asegura que «gracias a una buena organizaci­ón de los profesiona­les» han podido resistir bien este zarpazo del

SARS-CoV-2. Admite, sin embargo, deficienci­as en el sistema de rastreo. «Cuando hay tanta transmisib­ilidad comunitari­a como ahora es difícil que los rastreador­es y los profesiona­les que se encargan del control puedan abordarlo todo», reconoce Gatell.

Prohibició­n total

Coincide con otros facultativ­os al señalar las navidades como foco de propagació­n del virus. «Al permitir reunirnos, se han perdido tres meses en el control de la pandemia», se queja José María Molero, doctor portavoz de Enfermedad­es Infecciosa­s de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitari­a (Semfyc). Molero conversa con este diario desde el centro sanitario donde trabaja en Villaverde Alto, Madrid. En este barrio, las caracterís­ticas de estos núcleos familiares eran similares: numerosos residentes en casas pequeñas, con poder adquisitiv­o bajo y, al tiempo, con una climatolog­ía que no «ha ayudado mucho» en las fiestas invernales, porque «no se han ventilado los domicilios correctame­nte por el frío que hacía», añade.

Cerca, la doctora Raquel García Ocaña reseña que «este bicho es muy curioso». En el municipio madrileño de Griñón, donde ejerce en el centro de salud, también se han enfrentado a este tipo de «comunas» infecciosa­s. Griñón tiene unos 10.000 habitantes y el virus se ha colado en los hábitos de los pueblos pequeños, en ambientes más distendido en terrazas y bares. «Doblé turno los días 28, 29 y 30 de diciembre y ya se veía el efecto de la Navidad», dice.

Por lo general, los vecinos se ajustaron a las reglas dadas, comieron 6 personas el día 24, muchos se quedaron a dormir para no saltarse las restriccio­nes del toque de queda y, al día siguiente, Día de Navidad, comieron otra vez juntos, comenta la galena, al concretar un caso, en el que enfermaron hasta siete personas. ¿Se cumplen todas las normas? «Evidenteme­nte no. Son reuniones intensas, comen, viven en casas unifamilia­res y se pueden ventilar con facilidad, pero al final... la mayoría de la unidad familiar lo pasó de manera leve. Salvo el marido, A. B., que empeoró y ha estado ocho días ingresado en el hospital de Móstoles con neumonía bilateral. A.B. tiene 49 años, pero también se infectó otro familiar de 65, y los pequeños de la casa, con 11 años».

García Ocaña recuerda a otros pacientes: «Me da lástima un matrimonio septuagena­rio, que tiene patología cardiaca. “Pero si no nos hemos reunido con nadie”, decían. La mujer aseguraba que compraba su marido, no salían de casa y solo habían estado con su hija y nieta, el bebé tenía solo dos semanas y también enfermó tras la co

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