Rivera y Arrimadas, frente a Sánchez
Dos estrategias opuestas ante el Gobierno: oposición frontal o negociación para atraer al centro
Las elecciones del 28 de abril acababan de celebrarse y parecía que el más interesado en que Pedro Sánchez formase Gobierno era Albert Rivera. «Tiene un pacto cerrado», «le pedimos que no maree la perdiz y cierre ya el acuerdo con sus socios»... Pese a sumar 180 escaños con el PSOE, el expresidente de Cs nunca se planteó gobernar en coalición con Sánchez. Tan solo intentó un acercamiento cuando expiraba el plazo para evitar la repetición electoral, y cuando ya las encuestas pronosticaban el descalabro de su partido.
Con Rivera ahora en el sector privado, en un despacho de abogados que desde esta semana lleva también su apellido, Inés Arrimadas recibió el encargo de resituar al partido en el centro político y de levantar el veto al PSOE, aprobado por unanimidad en la ejecutiva de Cs en febrero del 2019. La pandemia del coronavirus, según fuentes de su Comité Permanente, no ha hecho sino acelerar el proceso. El cambio de actitud hacia Sánchez es significativo, tanto en el tono de las intervenciones como, sobre todo, a la hora de negociar. Del «no es no» de Rivera se ha pasado ahora a esperar «a la foto final» de los Presupuestos Generales del Estado (PGE), a pesar de algún gesto desafortunado de Sánchez hacia los liberales, como criticar al partido por «seguir en la foto de Colón» después del sostenido apoyo que le han brindado estos meses.
«Mi opinión sobre Sánchez no ha cambiado», sostiene Arrimadas cada vez que se le pregunta por su relación con el presidente del Gobierno. Pero lo que sí ha sufrido un vuelco es la forma de hacer política de Cs. Con 57 escaños y el «sorpasso» al PP en la punta de los dedos, Rivera lo apostó todo a un escenario en el que Sánchez formaba gobierno con Podemos y los nacionalistas, y en el que, en el trabajo de oposición, se «comía» al PP y terminaba convirtiéndose en la alternativa al «sanchismo».
La repetición electoral, con la que no contaban en Cs hasta que fue demasiado tarde, se llevó por delante las expectativas de Rivera y su magnífico resultado de abril. Con Arrimadas al frente, la estrategia es la opuesta. Si Rivera parecía empujar a Sánchez a pactar con «populistas y separatistas», Arrimadas se ofrece ahora como salvavidas para que ERC y EH Bildu «no metan la cuchara» en los PGE.
No obstante, como le sucedió a Rivera, a Arrimadas también le ha supuesto un gran coste interno su acercamiento al Gobierno, con dimisiones muy dolorosas como las de Juan Carlos Girauta o Marcos de Quinto. También las dos vías han sido criticadas externamente. La presión empresarial y mediática sobre Rivera para buscar un acuerdo con Sánchez fue enorme, y desde el PP e incluso Vox le invitaban a reeditar el «pacto del abrazo» del 2016. Ahora a Arrimadas, con la estrategia opuesta, han llegado a acusarla de «traidora».
Fuentes de la ejecutiva de Cs admiten que, de no ser por la crisis del coronavirus, no saben si ahora mismo estarían dispuestos a negociar los PGE. Sin embargo, «la necesidad de unas cuentas sensatas» les hace «obviar provocaciones» como la del presidente del Gobierno en el penúltimo pleno del Congreso o las de Pablo Iglesias con sus reuniones con Gabriel Rufián, Mertxe Aizpurua y Oskar Matute. Arrimadas, en el debate de la cuarta prórroga del estado de alarma, única en la que defendió ella la posición de Cs por su avanzado estado de gestación y las recomendaciones sanitarias frente al Covid-19, fue dura contra los «muchos errores» del Gobierno, pero tendió la mano a Sánchez «por la situación excepcional».
Fue ella, además, la primera en hablar en el mes de marzo de la necesidad de aprobar unos Presupuestos de «emergencia nacional». Un discurso muy alejado del de Rivera en la investidura fallida de Sánchez en julio del 2019, en la que habló de «un pacto oculto» entre Sánchez y «su banda» cerrado en «la habitación del pánico». Arrimadas, en enero, intentó por contra hasta el final convencer a diputados socialistas de emitir «un voto valiente» para impedir la formación de un Gobierno «malo para España». En nada quedó, eso sí, su vía 221.
Agradeció a Arrimadas su «esfuerzo» por «romper» bloques, pero negocia aún con ERC y Bildu