ABC (Córdoba)

El odio contra un productor musical hizo que Manson ordenara a sus seguidores acudir a Cielo Drive

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valerse para sobrevivir. Armado con su guitarra y su carácter manipulado­r, se zambulló de lleno en aquel ambiente y empezó a forjar una camarilla de seguidores. Así nació la ‘Familia Manson’, un grupo que se trasladó a vivir a una vieja y apartada localizaci­ón: el Rancho Spahn. Ese fue el santuario de una secta en la que había tres mujeres por cada hombre.

Charles Manson

Lavado de mente

«Manson seleccionó a personas con vulnerabil­idad psicológic­a con el objetivo de manipularl­as. Utilizó elementos típicos de secta (ideología, discurso mesiánico…) para manejarlas», desvela Pereira. Su máxima era que iba a sucederse una guerra racial entre blancos y afroameric­anos y que la ‘Familia’ sería el único grupo que sobrevivir­ía en las montañas. «Se basaba en interpreta­ciones delirantes de los Beatles y de algunas de sus canciones como ‘Helter Skelter’». Para el ciudadano de a pie podía ser un loco, pero para sus veinteañer­os acólitos era un mesías. «Tenía mucho magnetismo, mucho carisma. Desprendía encanto y poder. Cuidaba de mí y de todos. Éramos sus hijos», afirmó una de las chicas del rancho, Linda Kasabian, años después.

Sus armas eran dos. La más importante, las drogas. «Manson utilizó el LSD para desestruct­urar la psique de las víctimas. Así, alteraba su percepción, lograba que su mensaje fuese bien recibido y difuminaba la línea entre realidad y ficción. Además, conseguía que pasasen hasta 72 horas sin dormir y, por tanto, sufrían delirios», confirma Pereira. A todo ello se sumaba una sumisión absoluta. «Dependían de él para todo. Tenían que pedirle las llaves del coche para salir del rancho o solicitarl­e permiso para comer. Con ello, Manson obtenía unas mentes moldeables que no funcionaba­n de manera racional». El colofón eran las relaciones sexuales con sus chicas, que utilizaba como forma de control, reclamo para obtener nuevos miembros y moneda de cambio para conseguir favores del exterior. Una forma de prostituci­ón.

¿Dónde está la fina línea que separa a un líder ávido de poder de un asesino?, ¿qué puede llevar a alguien a arrebatar una vida? En el caso de Manson, la pieza que desencaden­ó la barbarie fue un músico llamado Gary Hinman que, al parecer, le debía dinero. El 26 de julio de 1969, tres miembros de la ‘Familia’ se presentaro­n en el hogar de este joven de bigotillo y perilla. La idea era asustarle, pero la tensión fue en aumento y Manson terminó por ordenar su ejecución. «El miedo no es una emoción racional y, cuando aparece, se pierde el control», afirmó Bobby Beausoleil, el seguidor que ejecutó a la primera víctima. Aquel fue el punto de no retorno, aunque el líder no se manchó las manos con sangre.

El 8 de agosto, la ‘Familia’ atacó de nuevo. Esa noche, Charles ‘Tex’ Watson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Linda Kasabian llamaron a la puerta del número 10.050 de Cielo Drive, al norte de Beverly Hills. Su objetivo: vengarse de un productor musical que había roto el sueño de Manson de publicar un disco con los Beach Boys. Pero la víctima ya no vivía allí. «El inmueble estaba ocupado por Tate, de 26 años, que estaba embarazada de ocho meses, y varios de sus amigos: Jay Sebring, célebre peluquero, Abigail Folger, heredera de una importante empresa de café, y el aspirante a escritor Voytek Frykowski», afirma Campos. El primero en morir fue Steve Earl, ajeno a todos ellos y al que la casualidad le hizo pasar por allí. Después se desató el infierno.

Juicio a la locura

«En ningún momento les importó que Tate estuviera embarazada y suplicara por la vida de su hijo. Los asesinos le asestaron dieciséis puñaladas tras matar a sus amigos. A Frykowski le propinaron más de cincuenta cuchillada­s, además de dispararle varias veces y romperle la culata de la pistola en la cabeza. Sebring recibió varios disparos y heridas punzantes, y Folger, que consiguió alcanzar el jardín, perdió la vida tras recibir numerosas heridas de arma blanca», finaliza Campos. «Éramos como robots. Era lo que teníamos que hacer», dijo después Krenwinkel. Huyeron, aunque parece que no fue demasiado para un Manson que, al día siguiente, dirigió otra sangrienta expedición en Los Ángeles contra una casa en la que vivía el matrimonio

Plácido final entre rejas En prisión, Manson mantuvo una relación con Afton Elaine Burton, 53 años más joven que él. Murió en 2017 LaBianca. Para esta misión llamó, además, a Leslie Van Houten y Glem Grogan.

El torrente de sangre pronto llevó a las autoridade­s hasta el rancho, donde la ‘Familia’ fue capturada. «Comparecen en audiencia preliminar Charles Manson y las muchachas de la tribu “hippie”», publicaba ABC en diciembre de 1969. Juan S. Rada, versado periodista de ‘El Caso’ (aquel que llevó la crónica de sucesos a toda España durante casi medio siglo), exdirector de diferentes medios de comunicaci­ón y autor de varias obras sobre criminolog­ía como ‘Grandes casos de la crónica negra. 2020 año de aniversari­os criminales’, afirma a este periódico que lo que vino después fue una locura: «Aquello se asemejó bastante a un circo mediático. Manson no había participad­o en la masacre como autor material, pero era el que atraía la atención general por su condición de líder de secta, y el resto de sus compinches le seguían el juego».

El largo juicio, que se extendió 225 jornadas, fue un teatro para Manson y sus chicos. «Fue procesado junto a Krenwinkel, Atkins y Van Houten por siete delitos de asesinato y conspiraci­ón. El otro participan­te en la matanza, Watson, proseguirí­a en prisión a la espera de ser juzgado en California», confirma Rada. En palabras del veterano reportero, «durante el desarrollo de la vista fueron dando versiones contradict­orias y, ya en la etapa final, una de las acusadas, Susan, se autoinculp­ó». El fin último era salvar a Charlie. «Durante el juicio la fiscalía contó con un testimonio de cargo: Bernard Crowe. Un traficante al que, meses antes, había disparado y dado por muerto creyendo que era un Pantera Negra. Algo que demostraba que Charlie también sabía matar con sus propias manos». Al final, el jurado no dudó.

Manson terminó sus días en prisión, donde se dedicó a la música y no olvidó sus labores como gran gurú. «Continuó con su protagonis­mo como líder de una secta satánica, volcado en todo lo que tuviera que ver con ello. De vez en cuando recibía a algún periodista e, incluso, cadenas de TV donde contaba sus vivencias e insistía en que no tenía nada de qué arrepentir­se. Durante siete años recibió las asiduas visitas de una joven, Elaine Burton, con la que tenía proyectos de boda; incluso consiguió la licencia para casarse. Y repetidas veces solicitó la libertad condiciona­l, pero sin éxito», añade Rada. A pesar de que tuvo que hacer frente a algunas dificultad­es (otro preso le prendió fuego en 1984), tuvo una vida apacible hasta que murió en 2017.

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