Sí bonita, el protocolo sí es de todas
Un fallo protocolario hizo que nadie saliera a recibir a la Reina a la puerta del Congreso, donde había acudido a presidir un acto de homenaje a Clara Campoamor. No estaba la ministra de jornada, que ayer era Carmen Calvo y que parece imprescindible en cualquier acto feminista porque como ella misma sostiene «no bonita, el feminismo no es todas». Ni tampoco las presidentas del Congreso y el Senado estaban en su sitio cuando la Reina llegó, que solo vio allí a tres ujieres y hasta tuvo que asomarse a la puerta a ver si salía alguien a recibirla. Fue un momento y no cabe hablar de desplante, sino de suspenso en protocolo pues las anfitrionas hasta tenían puestas en el suelo las marcas donde ponerse.
Al son del gurú
Aquel día, el diablo no llegó a la cita luciendo cuernos, rabo o pezuñas de cabra. Tres décadas después de haberse convertido en el invitado de honor del sistema penitenciario, Charles Manson, el asesino que había estremecido a la sociedad estadounidense con sus crímenes, se presentó ante las cámaras ataviado con la clásica camisa de presidiario, una barba encanecida que ocultaba un rostro rudo y su ya característica media melena azabache (signo inequívoco del movimiento hippie de los sesenta). Se acomodó, pero la silla que le esperaba no consiguió disimular su algo más de metro y medio de altura. Era un «hombre pequeño», como él mismo había repetido en más de una ocasión.
Lo que siguió fue un documento estremecedor; un viaje a la psique de un perturbado que se había valido del sexo y del LSD para lograr que los miembros de su secta (la ‘Familia Manson’, formada en su mayoría por lo que los criminólogos calificaron después como «niñas pijas» o chicas de buena familia) se transformaran en la mano ejecutora de hasta nueve crímenes mortales. Mesías para unos pocos, desquiciado para los que más, Manson respondió a las preguntas del periodista Tom Snyder a trompicones. «Si salieras, ¿matarías de nuevo?». «Creo que esta usted mal informado, yo no
he matado a nadie», fue su respuesta. Hasta que murió, Manson insistió en esa idea: «No quebranté la ley. No maté. El juez lo sabía y no me escuchó». Pero eso no evitó que, en abril de 1971, hace ahora medio siglo, el magistrado Charles Older ratificara su condena y la de la ‘Familia’ a la cámara de gas. De hecho, que se escabulleran del cadalso solo se debió a que California suspendió la pena de muerte un año después.
«Responde al arquetipo de asesino despiadado, pero la realidad es que no
Manson se valió de armas como las relaciones carnales y las drogas para conseguir la obediencia total de sus seguidores
fue más prolífico que otros como Ted Bundy o Richard Ramírez. Además, se ajusta más al perfil de un líder de secta», explica a ABC Juan Ramón Pereira, psicólogo de Acofem 13, doctor en psicología, especialista en salud mental y psicología criminal y el único investigador español que ha entrevistado y analizado a un centenar de reos condenados por asesinato múltiple.
Y es que se han extendido demasiadas verdades a medias sobre él. Para empezar, que era un psicópata. «Comparte algunos de sus rasgos, pero no era un sádico. No disfrutaba perpetrando asesinatos, mandaba a otros que lo hicieran. Ese es un elemento diferenciador», afirma Pereira. La magia de Manson era otra. Su secreto, ese que generó un magnetismo insalvable, fue su capacidad para «convencer a personas adultas de que abandonasen sus principios y que matasen incluso a una mujer embarazada como Sharon Tate», esposa del director Roman Polanski. «Aunque todos nos decimos que jamás nos controlarán de ese modo, la realidad es que la posibilidad existe», sentencia el doctor español.
Manson nació en noviembre de 1934 en Cincinnati, EE.UU. «Su personalidad se construyó a partir del abandono familiar, que derivó en delincuencia –allanamientos, agresiones, estafas, robos de vehículos, proxenetismo– y largos años de reclusión en reformatorios y centros penitenciarios. De entre todas estas instituciones me atrevería a decir que hubo una que le marcó mucho: la cárcel de la isla McNeil, donde descubrió conceptos propios del esoterismo, la cienciología y el budismo», explica el periodista especializado en sucesos y coordinador de prensa de la Asociación SOSDesaparecidos, Christian Borja Campos. Pereira, por su parte, recalca que este turbio cóctel hizo que empezara a mostrar resentimiento hacia la sociedad.
Cuando salió de la cárcel, a los 32 años, el mundo había cambiado hasta el extremo. Era la época de los hippies, el amor libre y la espiritualidad. Un mundo que él no había visto, pero del que supo