ABC (Córdoba)

Sí bonita, el protocolo sí es de todas

- MANUEL P. VILLATORO

Un fallo protocolar­io hizo que nadie saliera a recibir a la Reina a la puerta del Congreso, donde había acudido a presidir un acto de homenaje a Clara Campoamor. No estaba la ministra de jornada, que ayer era Carmen Calvo y que parece imprescind­ible en cualquier acto feminista porque como ella misma sostiene «no bonita, el feminismo no es todas». Ni tampoco las presidenta­s del Congreso y el Senado estaban en su sitio cuando la Reina llegó, que solo vio allí a tres ujieres y hasta tuvo que asomarse a la puerta a ver si salía alguien a recibirla. Fue un momento y no cabe hablar de desplante, sino de suspenso en protocolo pues las anfitriona­s hasta tenían puestas en el suelo las marcas donde ponerse.

Al son del gurú

Aquel día, el diablo no llegó a la cita luciendo cuernos, rabo o pezuñas de cabra. Tres décadas después de haberse convertido en el invitado de honor del sistema penitencia­rio, Charles Manson, el asesino que había estremecid­o a la sociedad estadounid­ense con sus crímenes, se presentó ante las cámaras ataviado con la clásica camisa de presidiari­o, una barba encanecida que ocultaba un rostro rudo y su ya caracterís­tica media melena azabache (signo inequívoco del movimiento hippie de los sesenta). Se acomodó, pero la silla que le esperaba no consiguió disimular su algo más de metro y medio de altura. Era un «hombre pequeño», como él mismo había repetido en más de una ocasión.

Lo que siguió fue un documento estremeced­or; un viaje a la psique de un perturbado que se había valido del sexo y del LSD para lograr que los miembros de su secta (la ‘Familia Manson’, formada en su mayoría por lo que los criminólog­os calificaro­n después como «niñas pijas» o chicas de buena familia) se transforma­ran en la mano ejecutora de hasta nueve crímenes mortales. Mesías para unos pocos, desquiciad­o para los que más, Manson respondió a las preguntas del periodista Tom Snyder a trompicone­s. «Si salieras, ¿matarías de nuevo?». «Creo que esta usted mal informado, yo no

he matado a nadie», fue su respuesta. Hasta que murió, Manson insistió en esa idea: «No quebranté la ley. No maté. El juez lo sabía y no me escuchó». Pero eso no evitó que, en abril de 1971, hace ahora medio siglo, el magistrado Charles Older ratificara su condena y la de la ‘Familia’ a la cámara de gas. De hecho, que se escabuller­an del cadalso solo se debió a que California suspendió la pena de muerte un año después.

«Responde al arquetipo de asesino despiadado, pero la realidad es que no

Manson se valió de armas como las relaciones carnales y las drogas para conseguir la obediencia total de sus seguidores

fue más prolífico que otros como Ted Bundy o Richard Ramírez. Además, se ajusta más al perfil de un líder de secta», explica a ABC Juan Ramón Pereira, psicólogo de Acofem 13, doctor en psicología, especialis­ta en salud mental y psicología criminal y el único investigad­or español que ha entrevista­do y analizado a un centenar de reos condenados por asesinato múltiple.

Y es que se han extendido demasiadas verdades a medias sobre él. Para empezar, que era un psicópata. «Comparte algunos de sus rasgos, pero no era un sádico. No disfrutaba perpetrand­o asesinatos, mandaba a otros que lo hicieran. Ese es un elemento diferencia­dor», afirma Pereira. La magia de Manson era otra. Su secreto, ese que generó un magnetismo insalvable, fue su capacidad para «convencer a personas adultas de que abandonase­n sus principios y que matasen incluso a una mujer embarazada como Sharon Tate», esposa del director Roman Polanski. «Aunque todos nos decimos que jamás nos controlará­n de ese modo, la realidad es que la posibilida­d existe», sentencia el doctor español.

Manson nació en noviembre de 1934 en Cincinnati, EE.UU. «Su personalid­ad se construyó a partir del abandono familiar, que derivó en delincuenc­ia –allanamien­tos, agresiones, estafas, robos de vehículos, proxenetis­mo– y largos años de reclusión en reformator­ios y centros penitencia­rios. De entre todas estas institucio­nes me atrevería a decir que hubo una que le marcó mucho: la cárcel de la isla McNeil, donde descubrió conceptos propios del esoterismo, la cienciolog­ía y el budismo», explica el periodista especializ­ado en sucesos y coordinado­r de prensa de la Asociación SOSDesapar­ecidos, Christian Borja Campos. Pereira, por su parte, recalca que este turbio cóctel hizo que empezara a mostrar resentimie­nto hacia la sociedad.

Cuando salió de la cárcel, a los 32 años, el mundo había cambiado hasta el extremo. Era la época de los hippies, el amor libre y la espiritual­idad. Un mundo que él no había visto, pero del que supo

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VALERIO MERINO
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SERGIO R. MORENO
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Parte de la ‘Familia Manson’ acude a la corte para comparecer por los asesinatos en 1971. De izquierda a derecha, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten. Durante el juicio, intentaron evitar que Charles Manson fuese inculpado
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