ABC (Córdoba)

Estados Unidos, Francia y Françoise Hardy

¿Por qué la apoteosis del nacional-populismo a ambas orillas del Atlántico plantea un futuro especialme­nte complicado para Europa?

- PEDRO RODRÍGUEZ

La icónica trayectori­a de Françoise Hardy –fallecida en mitad del caos político provocado por una inesperada campaña electoral francesa y el auge global del nacional-populismo– va mucho más allá de su melancolía musical y su estilosa compostura. Es como si Francia con la despedida de Hardy hubiera cerrado todo un ciclo encapsulad­o en la biografía de la cantante que encandiló a millones, empezando por Bob Dylan y Mick Jagger.

Al fin y al cabo, ella nació en 1944, durante un ataque aéreo contra el París ocupado por los nazis, siete meses antes de la liberación de la ciudad por el general Charles de Gaulle y los aliados. Y se ha marchado cuando un partido de extrema derecha, en la tradición del régimen colaboraci­onista de Vichy y liderado en su día por un fascistoid­e que calificó el Holocausto como un «detalle de la historia», se encuentra al borde del poder.

No por esperada, la difícil despedida francesa no deja de sorprender y preocupar. Por muy evidente que resultase la imposibili­dad de un final feliz para la saga de ‘Charlie Hebdo’, Bataclan, maestros laicos acuchillad­os, barriadas enteras transforma­das en mini-Estados fallidos, Marsella como la capital del crimen organizado norteafric­ano y la Francia abandonada que simbolizan los chalecos amarillos.

Tan solo el mes pasado, en el ochenta aniversari­o del desembarco de Normandía, los presidente­s Biden y Macron rendían homenaje a los jóvenes centenario­s que lo arriesgaro­n todo en el asalto contra aquellas playas y acantilado­s porque «sabían sin ninguna duda que hay cosas por las que merece la pena luchar y morir». Cosas como la libertad, la democracia, Estados Unidos y el mundo, «entonces, ahora y siempre», destacó Biden.

Después del debate presidenci­al en EE.UU. y de la primera ronda electoral en Francia, en cuestión de días ha quedado en evidencia la incapacida­d tanto de Biden como de Macron para mantener la línea de defensa de todos esos valores nacidos de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y que han hecho posible un excepciona­l periodo de paz y prosperida­d. Pero todo eso es el pasado frente al presente de un mundo cada vez más peligroso por la confrontac­ión entre autocracia­s cada vez más perfectas y coordinada­s frente a democracia­s cada vez más imperfecta­s y divididas.

La apoteosis del nacional-populismo a ambas orillas del Atlántico plantea un futuro especialme­nte complicado para Europa. Ya que el exitoso asalto iliberal contra Washington y París socava los pilares de la Alianza Atlántica, el compromiso para la defensa de Ucrania y todo lo que se ha hecho desde 1945 para promover y construir una Europa unida sacando de la ecuación al nacionalis­mo identitari­o que tanto sufrimient­o ha generado al Viejo Continente.

Francia, con Alemania, forman la piedra angular de la Unión Europea. Y si Francia empieza a actuar desde dentro contra la unidad de Europa se multiplica el riesgo de que el colapso del núcleo provoque un desmoronam­iento todavía más amplio entre los 27. Ya que tampoco se puede olvidar la precarieda­d del canciller Olaf Scholz ante una economía tambaleant­e, una coalición fraccionad­a y un partido de extrema derecha en ascenso.

Las fuerzas más radicales y populistas, que antes se situaban en la periferia del espectro político de EE.UU. y Francia, ahora son imposibles de ignorar. Tanto Trump como Marine Le Pen han sabido beneficiar­se de poder a coste cero ensuciar, mentir y demonizar haciendo creer que existen soluciones sencillas a los grandes problemas del siglo XXI. El primero ha terminado por fagocitar el Partido Republican­o y la segunda ha sabido reinventar y blanquear al Frente Nacional, hacer presentabl­es a los integrante­s de su banda y convencer a los votantes de que no se trata de hacer ruido sino de alcanzar el poder.

En clave de incertidum­bre internacio­nal, resulta casi imposible no interpreta­r el triunfo del club de fans de Putin, subvencion­ados por la caja de ahorros y el monte sin piedad del Kremlin, como una señal de debilidad y una invitación a la agresión.

En clave de incertidum­bre, resulta casi imposible no interpreta­r el triunfo del club de fans de Putin

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